Cuando Svitlana huyó hacia Estonia debido a la guerra en Ucrania, no solo tuvo que lidiar con los retos de llegar a un país nuevo, sino además con cómo no abandonar su tratamiento contra el VIH.
«Me estaba quedando sin medicamentos (…). Intenté sacar una cita con un médico yo sola, pero la lista de espera era realmente larga», explica la mujer, de 45 años, a la AFP.
Durante años, Svitlana, que tiene tres hijos, controló su enfermedad con la ayuda de medicamentos. Su marido la infectó sin querer cuando se conocieron.
En Estonia tuvo suerte. En el centro de refugiados logró obtener información sobre la red estonia de personas que viven con VIH (EHPV, por sus siglas en estonio), una oenegé que ofrece ayuda a quien lo necesita.
«Llamé al voluntario y le conté mis problemas (…). Pasaron unos días y lograron conseguirme una cita con un doctor», explica. El personal de la oenegé, que nació hace casi dos décadas, incluso la acompañó.
«Ahora mismo, estoy con una terapia que me dieron en Estonia. Me siento bien, mis resultados son realmente buenos (…) Mi inmunidad es buena y la carga viral es de cero», señala.
«No soy peligrosa para la sociedad, para otras personas. Ni en la vida cotidiana, ni en el trabajo, ni en ninguna parte», resalta.
– «Situación difícil» –
La propagación del VIH estuvo alguna vez fuera de control en Estonia. Durante años, este pequeño país báltico tenía la tasa de transmisión de sida más alta de la Unión Europea.
«Teníamos una situación muy difícil, una epidemia que se concentraba en las personas que se inyectan droga», explica Lachin Aliyev, el presidente de la oenegé.
«Pero en 20 años, fuimos capaces de estabilizar la situación», agregó.
La peor época se registró en 2001, cuando se diagnosticaron 1.474 nuevos casos en el país, una cifra casi equivalente a 108 infectados por 100.000 personas.
Pero desde entonces, las cifras han ido cayendo. En 2021, se diagnosticaron 125 nuevos casos, equivalente a una tasa de 9,4 infectados por 100.000 personas, según datos del gobierno.
La situación mejoró, aunque Estonia seguía teniendo uno de los peores datos de la UE, superado solo por Letonia y Chipre, según la Organización Mundial de la Salud.
«Hemos trabajado para tratar de alcanzar los cero casos de VIH, cero estigmatización, cero niños que nacen con VIH. Son objetivos globales», manifiesta Aliyev.
«Pero primero estuvo el covid (…) y luego empezó la guerra», añade.
Desde la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero, decenas de miles de refugiados llegaron a Estonia. Solo un pequeño porcentaje es seropositivo.
Según las autoridades sanitarias, apenas unos 100 refugiados ucranianos están registrados para recibir terapia en Estonia.
– Estigma –
La mayoría de ellos estaban bajo tratamiento en Ucrania, por lo que es clave que no se queden sin medicamentos.
«Una vez que empieza [el tratamiento], la persona no debería dejarlo ni siquiera por un día», explica Aliyev.
«La medicación debe estar disponible para que la persona no desarrolle resistencia si de repente deja de tomarla», añadió.
La oenegé EHPV también ofrece un grupo de apoyo para que los refugiados puedan resolver sus problemas en ucraniano, su idioma.
La organización lucha además en contra del estigma. Un aumento, aunque sea mínimo, de las infecciones suele desatar una oleada de desinformación y recelos hacia los refugiados.
«Le ha dado un poco de miedo a las personas, y los políticos han impulsado ese miedo y empezado a manipularlo», dijo Aliyev.
«Nuestro objetivo es explicar que la gente que recibe un tratamiento no tiene carga viral, no tiene virus en su sangre y no contagia», insiste.
«Esta es una de las principales cosas que explicamos para que no se sume a los retos que ya enfrentan estas personas», concluye.
AFP.