Una tarde de junio del año 1919, el Doctor José Gregorio Hernández, salía a atender a una paciente. Él no lo sabe, pero no llegará a su último compromiso en este plano porque al cruzar la esquina de Cardones de La Pastora en Caracas, sería atropellado por un mecánico de la zona.
“El médico de los pobres”, como le llaman, nació en Isnotú – Trujillo, un 20 de octubre de 1864, quiso ser abogado pero fue en el área de la ciencia, específicamente de la salud, donde encontró su verdadera vocación.
Criado como un hombre de fe, perteneció a la Orden Franciscana Seglar (OFS) de Venezuela y vivió el regalo de la vida bajo el carisma de San Francisco de Asís, donde cultivó una profunda sensibilidad por los más necesitados y se dedicó hasta el último de sus días en la labor de aliviar el sufrimiento de quienes lo padecen.
José Gregorio, al momento de su muerte tampoco se imaginaría qué incluso después de desencarnar, su espíritu continuaría el tránsito religioso hacia la beatificación, impulsado por la fe inquebrantable de millones de venezolanos que lo veneran.
Mucho menos supondría que tal reconocimiento ante la Iglesia Católica llegaría en medio de una pandemia, tampoco que su profesión sería una de las más golpeadas, tras instaurarse en el país que lo vio nacer, un régimen dictatorial a finales del milenio.
VIDA Y OBRA
En 1878, con tan solo 13 años, abandonó la región andina y migro a la capital para continuar sus estudios. En ese entonces, el país llevaba por nombre Estados Unidos de Venezuela, era una República Federal.
Con 17 años entró a la facultad de medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde siempre destacó en todas las asignaturas llegando a ser el mejor de su promoción. También daba clases particulares a sus otros compañeros y exploraba otro tipo de formaciones, como aprender a hacer trajes, una labor que aprendió de un amigo sastre muy cercano.
Para cuando obtuvo el título de Doctor en Medicina en 1.888, José Gregorio era también un políglota. Hablaba inglés, francés, portugués, alemán e italiano; dominaba el latín y simpatizaba con el hebreo. Además, reunía ciertas nociones de filosofía y música, sumadas a sus profundos conocimientos de teología.
Su doctrina señalaba que: “En el hombre el deber ser es la razón del derecho, de manera que el hombre tiene deberes, antes que tener derechos” y, día tras día, la ponía en práctica.
Continuando con su filosofía altruista, regresó a Isnotú para curar a la gente de su pueblo en un pequeño consultorio que con poco dinero instaló. Incluso llegó a rechazar el beneficio económico que le ofreció el entonces rector de la UCV para que trabajara en Caracas.
“En Isnotú no hay médicos y mi puesto está allí, allí donde un día mi propia madre me pidió que volviera para que aliviara los dolores de las gentes humildes de nuestra tierra. Ahora que soy médico, me doy cuenta que mi puesto está allí entre los míos”, reseñan cartas que documentan la correspondencia entre ambos.
Pero su profesionalismo y deseo de saciar su intelecto pudo más, así que se mudó a París – Francia para especializarse en Microbiología, Histología, Patología, Bacteriología, Embriología y Fisiología Experimental.
Con lo aprendido, regresó a Venezuela dos años después, para comenzar una nueva etapa como docente en la escuela de Medicina de la UCV donde dedicó más de 30 años de su vida a “vencer las sombras”. Su retorno del continente europeo significó también la dotación de equipos de última tecnología para el Hospital Vargas, entre ellos el Microscopio.
Para esa época y hasta el fin del milenio, el Estado invertía en materia de salud.
Entre el ir y venir, curar enfermos y enseñar, José Gregorio nunca faltó a su espiritualidad franciscana: Amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma, y amar el prójimo como a sí mismo, fue siempre su tarea principal.
UN TRÁGICO E INESPERADO ACCIDENTE
“El médico de los pobres” partió bajo extrañas circunstancias. El día anterior, 28 de junio de 1919, 50 países firmaban el Tratado de Versailles, un acuerdo que ponía fin a la Primera Guerra Mundial. Hay quienes dicen que habría “ofrecido su vida” a cambio del cese de ese conflicto.
