Niños pequeños chapoteando en un canal, jugadores de mahjong que ignoran el distanciamiento y jóvenes que se escabullen para tomar una cerveza. Ante las restricciones sanitarias por el covid-19, los pekineses encuentran la manera de desahogarse.
La capital china está en vilo desde inicios de mayo por un brote de coronavirus que ha superado los 1.600 contagios, una cifra elevada para China, que aplica una estricta política de cero covid.
El brote oficialmente no ha dejado muertos en la ciudad de 22 millones de habitantes, pero las escuelas, restaurantes, comercios no esenciales y varios parques están cerrados. A los habitantes, sometidos a pruebas diarias o casi diarias, se les pide trabajar desde casa.
Quienes viven en casas donde se han registrado casos de contagio deben permanecer confinados.
Pero muchos habitantes de Pekín juegan al gato y el ratón con las autoridades, desafiando las instrucciones del gobernante Partido Comunista, que ha hecho de su política anticovid una marca de su legitimidad.
«Todo está cerrado: los cines, los museos, incluso los campos de fútbol están cerrados hasta nuevo aviso», se queja Eric Ma, un joven informático que llegó a tomar unas cervezas con amigos a orillas de un canal en el centro de la ciudad, tras una jornada de trabajo en casa.
«Me estoy volviendo claustrofóbico. Se necesita imaginación para encontrar la manera de divertirse», dice.
– «Tengan paciencia» –
Las barreras impiden que la gente se tumbe sobre el césped aledaño al canal, sitio de grandes picnics las últimas semanas. El acceso a las orillas es permitido pero está controlado y hay guardias para impedir que se formen grandes grupos.
«Tengan paciencia: aprovecharán el sol cuando pase la pandemia», dicen los grandes carteles azules instalados a lo largo del canal.
Pero las instrucciones no impiden que decenas de pekineses se agolpen en el muelle ni que algunos se den un chapuzón en la cálida tarde de primavera.
En el agua, un hombre de edad mediana canta a todo pulmón una melodía tradicional de ópera.
Otros transeúntes llevan sillas y mesas plegables, e incluso un calentador a gas, para un mejor picnic.
«A veces vienen los guardias y nos hacen partir», dice Reiner Zhang, una estilista que extendió su mantel en una esquina de la calle cerca del canal de Liangmahe, en un barrio repleto de embajadas.
«Pero no nos importa. La gente está harta de los despidos y los cortes salariales y necesita reunirse para desahogarse», explica.
Cerca de allí, algunas madres disfrutan de una sandía mientras sus pequeños chapotean.
«Esto hace que se muevan un poco», señala Niu Honglin, cuyo hijo de siete años se baña con brazaletes inflables en el canal.
«Como los parques están cerrados no tienen dónde jugar. Los niños tienen rabietas cuando se quedan todo el día en casa con clases a distancia», lamenta esta madre de familia.
– Diagnósticos y barreras –
En las callejuelas del viejo Pekín, quienes cargan con los rickshaw están sin trabajo porque los turistas tienen prohibido ir a ciertas zonas.
Pero una pareja de recién casados posa para una foto frente a la antigua Torre del Tambor, cuyos predios fueron convertidos en zona de pruebas de covid-19.
Cerca de allí, alrededor del lago Houhai, los muelles llenos de bares y cafés se esconden ahora atrás de una barrera.
«Es para impedir que la gente se congregue, porque la situación epidémica es grave», explica un trabajador que instalaba una barrera.
«Trabajamos de noche para evitar contraer el virus», indica.
Pero durante el día, los jubilados locales se reúnen para jugar cartas, damas chinas, ajedrez o mahjong sin preocuparse por las reglas de distanciamiento.
«Venimos aquí todos los días después de almorzar y jugamos hasta la puesta del sol», cuenta un funcionario jubilado que se identifica como Zao. «Lo hacemos desde hace años, la pandemia no nos va a detener».
AFP.