La falta de unidad política en la oposición venezolana es un factor de quiebre del desempeño político. Las diferencias ideológicas, los intereses personales y las presiones externas suelen ser citados como las principales causas de esta fragmentación.
Hablemos de unidad. A pesar de ser una virtud esencial de leverage político, la unidad nos cuesta, sigue siendo un fin difuso. La falta de unidad ha minado la confianza, el desempeño político y la cohesión para lograr objetivos. La fragmentación ha frustrado nuestras alianzas. La unidad, hoy más que nunca, es condición sine qua non de la nueva administración Trump para colocarnos en su agenda.
Revisemos los factores históricos, tribales, antropológicos y culturales que atentan contra la unidad. Se ha dicho que [la unidad] no es un fin en sí mismo, pero sí lo es. Un arma poderosísima que se confunde con la libertad y la vida. Hagamos un poco de historia, del denominado síndrome de la “cabra que salta pal’ monte» [Dixit Ruth Capriles], que no es otra cosa que nuestra impenitente desagregación social y exclusión contumaz.
La involución social y política. Cómo llegamos al desastre
Apelo a las perspectivas de historiadores como Ana Teresa Torres, Rafael Arráiz Lucca e Inés Quintero. Cada uno de ellos ha ofrecido una visión aguda sobre los procesos históricos, políticos y culturales que han marcado al país, permitiendo comprender cómo se llegó a la crisis actual desde una perspectiva multidisciplinaria, donde duele incluir, un Estado criminal inédito.
Ana Teresa Torres-en su obra La herencia de la tribu-analiza cómo el concepto de nación en Venezuela, ha estado profundamente marcado por mitos fundacionales y narrativas que exaltan la identidad colectiva en torno al culto heroico a Simón Bolívar. Una sociedad con una percepción romántica de su historia, incapaz de enfrentar las complejidades de la modernidad. El culto a Bolívar-exacerbado en el chavismo-se convirtió en un instrumento político que reconfiguró los valores republicanos, trasladando la noción de “pueblo soberano” a una dependencia mesiánica al líder salvador. Es la sustitución del libre albedrío por el “super hombre”, que me representa, me cuida y me resuelve.
Torres sugiere que este discurso simbólico contribuyó a la involución política del país. En lugar de consolidar instituciones, fortaleció un liderazgo autocrático que justificó su autoridad mediante la “reconexión con el pasado glorioso”. Este retorno al mito tribal-como ella lo denomina-ha obstaculizado el desarrollo de una ciudadanía activa, creativa y crítica. Chávez vive, luego existo. Pero desde la oposición, el mito también ha sido rotatorio.
Rafael Arráiz Lucca hace énfasis en la transición del modelo democrático representativo surgido en 1958 al sistema autoritario instaurado a partir del chavismo. Arráiz Lucca describe cómo, pese a los avances democráticos durante la segunda mitad del siglo XX, el país no logró consolidar una institucionalidad suficientemente sólida para resistir las tensiones internas y las crisis económicas recurrentes. El populismo petrolero del siglo XX, permitió que el Estado asumiera un papel paternalista, fomentando la dependencia de la población frente al gobierno. PDVSA por ejemplo pertenece a quién la preside, no al ciudadano.
El modelo clientelar fue aprovechado y radicalizado por Hugo Chávez, quién desmanteló las instituciones democráticas bajo la premisa de dar poder al “pueblo”. Arráiz Lucca identifica como el ardid exacerbó la corrupción, debilitó el sistema judicial y concentró un poder oliva disfrazado de democracia participativa.
Inés Quintero aporta una visión histórica centrada en procesos sociales y culturales de largo plazo. Quintero resalta la persistencia de patrones de exclusión, clientelismo y desigualdad que han caracterizado a Venezuela desde la colonia. Según Quintero, el deterioro social no es un fenómeno exclusivo del chavismo, sino el resultado de décadas de desatención a las profundas fracturas sociales del país [subrayado mío]. En esta sentencia histórica subyace el plasma originario de una sociedad banalizada, personalista, desagregada, ausente de sentido de corresponsabilidad social y sacrificio por el otro.
