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Opinión

Orlando Viera-Blanco | La Revolución del 45, CAP y por ahora [III]

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Seguimos empeñados en cargar contra nuestra esencia cultural para justificar un continuo proceso emancipador y soberano, que nos arrastra-injustamente-a referentes de dominio y reflujos insalvables.

Si desean disfrutar un documento histórico bien fundamentado que profetizó la Venezuela que venía antes de finalizar el siglo XX, los invito a ver el programa Primer Plano conducido por Marcel Granier [1985], que tuvo como invitado, al periodista Carlos Rangel [1929-1988]. Una ruta [previsible] hacia lo autoritario, caótico y feroz, cuidadosamente analizado en medio de una Venezuela convulsa, perdida en el “laberinto de los tres minotaurios” [J.M. Briceño Guerrero/1977].

Pude conversar con el propio Marcel [40 años después de aquella fabulosa entrevista-documento]. “Orlando aún no respondemos a la pregunta por qué somos lo que somos” me responde Marcel con preocupación. Aquél domingo de 1985, Rangel hizo un exhorto urgente al país. El extraordinario periodista, intelectual, académico y diplomático Venezolano, autor del reconocido libro Del Buen Salvaje al Buen revolucionario [1976], cuya obra combinó pasado y presente para evitar el futuro mal vivido, pedía compungido, no más borrachera petro-democrática, no más capitalismo de estado. El estallido lo teníamos a la vista.

En este último capítulo sobre la Revolución del 18/10/1945, nos disponemos a validar la hipótesis de la brecha cívico-militar como factor de quiebre histórico, cultural, político y social, que ha impedido concitar el nacimiento de una república moderna: por el hombre, por la prosperidad, por la paz [Dixit Charles de Gaulle]. El resultado: caminar a oscuras en un espinoso laberinto.

“Sin separación de poderes no hay libertad” sentenció Montesquieu. Vale la pena agregar: sin unidad cívico-militar, no seremos libres; sin un garante del orden, la justicia y la paz, no existimos.

De lo espiritual al ethos mantuano y la república

Venezuela desde la colonia fue objeto de un proceso de conquista misionero, de cristianización inclemente. Llegada la independencia, las guerrillas , la revoluciones de colores y montoneras caudillas, pasando por el positivismo criollo, el Estado-hacienda y el alumbramiento liberal y democrático, este proceso generó un melting pot social, cultural, étnico y político, ataviado de frenesí por el poder imperial y jerárquico; la nostalgia del hombre a caballo-arrojado y libertario-y un resentimiento del hombre mestizo [blanco, negro, sambo y mulato] de animosidad cimarrona, costumbrista y rebelde. En este “dilema grupal” persisten los ideales de Bello, Bolívar, Soublete o Vargas vs. el buen salvaje y el buen revolucionario; los reyes de la baraja: Páez, Guzmán, Gómez y Betancourt [los caudillos] vs. “los alzados”, los Monagas, Sotillo, Zamora, Falcón; de los andinos vs. los mantuanos; de civiles vs. militares, de los paladines de las chozas de paja: los Zamoras, los taitas, los Colinas, Hernández o Chávez. Estos reflujos aún no cesan.

Nos comenta Carlos Rangel que Venezuela y Latinoamérica toda, inculpan su relegación histórica respecto al Reino Unido y EEUU, a una suerte de victimización determinista por causa de una conquista violenta y castradora de nuestras bondades, de nuestra “virginidad”. El hombre de vocación ciudadana quedó asfixiado por un Estado paternal, centralizador y neutralizador de las libertades. El buen lugareño, el buen nativo y el buen salvaje [virgen, puro, ingenuo] quedó atrapado por la noción de Estado-feudo todopoderoso propio de la conquista hispana y cuyo proceso de “liberación”, ha consistido en el continuismo de castas-de clases sociales, militares, civiles o políticas-que dominan el Estado-gobierno [sea de sable o de constituciones regladas].

Inglaterra y EEUU marcaron una línea gruesa entre las capacidades y competencias del Estado y los derechos del pueblo. Sus constituciones-menos reglamentarias-comienzan con el concepto nosotros el pueblo [Constitución de Filadelfia de 1787-EEUU] o la evolución constitucional del imperio Británico [1215/Carta Magna-1688 Constitución del Gobierno Parlamentario] donde el Estado llega hasta donde está permitido por la ley y el ciudadano hace todo aquello que no le esté prohibido por la constitución. En nuestras sociedades [latinas] aunque el “protocolo constitucional” lo postula, en la práctica es al revés. El estado-gobierno reforma todo ‘a su medida’ y el ciudadano obedece (y resiente) así discreción. Hemos promulgado-en Venezuela-27 constituciones. 95% de derechos y un 5% de deberes. Letra muerta.

