Los chicos se preparan, estiran y calientan antes del partido. Unos se vendan los hombros, otros las rodillas y unos cuantos se colocan un protector bucal. En esta tarde de octubre, el Paraninfo de la Ciudad Universitaria de Madrid es el escenario donde se unen dos equipos de rugby y tres proyectos sociales a través de un partido amistoso. El objetivo es intercambiar saberes y experiencias sobre el impacto de este deporte como una herramienta de reinserción social, de encuentro y prevención de la violencia. “Nosotros jugamos para transformar vidas”, cuenta José Arrieta, uno de los fundadores de proyecto Alcatraz. El Gordo, como le dicen en el deporte, habla de los más de 200 jóvenes miembros de bandas delictivas del municipio de Revenga, en Venezuela, que lograron dar un giro de tuerca a sus vidas gracias al deporte.
Aunque Arrieta es primera línea del club venezolano Alcatraz Rugby Club, defenderá este día la camiseta de rayas blancas y negras del equipo invitado, Orquídeas Negras, que agrupa a exjugadores de la selección venezolana de rugby y que, afectados por la crisis en su país, han decidido emigrar a Europa. Mientras se prepara, Arrieta reseña el origen del proyecto Alcatraz, en 2003, cuando un grupo de jóvenes que él mismo lideraba fue capturado por la policía tras robar en la Hacienda Santa Teresa —productora de ron—, allí en Revenga. “Tuvimos dos opciones: ir a la cárcel o hacer trabajo comunitario. Elegimos la segunda. Me formaron para trabajar, pero sobre todo aprendí a jugar al rugby y pasé de ser un líder negativo a tener un liderazgo virtuoso”, recuerda.
La cancha es el espacio donde la banda de Arrieta y otras diez pandillas delictivas más encontraron un lugar para reunirse, dejar de ser enemigos y empezar a vivir como equipo. Lo que empezó con dos bandas rivales, ha logrado extenderse hasta desarticular, en el 2021, la última de la ciudad: la número 11. “Todos peleábamos por nuestro liderazgo, pero el rugby nos ayudó a romper esos círculos de venganza”, cuenta Arrieta. Por eso, esta iniciativa interviene en todos los integrantes de cada agrupación, para que, a través del trabajo comunitario no remunerado, puedan restaurar el daño social generado en sus barrios. Son tres meses de aislamiento en los que cada joven recibe asistencia psicológica, formación en valores y en rugby, y preparación para insertarse en el sector laboral. Esto es a lo que se denomina como justicia restaurativa.
Ahora, Revenga se diferencia del resto de ciudades del país, donde el béisbol es el deporte predominante, pero también por reducir sus índices de homicidios y la presencia de bandas delictivas. Solo durante el 2003, cuando nació el proyecto, Venezuela se posicionaba como uno de los países con niveles muy altos de violencia, que superaban hasta tres veces la tasa mundial, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud y la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
En la misma parte del campo juega Luis Daniel López, el capitán de Alcatraz Rugby Club. Tiene la mirada despierta, analiza la estrategia del otro equipo, pero no compite contra ellos. “Aunque no marquemos ni un solo ensayo (es la manera de marcar puntos en el rugby) ya hemos ganado, porque hemos encaminado las vidas de esos jóvenes”, relata.
Este cambio no solo logró desarticular bandas sin un solo disparo, sino que se extendió hacia la comunidad. Cuatro años después de la conformación del equipo de rugby, la Fundación Santa Teresa, que lidera el proyecto, decidió extenderlo a los niños, con una idea clara: prevenir la deserción escolar e impedir la aparición de nuevos grupos de delincuentes. Así, en cerca de una década y media de trabajo, 2.000 pequeños de las comunidades más alejadas se han vinculado con este deporte. “Los incentivamos a que sigan estudiando. Si ellos asisten a la escuela en la mañana, pasamos el rugby a la tarde”, concreta el capitán de Alcatraz Rugby Club. Y agrega: “Ellos antes veían a los jóvenes con pistolas, y querían andar con ellas; ahora nos ven con balones y quieren jugar al rugby”.
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