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La oscura muerte del jefe de la guardia Suiza en el Vaticano

El Vaticano - Pixabay
El Vaticano - Pixabay

El comandante Alois Estermann no llevaba un día en su cargo como jefe de la Guardia Suiza cuando la muerte lo encontró en su departamento de Ciudad del Vaticano la noche del lunes 4 de mayo de 1998.

La parca se le personificó en dos balazos de una pistola automática Stig Sauer 75. El hombre, de 43 años, no murió solo. En la misma habitación se encontraron otros dos cuerpos inertes baleados con la misma arma: el de su mujer, la exmodelo venezolana Gladys Rosario Meza, de 48, asesinada de un disparo, y el del sargento mayor Cédric Tornay, de 23, con un tiro en la boca que parecía tener la impronta de los suicidas.

La noticia causó conmoción, no solo por tratarse de una triple muerte y por el alto cargo de una de las víctimas, sino porque Estermann era considerado un héroe en el Vaticano: fue el hombre que en 1981 protegió con su cuerpo a Juan Pablo II cuando le turco Alí Agca atentó contra su vida.

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Las autoridades vaticanas acallaron el caso en apenas 24 horas: por razones imposibles de determinar –tal vez la frustración de no haber sido ascendido, o quizás un arranque de locura homicida– el sargento mayor Tornay se había presentado en la vivienda de Estermann y asesinado a la pareja para después pegarse un tiro en la boca. Esa fue la versión oficial.

Para que no corrieran rumores de algo más indecente que la muerte, apenas tres horas después de conocido el hecho el vocero de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, se apresuró a decir que los tres muertos estaban “completamente vestidos”, no se vaya a pensar mal.

Ni sexo, ni triángulo amoroso; simplemente una tragedia provocada por la locura repentina o los deseos de venganza de un hombre, así podía resumirse la versión oficial.

Las cosas no estaban tan claras para el Corriere della Sera, el diario de mayor tirada de Italia, que al día siguiente, en una de sus notas sobre el caso, postuló: “La versión oficial del asesinato simplifica la catástrofe hasta banalizarla”.

Para entonces, el único juez de Ciudad del Vaticano, Gianluigi Marrone, había dictaminado el secreto sobre la investigación, una medida que no se levantaría durante casi 25 años.

Así, la triple muerte de la noche del 4 de mayo de 1998 emprendió el mismo camino que había tomado quince años antes el caso de Emanuela Orlandi, la adolescente de 15 años que desapareció cuando volvía de una clase de música y nunca más se supo de ella.

Si, como sostiene la Iglesia, los designios de Dios son inescrutables, no cabe duda que los secretos del Vaticano también lo son.

La investigación sería secreta, pero los rumores que empezaron a correr se hicieron rápidamente públicos: triángulo amoroso, una fiesta sexual que había terminado mal, celos, venganza, información peligrosa que guardaba Estermann y hasta una vieja historia de espionaje a favor de la ya inexistente Alemania Oriental.