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Sobrevivientes del terremoto acampan entre ruinas del noroeste de Siria

Desde que el terremoto destruyó su casa en el noroeste de Siria, Suzanne Abdalá, una maestra de escuela, acampa con otros nueve miembros de su familia en un pequeño camión a dos pasos de lo que era su hogar.

«Nos amontonamos a diez en ese camión. Dormimos sentados», explica esta mujer de 42 años, con la cabeza envuelta en una bufanda de lana para protegerse del frío.

El terremoto que sacudió Turquía y Siria el 6 de febrero, dejando más de 40.000 muertos, devastó la pequeña ciudad de Jandairis, en la frontera turca.

Suzanne no encontró más refugio que el camión de su suegro, instalado en medio de las ruinas en una calle donde casi ningún edificio permaneció en pie. En el interior, siete niños -los suyos y los de su cuñada- desayunan con mermelada, leche cuajada y aceitunas.

El bebé de 14 meses de Suzanne duerme en una hamaca improvisada que preparó con una manta que cuelga del techo.

«Nuestra situación es muy difícil, sobre todo porque tengo un bebé. Esta mañana tenía su mano entumecida por el frío y lo puse al sol para calentarlo», explica esta madre. «Necesitamos un techo, necesitamos ayuda para estos niños pequeños», añade.

La familia amontonó colchones y mantas sobre el camión.

Los socorristas retiraron más de 500 cadáveres de los escombros en jandairis. El terremoto causó más de 3.600 muertos en todo Siria, según un balance todavía provisional.

Hasta 5,3 millones de personas corren el riesgo de quedar sin hogar en Siria tras la catástrofe, advirtió un alto funcionario de la ONU pocos días después del sismo.

 

– Situación catastrófica –

 

En el otro extremo de la ciudad, Abdel Rahman Haji Ahmad, un funcionario jubilado de 47 años, construyó con sus vecinos una gran tienda de campaña frente a las ruinas de sus casas.

Las mujeres y los niños duermen allí por la noche, mientras que los hombres se quedan fuera.

«No hay agua, ni electricidad, ni higiene. La situación es catastrófica en toda la ciudad», afirma este hombre con barba gris.

De su casa, solo queda una alfombra multicolor y una manta que cuelga en las ruinas.

En la carpa improvisada, levantada a toda prisa con lonas y mantas en un callejón repleto de escombros, el hombre abraza a su hija, rodeado de otros niños del barrio.

«No pensamos en el futuro. Todo lo que queremos son lonas para instalar dos nuevas tiendas, y luego veremos», comenta.

En las zonas afectadas, muchas familias siguen durmiendo en sus coches. Otros se refugiaron en escuelas o mezquitas, o bien duermen al aire libre, debajo de los olivos.

Kawthar al Shaqih, de 63 años, eligió instalarse en un centro de acogida en las afueras de Jandairis con sus hijos y nietos. Ya se había visto obligada por primera vez a abandonar su hogar en Homs, ciudad del centro de Siria, debido a los intensos combates entre rebeldes y el régimen de Bashar al Assad en 2012.

Gran parte de los habitantes del noroeste de Siria, bajo el control de las formaciones rebeldes, son desplazados que llegaron de otras regiones del país a medida que el régimen recuperaba el control.

En una de las carpas blancas que se alinean entre los olivos, arregla las mantas y los colchones en el suelo.

«No sabemos a dónde ir asique nos quedamos aquí, en el frío», confiesa esta mujer que dice haber dormido en la calle los primeros días después del terremoto.

«La situación es insoportable, no sabemos qué hacer. No tenemos dinero para comprar una botella de agua. No tenemos más que la misericordia divina», resume.

AFP