Los venezolanos siempre en período de crisis, llámese, política, económica, educativa, social o del agotado funcionamiento de los servicios públicos, debido al mal manejo de las responsabilidades gubernamentales, no deja de tener siempre, ante el mal tiempo, buena cara y el mejor humor posible, aunque el sabor sea el más amargo, agrio y detestable que podamos aguantar de sabores inimaginables.
Solo pensar, razonar, considerar y analizar lo que nos pasa a los venezolanos en cualquiera de esos escenarios, no digo nos pone molestos o con los nervios de punta, sino que la angustia, zozobra y el desasosiego nos parte el alma y busca destrozar la voluntad de tener la esperanza de vivir, disfrutar y compartir un mejor país con calidad de vida que nos alegre la existencia.
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No nos merecemos lo peor. No es justo ni aceptable. Hoy el país no es ni se parece al nuestro, al que siempre tuvimos, cuando nos dijeron que el anterior era malo, injusto o lleno de desigualdades. No obstante, comparando lo anterior con lo actual no hay mucha o ninguna analogía cuando terminamos sacando conclusiones.
El caraqueño, oriental, llanero, andino, del centro o sur de Venezuela y, por supuesto, el zuliano cada uno con su propia idiosincrasia, tiene valores que trascienden más allá a su propio espacio geográfico, pero muy parecido somos cuando, por ejemplo, decimos en cualquier región que al mal tiempo buena cara o que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.
Los venezolanos somos personas distintas a cualquier otro ser humano. Estamos llenos de características únicas en el ADN. A diferencia de muchos pueblos, el nuestro, lo sabemos, tiene un pasado distinto, diferente, nada parecido, incomparable, diría, porque tenemos valores libertarios. Somos solidarios, super panas, amigos de los amigos, pero nos molesta la injusticia o que nos vean cara de pendejos.
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Antes del 28 de julio día de las elecciones debe recordarse el refrán que «cuando el río suena es porque piedras trae». El propio día de esa jornada democrática los centros de votación fueron convertidos en verdaderos ríos desbordados, cuando la mayoría de venezolanos expresó su opinión por un cambio en la conducción del país. El árbitro electoral, negando lo que todos vimos, no ha mostrado, publicado o convencido que sucedió lo contrario. La duda no ha logrado ni hará extinguir o desaparecer la esperanza.
Cierto que no es cosa de humor lo que pasa en nuestro país pero de alguna manera los venezolanos sabemos transfigurarnos, poniéndole al mal tiempo buena cara, porque echarnos a morir sería negar que la esperanza es lo último que puede perderse a pesar de condiciones adversas, inciertas, estresantes o desdichadas que no aceptamos o merecemos.
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Dios no nos da lo que no podemos soportar dice un pasaje bíblico. Eso es libre de creerlo, compartirlo o no. Lo creo porque la fe alimenta la esperanza, lo cual es llama permanente que todos llevamos dentro de nosotros, aún cuando no la percibamos, veamos o sintamos. No tener esperanza es carecer de sueños, ideales o echar a un abismo un mejor futuro al que tenemos todo derecho.
Nadie, ni ninguna circunstancia, momento o coyuntura política, económica o ideológica nos puede someter, cambiar o llevarnos a renunciar al derecho de construir un mejor país, a partir de lo sucedido en las elecciones de hace dos meses, cuando la mayoría expresó su voluntad real, tangible y concreta que no podrá ser marginada, negada o desaparecida desconociendo lo sucedido ese glorioso día.
«Cuando el río suena es porque piedras trae» expresa el sentimiento de la mayoría de los venezolanos cuando el sonido, zumbido y el estruendo de su voluntad, fue el ruido de una metáfora colectiva, cual caudal de agua de hombres, mujeres, jóvenes y ancianos que desbordaron los centros de votación sin dejar ninguna duda de la victoria obtenida.
Hoy negada y escondida por un árbitro electoral que su mejor logro ha sido convertirla en un secreto a voces.
¡Amanecerá y Veremos!