El chavismo amplificó estas desigualdades al implantar un sistema de control social basado en la renta petrolera, la militarización de la administración pública, la milicia y el reparto discrecional de recursos. Este modelo-según Quintero-perpetuó la dependencia del Estado y destruyó los vínculos comunitarios, desarticulando a las clases medias, pilares fundamentales de una sociedad democrática. Emerge entonces una sociedad fragmentada, polarizada, de precarización generalizada. Una sociedad que concibe un estado interventor que idealiza el taita y al “pueblo manso y obediente”. Todo un sistema de delegación y endoso sociopolítico donde el estado todo lo puede y todo lo hace, castrando al ciudadano que todo lo espera, que poco o nada hace.
Venezuela bajo este esquema de mitos de riqueza, externalidad, banalidad y exclusión, rompió su tejido social. A partir de esa ruptura, brota la desconfianza grupal y una sensible profanación de los valores democráticos e identitarios. Esta dinámica invasiva demanda un cambio del modelo de poder para reeducar a una sociedad mutilada, extirpando las tribus, al cacique abusador y adulador [dixit Pocaterra] y al mandamás, pero también al sumiso, al alacrán y al obediente.
Las raíces de la fragilidad institucional en Venezuela
Analicemos las causas históricas, seminales y culturales que han dificultado la formación de instituciones fuertes en Venezuela. Juan Linz, Guillermo O’Donnell y Francis Fukuyama, han estudiado los problemas del desarrollo institucional desde una perspectiva de política comparada.
Desde principios del siglo XX, el petróleo transformó a Venezuela en una economía dependiente de la renta petrolera, lo que debilitó el desarrollo de instituciones orientadas a la diversificación económica y la redistribución equitativa de la riqueza. El modelo rentista-ampliamente analizado por Terry Lynn Karl en The Paradox of Plenty (1997)-describe cómo las economías basadas en recursos naturales tienden a desarrollar estructuras estatales débiles, centralizadas y clientelistas. Desde el programa de un vaso de leche hasta las misiones barrio adentro, no salimos de la borrachera populista.
Por otro lado, el caudillismo presente desde la independencia, exacerbó una cultura política centrada en el liderazgo personalista en lugar de la fortaleza institucional. De Páez a Guzmán Blanco, de Gómez a Pérez a Jiménez y Chávez, el progreso dependía de líderes “providenciales” en un país-maletín. Juan Linz en su estudio sobre los regímenes autoritarios, advierte que las sociedades con tradición caudillista tienden a enfrentar dificultades para consolidar democracias estables.
El poder subordina las instituciones a intereses personales. Así se subordinó la otrora Corte Suprema de Justicia [CSJ] que defenestró a Pérez y más tarde habilitó un Referéndum Constituyente írrito [25/4/1.999], que produjo la disolución del estado republicano imperante [Asamblea bicameral, beligerancia de la FFAA, creación de 5 Poderes Centrales]. Las 49 leyes de Chávez mediante Ley Habilitante, fueron el corolario de ese endoso todopoderoso. La polarización, el paro cívico y el golpe de estado hicieron cima 11A-2002. Primaveras y caos. Nuestra eterna ambivalencia cultural.
Francis Fukuyama, en Political Order and Political Decay (2014), argumenta que la consolidación de instituciones requiere no sólo estructuras legales, sino una cultura política que promueva la participación ciudadana. La incapacidad de generar una ciudadanía autónoma está vinculada al paternalismo estatal. Guillermo O’Donnell, en su análisis sobre el Estado burocrático-autoritario en América Latina, describe cómo el clientelismo político y la dependencia económica de la población hacia el gobierno, limitan la posibilidad de exigir transparencia y rendición de cuentas. Se decretan entonces constituciones reglamentarias [CRBV-1999], embriagada de derechos y potestades estatales, ausente de deberes ciudadanos.
Otro factor clave para entender la fragilidad institucional en Venezuela es la persistencia de desigualdades profundas. Desde la época colonial la estructura social venezolana se basó en sistemas jerárquicos y excluyentes que perpetuaron patrones de desigualdad. Inés Quintero, en sus investigaciones sobre la sociedad colonial, destaca cómo estas divisiones sociales condicionaron el desarrollo político del país.
