Este es el relato de Francisco Márquez, un joven que vivió en carne propia lo que es ser un preso de conciencia en Venezuela. Aquí su relato de lo que fueron días, horas y minutos de espanto en su vida.
«Fue un 9 de septiembre del 2016, ese día le avisaron a Gabo (Gabriel San Miguel) y a mí que íbamos a ser liberados. Todas mis pertenencias entraban y las transportaba en cada traslado, en dos fundas de almohadas. Gabo y yo estábamos listos. Los dos firmamos un acta en donde dejábamos constancia que nos estaban dejando salir del SEBIN. Pocos momentos después llegó un guardia y nos dijo “Gabriel San Miguel sale primero, tú Francisco sales en una hora”. Aunque mi mente no hizo el registro inmediatamente, mi cuerpo sabía que algo andaba mal.
No tuve corazón para decirle nada a Gabo más allá de “¡Hermano nos vemos en la salida!”. Gabo hizo algo que hoy en día me causa gracia. Me preguntó “¿me prestas tus cholas para salir?”. Hoy no recuerdo que había pasado con sus cholas, pero sí recuerdo que no nos despedimos, una parte ingenua mía quería creer que yo iba salir en una hora. Pasó una hora, luego dos, tres y cuatro horas más. Veía que nadie me daba información, así que mi cerebro se permitió pensar lo que hasta ese momento se rehusaba a reconocer: “Estoy jodido”.
Por un lado, sentí un alivio. Gabo estaba libre. Desde el primer día me sentía demasiado culpable porque lo habían metido preso bajo mi supervisión Las últimas palabras que le dije a su mamá fueron “no te preocupes que yo te cuido a tu muchacho”. Supe que le incumplí así que cuando lo liberaron, se me quitó un peso terrible de encima. También me alegraba saber que Gabo iba a estar con su familia. Cada cierto tiempo preguntaba y preguntaba sobre mi caso, hasta que un custodio se apiadó y me confirmó lo que ya sabía: “No te van a dejar salir chamo”. Algo que aprendí de mi mismo en la cárcel es que en momentos muy intensos, me da por guardar mis emociones. No lloro, no grito, no me molesto; mi mente racional se activa y solo racionalizo. Sin embargo, en ese momento, lo que me dio fue por acostarme en el piso y ver el techo. Creo que estuve por un par de horas, sin moverme, sin hablar. Estaba solo y mi mente simplemente no podía procesar lo que había vivido.
No se como describirlo, hoy lo sé, porque he logrado identificar lo que sentía. Había algo muy profundo, una tristeza y una rabia grande que solo logré sentir, hasta cierto punto, semanas después. Por primera vez, desde que me habían metido preso me permití sentir duda, tristeza, rabia e impotencia. Empecé a tener una sensación rara en el estómago que me decía “no vas a salir nunca” “te dejaron pegado”.
Empezaba a aceptar que iba a estar preso por mucho tiempo. Fue en ese momento cuando pude sentir los estragos que había causado mi encarcelamiento. Mi novia (ya esposa) lejos, sin poder visitarme y sin saber como sería mi futuro, mis papás dejaron sus trabajos para estar en Venezuela y poder dedicarse a lograr mi liberación, mis hermanos apoyando desde los Estados Unidos, uno con su esposa embarazada y otro, en pleno apogeo laboral preocupado por su hermano menor. Sabía plenamente que era cierto lo que dicen, que cuando un familiar está preso, todos sus seres queridos lo están. Nada quiebra más a un preso que ver a su familia sufrir. Hasta los más resistentes, se quiebran ante la mirada de un hijo preocupado, una esposa triste o unos padres desanimados.
Ese día que Gabo fue liberado me enfrenté a la desolación. Esa sensación de ser encerrado en un cuarto oscuro, sin luz, del cual botan la llave, y sin importar cuanto grites, llores, o te desesperes nadie va a venir a ayudarte. Una de las cosas que me había ayudado a mantenerme fuerte era estar pendiente de Gabo. Pensar que tenía que mostrarle fuerza y serenidad me daba un sentido de propósito; en mi mente, era una forma de protegerlo. Cuando él se fue tuve que empezar desde cero.
Tiempo después cuando logré tener visita en el SEBIN puse mi mejor cara. No quería compartir ninguno de mis pensamientos negativos. A mi hoy esposa, tampoco le dejaba ver estos sentimientos. Con ella me enfocaba en soñar y visualizarme libre, ella jamás sabrá lo que me curaba hablar con ella. Durante todo este momento también pasó algo sorprendente, pero así de real como era todo eso tan pesado y oscuro, lo era la luz que vivía dentro de mí.
En mí coexistían dos fuerzas, la oscuridad que podía en cualquier momento sobrecoger todas mis emociones y también una luz que hacia verme libre y con mis seres queridos.
Un día como hoy, tengo la necesidad de compartir mi historia. Quiero que no olvidemos que hay muchos que aún viven esto y mucho peor dentro de las cárceles venezolanas, producto de la dictadura. Busquemos cómo apoyarlos, cómo hacerles llegar nuestros mensajes y decirles que los recordamos.
Hacerles saber que su sacrificio no ha sido ni será en vano. Hoy estoy libre, pero en el exilio. Un día como hoy hace cuatro años en el Día del Padre del 2016 nos metieron preso a Gabo y a mí. Hoy en día mi caso sigue abierto en Venezuela y no tengo posibilidad de regresar. Tengo el privilegio de escribir estas palabras en mi casa acompañado de mi esposa. Tengo el privilegio de poder celebrar el Día del Padre este domingo con mi familia fuera de la cárcel, pero sobre todo, tengo el privilegio de seguir luchando por mi país y seguir aportando mi grano de arena para ayudar a otros presos políticos. Hoy decido quedarme con la luz»