La Revolución del 18/10/1945 es un punto de inflexión histórica de minotauros atávicos [ob.cit. Briceño Guerrero] donde se une un discurso planificado, humanista, educado y racional con el voluntarismo nostálgico del poder jerárquico y canónico, que intenta secularizarse y cabalgar a caballo entre charreteras, sables [militarismo positivista], corbata y gomina [revoluciones civilistas]. Un cocktail que se hizo Junta de Gobierno, un ‘mando colectivo’ variopinto entre imberbes republicanos y aspirantes a demócratas, ataviado de nostalgia socialista y referentes libertarios, acompañados de muchachos uniformados, embriagados de fascinación jerárquica, vocación estilista y elitesca. Esa era la Venezuela de Betancourt, Leoni, Gallegos, Gonzalo Barrios, Ruíz Pineda, que trató de convivir con Chalbaud, Pérez Jimenez, Vargas y más tarde Larrazabal. Todo un mar de fondo de resentimientos pardos, mestizos y juveniles, entre olivas, botas, corbatines y calcetines, síndrome de relegación minera donde la virtud de la tolerancia, civilidad y entendimiento, doblegan frente al denominado “chivateo adeco” y la fusta.

La gran virtud del Pacto de Puntofijo fue la emancipación de profundos complejos y atavismos culturales, que permitieron una base de gobernabilidad, de integración ciudadana, republicana y social. Sin embargo, los minotauros seguían en la sombra: lucha indómita entre lo espiritual, el ethos mantuano y la inclusión.

1989. El principio del fin

Carlos Rangel-con aguda precisión-vaticinó la llegada de una dictadura cruel y feroz. Comentó en un “Primer Plano” lapidario, que íbamos peligrosamente encaminados hacia el colapso de la borrachera democrática bipartidista, ingesta de intervencionismo y clientelismo. La clase política se empeñaba en copiar el ‘Estado de Bienestar’ de la Europa socialista, engullida de un “capitalismo de estado” de lo cual estaban muy orgullosos-tirios y troyanos. Ese capitalismo de estado que entiende por herencia cultural hispana, que lo que está bajo el suelo le pertenece al rey y no al propietario de la tierra, produciendo una licencia de recaudación fiscal, reparto y poder insaciable, donde el ciudadano queda sujeto a las sobras de un mandamás legitimado por el “sufragio popular”. Voto sobre tablas que no era uninominal.

Briceño Guerrero nos explica a qué obedece este afán centralista, jerárquico y positivista en el manejo del Estado: “Un discurso europeo segundo, importado desde fines del siglo dieciocho, estructurado mediante el uso de la razón y sus resultados en ciencia y técnica, animado por la posibilidad del cambio social deliberado y planificado hacia la vigencia de los derechos humanos para la totalidad de la población, expresado tanto en el texto de las constituciones como en los programas de acción política de los partidos y las concepciones científicas del hombre con su secuela de manipulación colectiva, potenciado verbalmente con el auge teórico de los diversos positivismos, tecnocracias y socialismos, con su alboroto doctrinario en movimientos civiles o militares o paramilitares de declarada intención revolucionaria”. Quiero subrayar las palabras alboroto doctrinario-entre civiles y militares-de vocación revolucionaria.

Rangel advertía que el precio que hemos pagado las sociedades latinoamericanas mareadas de doctrina socialista, manipulación colectiva y planificación central del estado, ha sido un sensible desconocimiento de nuestra herencia cultural y de nuestra autoestima como nación mestiza. Egipto comprendió la grandiosidad de su pasado-faraónico-gracias a las ocupaciones occidentales [Francesas e inglesas] del siglo XIX. Nosotros aún no hemos reivindicado nuestra historia de diversidad y mezcla originaria, demonizando el pasado, victimizando el presente y postergando un merecido reconocimiento de nuestra mezcla hispana y nativa. Seguimos empeñados en cargar contra nuestra esencia cultural para justificar un continuo proceso emancipador y soberano, que nos arrastra-injustamente-a referentes de dominio y reflujos insalvables.

La democracia pactada fue producto de un noble proceso de liberación histórica, no sólo del autoritarismo o las dictablandas de Gómez y Pérez Jiménez, sino del linaje rural a un nuevo orden moderno. La secularización de la política, la emergencia de un orden civil, de unas FFAA apolíticas, profesionales, no deliberantes, defensora de la integridad y la soberanía del estado; el florecimiento de una sociedad educada y urbana, se logró en medio de turbulencias que parieron una democracia ejemplar en un continente acorralado de peinillas, machetes y populismo gendarme.

Pero el fantasma del minutaurios, insistió. Una oda a lo divino, a lo externo, al poder celestial, omnipresente, nos obnubila. Sentencia Briceño: “[…] el discurso cristiano-hispánico o [el] discurso mantuano heredado de la España imperial en su versión americana, característica de los criollos y del sistema colonial español, afirma en lo espiritual, la trascendencia del hombre, su pertenencia parcial a un mundo de valores metacósmicos, su comunicación con lo divino a través de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana, su ambigua lucha entre los intereses transitorios y la salvación eterna, entre su precaria ciudadela terrestre y el firme palacio de múltiples mansiones celestiales”. Y agrega: «En lo material está ligado a un sistema social de nobleza heredada-jerárquica y privilegiada-que en América encontró justificación teórica como paideia, [como vía de ascenso socioeconómico] la remota y ardua tarea del blanqueamiento racial y la occidentalización cultural a través del mestizaje y la educación, doble vía de lentitud exasperante, sembrada de obstáculos legales y prejuicios escalonados”.

