Un periodista de BBC News tuvo acceso a las instalaciones del Centro Penitenciario de Aragua, mejor conocido como Tocorón. Mientras recorría el lugar confesó llegar a dudar de lo que veía.
Tocorón no era una cárcel cualquiera, era un parque temático. Algo similar a ese que recreaba el lejano oeste en Westworld, la teleserie distópica de HBO.
“Guerrero –dijo Julio, refiriéndose a Héctor Rusthenford Guerrero Flores, alias Niño Guerrero, el pran o líder de Tocorón y del Tren de Aragua– siempre dice que no va a descansar hasta convertir esta cárcel en la urbanización Tocorón”, aseguró durante nuestra conversación en un espacio acondicionado para las visitas, con un televisor, sillas y mesas de madera.
En Venezuela, se le conoce como urbanización a las zonas residenciales, donde viven las clases medias y los ricos. Pero Tocorón más que una urbanización, estaba más cerca de ser una pequeña ciudad.
El penal contaba con una planta eléctrica gigante para contrarrestar las fallas en el suministro de energía que son comunes en Venezuela. Incluso disponía de su propia cuadrilla de técnicos (presos), uniformados con jeans y camisetas de color, que se encargaban del mantenimiento y la supervisión del sistema de electricidad de la cárcel.
“Los técnicos de aquí son tan buenos que de afuera los mandan a buscar y los llevan a hacer reparaciones cuando hay fallas de luz en los pueblos cercanos”, comentó Julio.
Los «gariteros»
Esa obsesión de Guerrero por convertir Tocorón en una urbanización podría explicar la cantidad de construcciones e instalaciones recreativas que había en la prisión, así como el afán por el orden y la seguridad.
Todos los espacios de la prisión estaban custodiados por hombres armados con fusiles AR-15, AK-103, pistolas calibre 9 milímetros y escopetas. Estos vigilantes también eran presos y en el argot carcelario se les conoce como “gariteros”.
El zoológico, que daba hacia una gran montaña con mucha vegetación, era resguardado por dos gariteros para cuidar a los animales. Se decía que una serpiente de mucho valor para Guerrero se perdió y, desde entonces, el pran, como se donomina en Venezuela a los líderes carcelarios, se aseguró de que no volviera a pasar.
Las aves, los monos, las avestruces, los felinos, las gallinas, los caballos, los cerdos y el ganado, todos estaban en jaulas o espacios perfectamente adaptados para cada especie. Incluso tenían pequeños carteles o fichas que describían las características de cada uno.
En esa misma área estaba también la gallera, una impresionante construcción de concreto donde se organizaban peleas de gallos con apuestas. Al lado, un estadio de béisbol con grama artificial que había sido remodelado por el pran.
El comiezo del fin de Tocorón
Mi visita estuvo vigilada por dos hombres armados, con pistola y escopeta, desde un punto de control improvisado a tres metros de nosotros. Durante aquel recorrido me topé con hombres armados cada 100 metros, además de otros que se desplazaban en motocicletas de alta cilindrada.
Me encontré con locales para hacer apuestas en las carreras de caballo, y lo más llamativo fueron los comercios destinados exclusivamente a la venta de drogas: desde marihuana cripy pasando por cocaína hasta sustancias sintéticas.
A cada paso iba identificando lugares que desde 2016 había visto en fotos o video filtrados, o recreado con base en testimonios de personas conocidas. “Ahí está. Es la discoteca Tokio”, me dije cuando pasamos cerca del popular local, escenario de las famosas fiestas de Tocorón.
Logré identificarla con dificultad, porque la fachada estaba cubierta con una lona negra. Al salir de la prisión, un exmiembro de la organización me explicó que a mediados de 2022 los pranes habían recibido la orden del gobierno (sin precisar de dónde o de quién) de cerrar la discoteca al público. Era un tema de discreción, de no seguir llamando la atención, porque adentro las fiestas seguían.
Esta medida pudo ser quizás un indicador del comienzo del fin de Tocorón.
En ese momento, Guerrero también ordenó a sus aliados suspender las estafas en las ventas de vehículos que se hacían desde varias prisiones, a través de la página de Facebook Marketplace. El escándalo había escalado a distintos sectores de la sociedad y afectado incluso a varios funcionarios.
«Esta cárcel es para millonarios»
La conversación informal con Julio se produjo entre bocado y bocado de un pan tipo baguette que le llevé. No siempre tenía la posibilidad de comer pan y beber una gaseosa. Pocas veces recibía visitas.
Sin embargo, me contó que en Tocorón había presos en peores condiciones.
Los llamaban “varones”, “manchados” y “ovejas». Estaban en la última escala de los estratos sociales en la cárcel. Reclusos que no tienen familia o que rompieron alguna de las reglas impuestas por el pran.
Estaban confinados a ciertas áreas, de las cuales no pueden salir, y sin acceso a la piscinas, los restaurantes o la discoteca. Para ser identificados debían vestir con camisas de manga larga con estampados de cuadros o rayas y usar corbata. Muchos de estos hombres se veían famélicos y se desplazan como zombies.
“Esto es para millonarios. Esta cárcel es para millonarios. Aquí todo es plata», advirtió Julio, con un gesto de resignación. «Todos tenemos que pagar US$15 de causa (importe que la población penal cancela al pran para permanecer en la prisión sin recibir castigos corporales) a la semana”.
Los presos también debían pagar por las llamadas telefónicas. Las tarifas eran variadas: US$20 por el alquiler de un espacio individual para dormir de 2×2 metros, US$30 para que sus parejas pudieran quedarse el fin de semana, entre otras.
Con información de BBC News