Por: Gonzalo González
En la última semana, hemos presenciado una campaña de satanización contra Manuel Rosales. En la cual se le ha tildado de cuanto adjetivo negativo pueda enrostrársele a un político hasta ser llamado alternativamente “traidor” o “Judas”. Lo llamativo de esa campaña es que proviene de sectores de la oposición democrática, fuego amigo puro y duro. El culmen del órdago fue la quema de un muñeco bifronte con las caras de Maduro y Rosales, acto propiciado por algunos dirigentes y opinantes con su incontinencia descalificatoria previa y ejecutado por un quinteto de “activistas opositores” en Caracas.
Rechazo y condeno esos despropósitos contra Rosales y cualquiera que lo padezca inmerecidamente. Él es el segundo dirigente más importante de la oposición democrática por su trayectoria y condición de gobernador del estado Zulia, por tanto un activo de las fuerzas de cambio. Ha sufrido el castigo del del chavismo porque ha sido uno de los pocos que los ha derrotado y la última vez (elecciones a gobernador del Zulia en 2021) por paliza encabezando una amplia coalición de fuerzas democráticas regionales y nacionales.
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Homologar a Rosales con Maduro es excesivo e indigno. La gestión de Rosales como gobernador y alcalde ha sido provechosa para zulianos y maracuchos, todo lo contrario a la gestión ineficaz, corrupta, mendaz, represiva de Maduro cuyas consecuencias principales son: la emergencia humanitaria y la diáspora.
Con lo anterior no pretendo comunicar que Rosales no es criticable, yo mismo he divergido de algunas de sus posturas y posicionamientos; pero someterlo a tal linchamiento moral, político es desmedido, injusto, cruel y proviniendo de las filas democráticas es intolerable y literalmente escupir para arriba. En esto no caben medias tintas, debe ser condenado sin ambages.
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El origen de esta actitud propia de intolerantes y perdonavidas se encuentra en sectores de la oposición democrática que al igual que cuando se debatió sobre la continuidad del Gobierno Interino, demostraron que no saben procesar con sentido e interés constructivo las diferencias siempre presentes en un mundo plural como lo es la oposición democrática, lejos de confrontar argumentos en función de construir unidad y músculo político lo contaminan con insultos, descalificaciones. Impiden que el resultado del debate sea la síntesis provechosa de la “ética de la convicción” con la “ética de la responsabilidad”. Con los consiguientes efectos y consecuencias negativos para el proyecto de cambio.
Imaginémonos, por un momento, lo que ocurriría si esa forma de dirimir diferencias se mantiene y reproduce en un Gobierno de transición, que necesariamente sería de coalición.
Caracas, 1 de abril de 2024.