Svitlana Klymenko no aguanta la rabia, pero no tiene adónde ir. Trabajó 46 años en una mina de sal en la región ucraniana del Donbás y ahora, jubilada, ha tenido que volver a vivir bajo tierra en la ciudad de Soledar, bombardeada sin descanso por las fuerzas rusas.
«Solo quiero vivir, envejecer de manera normal, morir de una muerte normal, no que me mate un misil», dice a AFP la mujer de 62 años.
Pero su magra pensión no le permite financiar una salida de la zona de combates en el este del país para establecerse en otro lugar.
«¿Cómo debo vivir? ¿Con ayuda humanitaria? ¿Sacar la mano para pedir comida?», pregunta mientras recorre la húmeda guarida bajo un edificio de apartamentos donde pasa ahora la mayor parte de su tiempo.
«Esperamos lo mejor, pero cada día es peor y peor», lamenta.
Rusia abandonó en marzo su ofensiva sobre la capital ucraniana Kiev y enfocó sus ataques en el Donbás, donde el Kremlin ha respaldado a los separatistas prorrusos desde 2014.
La batalla es extenuante y se ha convertido en un duelo de artillería entre tropas atrincheradas en torno a los asentamientos estratégicos y escondidas en los setos y bosques que bordean las tierras de cultivo.
Hay señales de que Rusia volvió a reagrupar sus fuerzas, esta vez para enfrentar una supuesta contraofensiva ucraniana en la costa sur.
Pero el asalto contra Soledar, cerca de la ciudad de Bajmut, «ha sido su eje más exitoso en el Donbás» el último mes, según el ministerio británico de Defensa.
– «¿Cómo me puedo sentir?» –
Humo blanco y negro cubre el horizonte sobre Soledar y la carretera a la localidad está marcada por huellas de tanques.
Cada cierto tiempo, el lúgubre silencio urbano es roto por el sordo impacto de las bombas de racimo y la artillería.
El sector industrial de la ciudad es constantemente bombardeado, pero la bandera azul y amarilla de Ucrania ondea desafiante en su punto más alto.
Para huir del mortal enfrentamiento en la superficie, Svitlana Klymenko vive en una bodega semisubterránea.
Unas 60 personas han vivido allí, algunas por hasta tres meses, pero la semana pasada cayó una bomba que mató a un hombre y casi todos huyeron, cuenta la mujer.
Ahora le quedó a Klymenko, su esposo y otro hombre, Oleg Makeev de 59 años, junto a una lora enjaulada y un gato.
Las habitaciones tienen camas estrechas, bombillas colgantes y una cocina improvisada con alimentos enlatados, agua embotellada y café instantáneo.
«Aquí no puedes cocinar nada normalmente, no te puedes lavar, ¿cómo me puedo sentir?», lamenta.
– Rostro de libertad –
Fuera de la ciudad, soldados ucranianos deambulan con sus vehículos estacionados a la sombra, ocultos del reconocimiento aéreo ruso.
Circulan rumores de que los rusos ya estarían dentro de los límites de la ciudad, y tanto en Bajmut como en la vecina Kramatorsk, los defensores se están preparando para una guerra urbana.
Un soldado, Mikhailo de 27 años, camina por la carretera a Soledar con su rifle a cuestas.
En la frente lleva la palabra «libertad» grabada con tinta en letras cursivas.
Pero los soldados también han tenido que vivir bajo tierra.
«Pasamos sentados en las trincheras», dice Mikhailo. «Hay mucha artillería, morteros de ellos y no podemos reaccionar, no tenemos nada», explica.
Teme que los rusos «van a avanzar más. Nosotros nos escondemos más que hacer algo útil».
AFP