Se para frente a una casa que tiene una cerca de latas de zinc pegadas de manera desordenada. El llanto de un bebé le llama la atención. No toca la puerta ni pide permiso. Entra como si esa fuera su casa, va con paso rápido hasta donde la guía el llanto. Saca al bebé de la hamaca donde llora, deja su seno izquierdo al descubierto y se lo mete en la boca para amamantarlo. —¿Dónde está la madre? —pregunta.
El bebé es una niña y la hamaca está guindada en el patio de una casa a medio terminar que no tiene puertas ni ventanas. Alrededor hay otras dos niñas y un niño. La mayor tiene seis, la otra cuatro y el varón tres. Ninguno responde.
En ese momento llega la madre de los niños con una bolsa con mangos y Carolina Leal, la mujer de donde está mamando su hija le reclama:
—¿Dónde estabas? ¡Esta carajita está deshidratada!
Carolina Leal tiene 42 años y llegó a Altos de Milagro Norte, el sector donde vive, cuando tenía 15. En ese momento tenía una misión: ser la cabecilla de la banda criminal más peligrosa de ese momento en Maracaibo: Los Pitufos.
—Todos me tenían miedo. Yo les daba órdenes a los malandros, a los jefes de las otras bandas. Mi propósito, cuando yo llegué aquí, era que los malandros me respetaran, que fueran malandros serios, que si iban a robar que robaran al que tenía y no en el mismo sector.
Pero de la Carolina de esos días parece que solo queda el ímpetu. Es la persona que en su sector tiene identificadas las casas donde hay infantes con desnutrición, donde hay enfermos renales, donde hay personas con discapacidad. Sabe también donde viven los pacientes oncológicos, los que necesitan medicamentos para la hipertensión y para la diabetes. También sabe en cuál casa hay hambre.
Antes, la gente le temía y mucho. Se escondían cuando la veían caminar por el barrio más grande y más peligroso de la ciudad, ubicado al noroeste de la capital del estado Zulia. Ahora, cuando la ven por las calles, la gente grita su nombre como quien pide ayuda. La llaman para contarle lo que les sucede. La abrazan para agradecerle por algún favor que les hizo. La gente, regularmente le pide ayuda a gritos, como una súplica, con lágrimas en los ojos.
Cuando cumplió 33 años, Carolina sintió que se moría. Los niveles de hemoglobina le llegaron a 4 gramos por decilitro de sangre. Los médicos le dijeron que había que hacerle exámenes para descartar leucemia. Ese día lo recuerda como un momento en que decidió dejar atrás eso que le quemaba el alma y sintió lo que ella misma describe como un renacer.
Los exámenes médicos descartaron leucemia, pero asomaron un cáncer de pulmón.
—En ese momento conocí a Dios y decidí cambiar mi vida.
Fue en el Hospital Universitario de Maracaibo cuando le hablaron del poder de orar y cuando logró salir de ese cuadro clínico en el que no le daban esperanza de recuperación.
—Fue como un milagro, nadie se lo explica —cuenta Carolina.
Los 10 años antes del diagnóstico médico, asegura que estuvo sin dormir. Y esto lo dice como un dato literal.
—Yo no dormía nada. Yo quería, pero no podía, no me daba sueño. En mi cabeza pasaban imágenes como de una película con todo lo que había vivido. El daño que hice. La sangre fría con la que hice las cosas. Todo eso no me dejaba dormir.
Altos de Milagro Norte está dividido en cuatro zonas, cada una tiene un jefe de banda criminal y Carolina era la jefa de todos.
Carolina a quien temían desde los 15 años. Carolina la que se casó a los 18. Carolina la que amenazó, robó y secuestró. Carolina la que tiene un historial de asesinatos. Carolina, la que quiso cambiar justo el día que le dijeron que podría morirse.
La casa de Carolina queda en la parte más alta de su barrio. No es un rancho sino una casa bien construida, con piso de cemento, tres cuartos, dos baños y una cocina. En el garaje tiene piso de cemento y techo de acerolit, hay un tanque que antes sirvió de piscina y un columpio de tres puestos que sembró para que su hija menor se divirtiera.
—En uno de los cuartos yo guardaba todo lo que robaba. Eso estaba hasta el techo de corotos, de prendas de oro, de equipos de sonido, televisores, de todo con lo que arrasábamos. Tenía de todo, pero no era feliz. No podía dormir. Si me acostaba, la cabeza me daba vueltas pensando en que iban a llegar a matarme.
Fue en ese tiempo de noches oscuras y pesadillas cuando intentó quitarse la vida en dos oportunidades.
—Tenía mucha plata, tenía beneficios, pero yo en sí no era feliz, no tenía paz.
A Altos de Milagro Norte no entraban las patrullas de policía, no entraba ningún funcionario de seguridad del Estado. No entraban ni las ambulancias. Los policías temían que los mataran, el personal de salud de las ambulancias, también.
