La brasileña Patricia da Silva se empantana en el lodo al entrar en la casa de la que huyó en la madrugada del domingo junto a sus hijas, después de que un torrente de barro y piedras arrasara parte de su vivienda en el litoral de Sao Paulo.
«Estoy muy triste por la destrucción, pero al mismo tiempo feliz porque conseguimos salir con vida», dice a la AFP esta empleada doméstica, de 31 años, de cabello y ojos oscuros, quien se salvó por poco de ser arrastrada por el agua mientras dormía.
El temporal que descargó lluvias récord durante el fin de semana de carnaval dejó a muchos sin nada y se cobró la vida de 36 personas, 35 de ellas en el municipio de Sao Sebastiao, a 200 km de la ciudad de Sao Paulo (sureste).
En el distrito de Juquehy, varios vecinos ayudaban a Da Silva a rescatar lo poco que quedaba en pie de la precaria construcción, yendo y viniendo con carretillas llenas del lodo anaranjado que convirtió la casa en un pantano.
El sofá desvencijado, los colchones y los esqueletos de algunas sillas formaban una pila de basura en un lado de la ruta, donde todavía avanzaba el agua.
– Soterrada bajo los escombros –
Los surcos marrones poblaban los morros cubiertos de verde a la vera del camino costero. Junto a la playa, se apreciaba un escenario de desolación y destrozos, mientras los supervivientes no daban crédito a lo ocurrido.
Los deslizamientos bloquearon caminos y dificultaron los rescates. Michael Alves se abrió paso entre los escombros para salvar a sus familiares, después de que su casa fuera arrasada por un río de lodo barranca abajo.
Su padre quedó «atrapado contra la pared» y su esposa «soterrada ahí», dice este ayudante de albañil, de 30 años, señalando una montaña de escombros formada por ladrillos, electrodomésticos y pedazos de muebles.
«Los bomberos no conseguían llegar», así que con otros allegados «escarbamos y los sacamos».
De sus pertenencias, apenas rescató una Biblia y un par de artículos de cocina.
– Gritos desesperados –
Las lluvias afectaron los servicios básicos de luz y agua en distintos municipios del litoral paulista. Una decena de vecinos formaron una fila frente al camión cisterna que llenaba tanques y bidones de agua a quienes se quedaron sin abastecimiento.
Cientos de habitantes debieron dejar sus casas, ubicadas en zonas de riesgo, con un cielo gris todavía amenazante en la región.
Una iglesia evangélica dio cobijo a unos 150 evacuados, en su mayoría habitantes de Morro do Pantanal, en Juquehy. La sala principal era un «tetris» de colchones, y el altar, un depósito de donaciones. Afuera, se repartía ropa y comida.
Pero el abrigo apenas calmaba la angustia de Marcia Cavalcante, de 28 años, que llegó el domingo junto a sus hermanos tras el deslave.
«Estábamos en casa y escuchamos un ruido muy fuerte y los gritos de socorro de una familia arrastrada por la corriente. Fue desesperante, pero no podíamos ayudarlos porque si no nos convertíamos en una (víctima) más», dijo, intentando contener las lágrimas.
Entre las tristes historias que los vecinos se contaban este lunes, se repetía la de una pareja y su hija de dos años, desaparecidos. Las imágenes que grabó Noemia Regina, una vecina que moraba en lo alto del morro, dejaban pocas esperanzas: barro, restos de árboles, y más barro. Ni un rastro de la casa.
AFP