ORLANDO VIERA-BLANCO
Me ha impactado sentidamente lo que ocurre en Israel. Tanto en lo humanitario como en lo normativo. El derecho no evoluciona a la velocidad de las atrocidades. Revivir episodios bárbaros, degradantes y salvajes en pleno siglo XXI, demuestra que el ser humano y el orden público internacional, aún padecen de palmarias carencias que impiden a la política, la diplomacia, la norma y la justicia, prevenir y proteger a la humanidad como lo quiso la Carta de las NNUU. Luce que esa Carta-adelantada a sus tiempos- comenzó a quedar rezagada y caduca. ¿Es necesaria otra catástrofe para “adecuarla”?
El Estado como factor inmoral
Desde que el Estado fue concebido unos 6.000 años antes de Cristo, cuando las comunidades originarias o primarias-en los arenales de ríos, valles y praderas-se organizaban para comer, sobrevivir o contener los acechos de los bárbaros que irrumpen matando y asaltando, la necesidad de una autoridad superior para el orden, protección y mando ha sido constante.
Yuval Noah Harari nos comenta: “Durante los últimos millones de años, el Homo sapiens se ha destacado como la especie gobernante del planeta. Sin embargo, aunque ha logrado vencer grandes amenazas para la existencia y el desarrollo humano como las plagas, el hambre y la guerra, el Homo sapiens está a punto de afrontar una nueva era en el siglo XXI”. Amén de los desafíos y amenazas de las nuevas tecnologías, sin duda el hombre es la gran amenaza del hombre…
Desde las tribus, los pueblos errantes; nómadas, faraones, la República de Aristóteles y Platón, los estoicos, imperios, estados-nación; las monarquías, colonias, estados feudales o soberanos hasta el estado liberal moderno, el común denominador que subyace-al decir de León Tolstoi-es la dialéctica de la guerra y la paz. Y por lo visto la guerra, más de lo racionalmente aceptado, derrota a la paz. Así la más antigua de todas las sociedades y la única natural, que es la de la familia [Rousseau], aún no vence “una corriente liberadora” insaciable, fanática y anárquica.
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Nos enseña Tolstoi: “Para ser feliz es necesario creer en la felicidad”. La felicidad que, para Benjamín Bentham, es la suma de los placeres y dolores. ¿Ha sido la humanidad suficientemente protegida y venerada para acumular más placeres que dolores? Existe sobrada literatura para concluir que sí. Pero un elemento indómito de la naturaleza humana nos estanca: no entender que nuestra soberanía personal debe obedecer la soberanía de los cuerpos colectivos, ordenados, honorables y legítimos [Dixit Contrato Social Rousseau]
El conflicto Palestino-Israelí desde Abraham, pasando por Isaac, Ismael y Moisés; la convivencia hostil entre filisteos [palestinos] y judíos en Canaán; el éxodo judío de Egipto y su larga peregrinación a Judea; la ocupación Británica de Palestina hasta el mandato de creación del Estado de Israel [1948], han tenido como testigo, Estados inmorales causantes de barbaridades.
La felicidad, como derecho sagrado del hombre, aún no alcanza un valor universal. Al menos en la práctica. La humanidad tardó miles de años para proclamar la libertad, la igualdad y fraternidad [1789] y “un poco más tarde” la declaración de los DDHH [10/12/1.948-R:217A]. Pero sigue corriendo mucha sangre debajo de los puentes. No somos universalmente felices. ¿Por qué? Hemos desarrollado un orden sancionatorio a la guerra, la agresión, el terrorismo, los crímenes de lesa humanidad, el genocidio, a la luz del derecho positivo internacional penal, pero con serias limitaciones como fuerza jus-naturalista de seguridad preventiva.
Cuidado: El estado se ha venido convirtiendo en un factor de deterioro moral de la historia y de la humanidad. Los estados anteponen una suerte de moral colectivista de poder, que choca con los derechos civiles y humanos individuales fundamentales…Ataques horrendos contra bebés, niños, mujeres, poblaciones indefensas; violaciones, degollamientos, amenazas de Yihad, secuestros y extorsión terrorista, no logran ser globalmente contenidos a cuenta de postulados de soberanía y no-intervención de corte nacionalista, promotora de la dualidad ‘la guerra y la paz’, que descarta la felicidad grupal como derecho colectivo superior.
No vamos bien. ¿Para qué son los Estados?
Vale la pena escuchar el discurso del alcalde de NY Eric Adams con relación a los actos atroces de Hamas. Entre otra cosa ha dicho: “No estamos bien cuando vemos a niñas jóvenes arrancadas de sus hogares y arrastradas por las calles […] No estamos bien cuando vemos abuelas siendo sacadas de sus casas y niños a los que les disparan frente a sus familias…Israel tiene derecho a defenderse. Su lucha es nuestra lucha».
Y agregamos. No estamos bien cuando los estados no son capaces de ceder su cuota de soberanía para defender y prevenir estos crímenes. No estamos bien cuando existen “gobiernos” de estados fallidos con voz, voto y poder de veto en el Consejo de Seguridad de las NNUU y amparan terroristas. ¿Estados para qué? Acaso para matar, acumular poder, causar dolor y victimizar […] Si los tratados por los DDHH, contra la tortura o la agresión son letra muerta, no estamos bien. Si las NNUU-fundada para prevenir nuevos holocaustos, guerras y crímenes de lesa humanidad, asistida de una compleja burocracia-no da de baja a estados inmorales que pueden acabar con la humanidad, el homo sapiens seguirá siendo el principal enemigo del hombre.