La igualdad en la práctica-ese afán de evangelización blanquecino y tribal-se convirtió en desigualdad. Un discurso de cambio, desarrollo y modernidad, desde la colonia hasta nuestros días, que confunde igualdad con igualación. Es el minotauro de la noble búsqueda por la justicia social sofocado por el desquite. No cesan las ansiedades de privilegios, noble ociosidad, filiación y ascenso. No por mérito sino por padrinazgo. La ley de despido injustificado y los decretos de homologación laboral, fueron expresiones de esa cultura. Qué decir de la discrecionalidad presidencialista o de la histórica sumisión del poder judicial al ejecutivo. Es la preexistencia “de relaciones señoriales de lealtad y protección, gracia e indulgencia”, territorio de peaje sin servicio, en todos los niveles del poder […] Es “la supervivencia del ethos mantuano en mil formas nuevas y extendidas a toda la población» [Briceño Guerrero]. Y llegamos al fin de la democracia pactada, la que no fue posible en 1945, que alumbró en 1958, pero que vacía de modernidad colapsó irremisiblemente, aligerada de populismo y anacronismo feudal.

La llegada de la II Presidencia de Pérez [1989] exigía un salto histórico en todos los sentidos: político, económico, ético, cultural, social, republicano. El desmontaje del Estado paternal y omnipotente hacia un estado de confianza, como el que encontramos en el metro de Caracas. Un salto a la cultura de la tecnología, el conocimiento y la realización personal; un salto a la descentralización, al divorcio del ideal mantuano y jerárquico, un salto a la economía de mercado, competitiva, diversificada y productiva; un salto ético [y épico] a una sociedad más inclusiva y menos despreciativa de nuestro mestizaje, virtud convertida en carencia por prejuicios escalonados. Justo decir que Pérez lo intentó y de hecho-en cifras y gestión-lo logró. Pero le faltó un pequeño gesto de lo que estaba bien dotado: consensuar, concitar, conciliar y redimir ese cambio impostergable. Y celebro-debutó el por ahora.

Del mal salvaje al mal revolucionario

Las consecuencias de nuestra contumacia histórica, amén de haber sido anticipada por ilustres venezolanos, es un salto al nihilismo profundo, a la nada, que es desconfianza grupal. Y vencieron a los minotauros. El laberinto además de indescifrable, se hizo violento y feroz.

No supimos resolver el paradigma del sable y el hombre a caballo, del caudillo y el jinete destructor. No dimos paso a la modernidad. Quedamos atascados en la dialéctica marxista, en la nostalgia igualitaria, en el complejo étnico, en el mito del buen salvaje al buen revolucionario, si acaso, el buen vengador. Ha surgido otro mito: El “mal salvaje”: el que no merece un gobierno de civiles sino de revolucionarios de apariencia redentora y salvadora. Y si viene acompañado de malos revolucionarios no importa, ¡son míos!. Cuánta injusticia por drenar.

Concluye Briceño Guerrero con su tercer minotauro “El [discurso] salvaje; albacea de la herida producida en las culturas precolombinas de América por la derrota a manos de los conquistadores y en las culturas africanas por el pasivo traslado a América en esclavitud, también albacea de los resentimientos producidos en los pardos por la relegación a larguísimo plazo de sus anhelos de superación […] Una alteridad inasimilable en cuyo seno sobrevive en sumisión aparente, rebeldía ocasional, astucia permanente y oscura nostalgia”. Y de esa oscuridad aún no salimos. Odios que trajeron estos lodos no redimidos.

Carlos Rangel sentenció en aquel profético programa, Primer Plano: “Y llegaremos a un momento que programas como éstos [de opinión televisada] no serán posibles. Ojalá no se instale una dictadura atroz y sangrienta, con la influencia del caribe y del medio oriente, que convertirá esta democracia-que tanto ha costado-en una caricatura, donde ellos, [los revolucionarios] se pintan más espirituales”.

Sin embargo sigue viva la llama de la revolución del 18 de octubre de 1945. Un campanazo histórico no escuchado con la fuerza que demandaba aquél esfuerzo hecho “junta”, pero que estamos a tiempo de rescatar. Es verdad que en nuestra consciencia cabalgan los cánticos nostálgicos de reivindicación originaria y salvaje. Pero ha habido una mutación genealógica y moral en favor de la modernidad: el tributo a nuestro mestizaje como expresión genuina de diversidad; el deber republicano-de civiles y militares-de rescatar nuestro pasado y alumbrar un nuevo orden: la libertad de los modernos, la del conocimiento, la justicia, el bienestar y la paz. Vamos por ello.