José Carmelo Bislick era el nombre de pila de un socialista del siglo XXI. Como cualquier revolucionario convencido, apoyó, a capa y espada, el proceso gestado por Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro.
Desde su espacio radial “El Pueblo en Combate”, el locutor se hacía el de la vista gorda y alababa la gestión de Maduro, a pesar de la miseria que cundía a su alrededor y que ha hundido en la pobreza a miles de venezolanos.
Sin embargo, el apoyo incondicional de Bislik tuvo un límite. La crisis de gasolina que se vive en Venezuela golpeó a los pescadores de Güiria, el poblado del oriente venezolano en el que residía y hacía vida.
Desde entonces, el hombre empezó a aprovechar los micrófonos para señalar a los dirigentes locales. En varias de sus transmisiones lo acusó de aprovecharse del hambre del pueblo y de la necesidad de gasolina de los conductores y los pescadores.
En una oportunidad, José Carmelo Bislik dijo que funcionarios en cargos de peso se valían de sus influencias para tener acceso al combustible. Eso les permitía tener ventaja sobre cientos de ciudadanos que, como simples mortales, debían esperar en kilométricas filas, con tal de recargar sus tanques.
Aquellas acusaciones generaron escozor y, tres semanas más tarde, cuatro hombres armados y con pasamontañas irrumpieron en la casa del locutor. Con el argumento de que se había “comido la luz”, le golpearon y también secuestraron.
Más tarde Bislik fue hallado muerto, con heridas de bala y vestido con su camiseta favorita: la del Che Guevara.
Hoy su familia cataloga al secuestro y posterior asesinato como un crimen político. Mientras tanto los autores materiales e intelectuales permanecen prófugos y las autoridades ni hacen mención del caso.