El chavismo exacerbó esta fragmentación mediante un discurso polarizador que dividió a la sociedad en dos bloques antagónicos: “ricos” y pobres”, “patriotas y traidores”. La polarización ha impedido construir consensos. La cohesión social entendida como el constructo de valores éticos y culturales para integrar y agregar, ha sido demolida por la cultura pretoriana y cleptócrata. Permutamos institucionalidad por centralización, nihilismo y control ideológico. Linz y Alfred Stepan, en Problems of Democratic Transition and Consolidation (1996), argumentan que las democracias requieren una separación clara entre el poder político y el control institucional. En Venezuela la captura del poder judicial, el control de los medios y la eliminación de contrapesos democráticos, significaron un salto a la nada.
Los obstáculos culturales para lograr la unidad política
La falta de unidad política en la oposición venezolana es un factor de quiebre del desempeño político. Las diferencias ideológicas, los intereses personales y las presiones externas suelen ser citados como las principales causas de esta fragmentación. El alacranato es expresión pura de desecho cultural.
Otro factor seminal de fractura es la incapacidad cohesionarnos en torno a un programa común. Esta dinámica refuerza lo que el politólogo venezolano Carlos Raúl Hernández llama el “caudillismo opositor”. Una tendencia en la que las figuras políticas buscan destacarse individualmente en lugar de trabajar en equipo para concebir con una oferta-país consensuada. Vamos de la social-democracia, al cooperativismo laico, centralista y repartido; del colectivismo a un ideal capitalista, libertario, descentralizado y conservador, sin principios, sin debate, sin pensamiento crítico.
La fragmentación cultural dentro de la sociedad venezolana se refleja en nuestra incomprensión de un estado moderno. Las constantes fracturas dentro de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) o las disputas internas en la Plataforma Unitaria reflejan esta dificultad para construir consensos no sólo respecto a estrategias sino a modelos de Estado. La unidad en torno a ese ideal aún no es luminoso. Nos cuesta redimirnos.
La desconfianza es otro factor cultural que ha debilitado la unidad política de la oposición venezolana. Según Francis Fukuyama, en sociedades donde la confianza social es baja, las instituciones políticas son más débiles. En Venezuela la desconfianza entre los ciudadanos y hacia las élites políticas, es un obstáculo fundamental para la unidad. Muchos sectores se decepcionan de la oposición porque la delegación es muy alta y el costo de la desesperanza, es muy bajo. A partir de esa dependencia y endoso político, surge la polarización interna en torno a “héroes” que rápidamente elevamos y mordazmente destruimos.
El peso de la improvisación y la falta de planificación
La cultura política venezolana también ha estado marcada por una tendencia a la improvisación. Esta falta de visión estratégica ha sido analizada por académicos como Margarita López Maya, quien señala que la oposición ha carecido de un programa político claro que articule las demandas de los diferentes sectores de la sociedad venezolana, siendo que se ha limitado a una agenda de corto plazo centrada exclusivamente en el cambio de régimen. Sin duda la epopeya de María Corina y Edmundo fue una excepción, donde la UNIDAD entre ConVenezuela, MUD, Plataforma Unitaria y la ciudadanía activa, votando y vigilando, fue ejemplar.
La oposición venezolana ha ido madurando en medio de la represión y la anomia. Actos de desprendimiento, consensos meritorios y valentía política- justo reconocer a líderes y liderados-nos han devuelto la luz. No podemos lanzar por la alcantarilla estos esfuerzos titánicos, construyendo héroes desechables que han arriesgado y dado la vida por la libertad. !Gratitud!
Es momento de reactivar la ciudadanía activa en torno a un proyecto-país visible. No sólo es cambiar de régimen, es también cambiar de actitud. Hemos avanzado mucho. Pero aún quedan restos de fragmentación, exclusión, intemperancia, irreverencia mal administrada y banalidad cuyas distancias debemos superar. Hay un buen camino andado…
Hablando de Bolívar, tengamos presente lo que dijo El Libertador: “¡Unión o la anarquía os devorará!…” Entonces contra el caos y la opresión: Unidad…Unidad que es un fin, unidad vivida el 28J, unidad defendida con las actas y con la vida, unidad que nos hará libres, unidad, unidad y más unidad.