Esto lo cuenta Carolina como anécdota, lo repiten los vecinos del sector, lo refuerzan algunos funcionarios retirados y hasta lo cuentan las noticias que se escribían sobre las cuatro bandas criminales que tienen como lugar de acción Alto de Milagro Norte.
En una oportunidad, una persona que vive en Caracas le preguntó a Carolina si conocía Petare, el barrio más grande y violento de la capital de Venezuela. Carolina le dijo entonces:
—Esto no se parece a Petare. Petare es zona roja, pero esto es el infierno.
Camina rápido y habla rápido. La mayoría de las veces atropella sus propias palabras. Parece que quiere contar toda su vida sin que se le pase ningún detalle y que la prisa de lo que cuenta lo lleva en las urgencias que tiene que atender a diario en su barrio.
Siempre está impecable: bien peinada, con ropa limpia y cuidada y con las cejas marcadas y negrísimas. Uno de sus mejores amigos del barrio dice de ella: “Carolina era un mujerón. Todavía lo es, pero antes era hermosa. Eso sí, nadie se atrevía ni a mirarla porque era hombre muerto”.
Era el tiempo en el que Carolina decidió unir su vida como cabeza de una banda criminal con la política. Recuerda que fue en el segundo periodo de Gian Carlos Di Martino como alcalde de Maracaibo, entre los años 2004 y 2008.
—Empecé a conocer la política y empecé a conocer la revolución bonita. Ayudaba a la gente con la revolución, me movía bastante y eso a cambio del trabajo que hacía con 200 personas que tenía bajo mi control, todos delincuentes. Hice muchas cosas malas.
Carolina entonces era la jefa de una banda criminal y la jefa de un colectivo, como se conocen a los grupos armados irregulares de acciones parapoliciales, pero que apoyan al Gobierno.
—Destruíamos obras que construía la oposición. Si terminaban una escuela, al otro día la dañábamos. Si hacían un parque lo destruíamos.
Recuerda que a cambio construyeron en su sector aceras, brocales, asfaltaron la calle y también instalaron las tuberías de aguas blancas y de aguas servidas. Pero la separación de la política llegó con el cambio de presidente al frente del gobierno nacional.
—Todo se acabó cuando llegó Maduro y cuando llegó Omar Prieto.
Prieto es gobernador del estado Zulia desde el año 2017 y fue electo en unos segundos comicios regionales que se hicieron porque Juan Pablo Guanipa, candidato opositor, rechazó la exigencia de Nicolás Maduro de juramentarse ante la Asamblea Nacional Constituyente.
El día a día de Carolina se le va en visitar a las personas de su comunidad que están enfermas, en buscar con personas que conoce en jornadas humanitarias que la apoyen con comida o medicamentos para sus vecinos.
Su casa no tiene lujos, pero siempre hay gente que llega a pedir ayuda.
Le gusta contar sobre su transformación, es como si repetirlo le quitara un peso de encima. Recuerda lo que consiguió “a punta de malandreo” para sus vecinos y dice que ella misma se sorprende al recordar lo que Altos de Milagro Norte era antes y lo que es ahora. En el barrio viven 1.200 familias, la mayoría en casas de bloques a medio construir, algunas sin ventanas, con cercas de latas y techos de zinc. Las aceras están completas y sirven de asiento a las familias que en medio del intenso calor zuliano se sientan a esperar que haya electricidad. Porque en Altos de Milagro Norte el racionamiento del servicio es a diario, hay cortes de luz entre 8:00 de la noche y 2:00 de la madrugada. Tiene tres hijos. El mayor vive en Colombia hace tres años a donde emigró, la segunda se acaba de graduar de Contadora en la universidad y la menor tiene nueve años. Tiene una nieta, primogénita de su hijo mayor, pero Carolina la obliga a que le diga tía.
—Si me dice abuela me pongo vieja. Es viuda. Su esposo murió de manera trágica en una cola para surtir gasolina la madrugada del 29 de diciembre de 2019. Cuenta que un camión pasó a toda velocidad por la calle donde estaba la fila de carros y le llegó por la parte de atrás a la camioneta donde estaba su marido. Murió inmediatamente cuando chocó la cabeza con el vidrio frontal. Ese día Carolina juró que buscaría al responsable porque el chofer se dio a la fuga. En el velorio de su esposo la acompañaron niños, ancianos y enfermos. Allí estaban todos los que ella ayuda a diario, a los que les da comida cada sábado a través de una fundación que la apoya y por la que puede repartir 300 platos por jornada. Estaban sus amigos del barrio, los que no la querían y ahora los que la quieren porque les ayuda a conseguir medicamentos. Estaba también la mamá de la niña que amamantó el día que iba pasando por la calle y la escuchó llorar. Ahora todos quieren a Carolina.
Dice que le da paz poder ayudar, aunque sea un poco, a la gente de su comunidad.
—Esta situación está acabando con la gente. Se echa flores cuando dice: “Si hubiese una Carolina en cada comunidad la gente no sufriría tanto”. —¿Cuál Carolina? —le pregunto. —La que logró salir del infierno —responde.