No estamos bien si la humanidad no evoluciona hacia nuevas medidas de seguridad, prevención y tutela de los DDHH. El desafío de una nueva era Post moderna es generar un mundo realmente universal en términos del deber de prevenir y proteger. La universalización de los DDHH demanda una nueva normativa audaz donde cada estado ceda su soberanía en procura de la felicidad y seguridad sostenible de los pueblos como ideal universal…Los tribunales especiales de Nuremberg y Tokio [1946], de Yugoslavia [1993] y Ruanda [1995] dieron un paso al frente. Juzgaron-ratione materiae y personae-en jurisdicción supranacional, a criminales de guerra, agresión, genocidio y lesa humanidad. Un paso evolutivo contra el exterminio humano, amén de sus virtudes y deficiencias. La Corte Penal Internacional [CPI], es otro avance. Pero falta un salto cuántico: garantizar la justicia global contra la tiranía, las dictaduras, estados fallidos y el monstruo del totalitarismo.
Un mundo muy ocupado y curioso…
Esta frase nos plantea la idea que el avance como especie ha sido en gran medida gracias a nuestra capacidad para cuestionar lo que nos rodea. Vuelvo con Harari: “Hemos evolucionado para entender el mundo a nuestro alrededor, no para aceptarlo como una verdad inmutable. Esto significa que debemos seguir buscando el conocimiento, siempre tratando de descubrir nuevos hechos y soluciones para los problemas de la humanidad. Nuestra propia supervivencia como especie depende de nuestra curiosidad y dedicación a la comprensión de la naturaleza. Tenemos el poder de cambiar el mundo, y lo mejor es que podemos hacerlo uniendo nuestras fuerzas y nuestra inteligencia”. Y agregaría: ¡tenemos el poder y el deber de salvar el mundo!
La idea de crear una jurisdicción penal internacional en Núremberg y Tokio fue un hito en el derecho procesal penal internacional y la lucha por prevenir y castigar conductas atroces. A partir de este esfuerzo racional, se sentaron las bases del edificio jurídico del derecho internacional penal que sustenta a la CPI en el Estatuto [de Roma] que le dio vida en 1998…La Guerra de los Balcanes de 1992-1995 y el genocidio en Ruanda de 1994, delinearon asertivamente el rostro jurídico de la disciplina del derecho internacional penal como la conocemos hoy. ¿Por qué no crear una jurisdicción universal preventiva y coercitiva [no sólo complementaria y represiva] que califique estados parias, terroristas, radicales y genocidas?
Grocio consideraba la guerra el origen del pretendido derecho de esclavitud. El vencedor tiene, según comenta, “el derecho de matar al vencido, y éste puede comprar su vida a expensas de su libertad”. Cuánto ha progresado la humanidad desde esta concepción, pero cuánto retrocede…La guerra y la esclavitud persisten. No es una relación de hombre a hombre, sino una relación de Estado a Estado en la cual los particulares sólo son enemigos incidentalmente, no como hombres, no como ciudadanos, sino como soldados. Entonces existe una línea muy delgada entre ser ciudadanos y devenir en soldado. Y no por defender una nación, sino una religión o una ideología. El mundo permanece muy ocupado con Black live Matter o el cambio climático, mientras algunos estados bloquean el derecho de identidad a sus connacionales, los matan de hambre, persiguen o torturan, al tiempo que conceden pasaportes a terroristas o acogida a chinos, rusos, iraníes y cubanos. Estados inmorales que desplazan a sus pueblos y declaran la guerra a la civilización, impunemente.
Los juicios de Nuremberg y Tokio determinaron y sancionaron las responsabilidades de dirigentes, funcionarios y colaboradores del régimen nacionalsocialista de Adolf Hitler y los excesos de guerra del emperador Hirohito. Nacieron de la declaración de los líderes aliados Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill y Stalin [1942], en la cual anunciaban que, terminada la guerra, todos aquellos jefes o líderes del militarismo de las naciones que conformaban el eje, serían juzgados por sus delitos. Esto fue ratificado durante las conferencias de Teherán (1943), Yalta (1945) y Potsdam (1945). Con deficiencias y aciertos, significó un avance hacia una jurisdicción universal penal. Pero seguimos en deuda: La doctrina de prevenir y proteger sigue siendo adorno chino. Una retórica costosa. Y van por libres regímenes como el de Cuba o Venezuela, Myanmar o Corea del Norte, Somalia o Libia, disfrutando de una inmunidad diplomática anacrónica, bajo el padrinazgo de países miembros del Consejo de Seguridad de las NNNU.
Los crímenes contra la paz y horrendos holocaustos repetirán si el hombre no es curioso para la paz, si no es capaz de entender su mundo alrededor, para seguir buscando el conocimiento que permita descubrir nuevos hechos y nuevas soluciones a los problemas de la humanidad.
Estaremos a merced del hombre primitivo, bárbaro, neandertal, que justifica apropiarse del hombre vencido, plasma originario de la guerra y la extinción. Una amenaza en tiempos modernos, donde la máxima “desaparecer al pueblo de Israel” y acto seguido, al planeta se tamiza como atuendo de peluche de Norit por los pasillos y orlos de la diplomacia convencional.
Mientras nace un nuevo contrato social universal, el Alcalde Adams de NY lanza un grito claro y fuerte desde la misma barriada de la ONU: ¡no vamos bien…!