La tarde del 29, José Gregorio, se disponía a visitar a una paciente. Pasando por la esquina de Cardones ubicada en La Pastora en Caracas, un joven mecánico de 28 años llamado Fernando Bustamante, conducía el auto que impactó accidentalmente contra el doctor. El golpe hizo que cayera de espaldas y estrellera su cabeza contra el filo de la acera.
Desesperado, Bustamante lo llevó al Hospital Vargas, donde desafortunadamente ningún galeno se encontraba en el centro de salud y decide trasladarle a otro, pero era muy tarde. Al llegar, el sanador no presentaba signos vitales falleciendo a sus 54 años de edad. El reconocido médico, Luis Razetti, firmó su acta de defunción.
El 30 de junio de 1919 se realizó el traslado del féretro de José Gregorio Hernández al Paraninfo Universitario de la UCV encima de los hombros de sus estudiantes y discípulos, acompañados por una multitud que les seguía; pero finalmente sería llevado y enterrado al Cementerio General del Sur en Caracas.
MILAGRO DE BEATIFICACIÓN
«En caso de sobrevivir a la cirugía, quedaría con discapacidad debido a las graves secuelas en la motricidad, en lo lingüístico y en la memoria, incluso podría sufrir pérdida de la visión como consecuencia del severo daño cerebral», fue el diagnóstico de una niña de 10 años que lleva por nombre Yaxury Solórzano, luego de recibir un disparo de escopeta con múltiples perdigones en la región occipital, detrás de la oreja, el 10 de marzo de 2017.
El diario zuliano Panorama señala que ese día, Yaxury y su padre, fueron interceptados por unos delincuentes en un caserío del estado Guárico. En una maniobra de escape, su progenitor giró y los antisociales dispararon dejando a la niña seriamente herida.
Cruzando un río en lancha para llegar hasta otro estado, la niña fue trasladada hasta el Hospital Pablo Acosta Ortiz en San Fernando de Apure después de un recorrido de cuatro horas. En el centro de salud no había un neurocirujano que pudiera asistirle, por lo que –desangrada, con pérdida de masa encefálica y un diagnóstico crítico– tuvo que esperar 48 horas para su intervención quirúrgica realizada por el equipo del doctor Alexander Krinitzky Pabón.
“No te preocupes, tu hija va a salir bien”, manifestó el susurro de José Gregorio que sintió la madre de Yaxury, tras pedirle fervientemente que salvara a su hija con un pronóstico reservado, decretado por el especialista. Cuenta que, seguidamente, su cuerpo y alma sintieron una paz que no habían experimentado. Fue entonces cuando el milagro sucedió.
Cuatro días después de su operación, la niña comenzó a reaccionar positivamente a todas las pruebas y exámenes, llegando incluso a rechazar la intubación.
Completamente sana, hablando y sin dificultades, abandonó el Hospital a los 20 días, reseña Panorama.
A la familia Solórzano le tocó pasar por un trágico momento en una Venezuela muy distinta y hostil. Sin embargo, la devoción inquebrantable de su madre por el Venerable hizo el camino no solo corto sino menos doloroso. Fue necesaria la ciencia, pero también la fe.
Krinitzky, recibió una llamada en 2018 del Tribunal Eclesiástico, la instancia religiosa le pedía la tomografía pre-operatoria de Yaxury donde mostraba la lesión en el cerebro como prueba, junto a su testimonio, del pronóstico que le deparaba a la niña por el parte médico.
De acuerdo con el neurocirujano la menor “podría mejorar, lentamente, en la movilidad. Solo con la asistencia de un equipo multidisciplinario y con mucha terapia”.
Una vez reunidas todas las pruebas del milagro, el cardenal Baltazar Porras, administrador apostólico de Caracas viajó a la ciudad de El Vaticano en Roma para entregar el expediente a la Congregación para las Causas de los Santos y comenzar la ascensión del Siervo de Dios, de Venerable a Beato.
UN CAMINO DE FE
En 1949 inicia la apertura de su proceso de beatificación y canonización, oficiado ante El Vaticano por el Arzobispo de Caracas, el Excelentísimo Monseñor Lucas Guillermo Castillo, como respuesta a la solicitud de los feligreses de la Iglesia Católica venezolana.
23 años más tarde, en 1972 la Santa Sede reconocería que José Gregorio llevó una vida “virtuosa y ejemplar”, es entonces cuando le asciende a Siervo de Dios, el primer título del camino hacia la santidad.
Ante sus incuestionables virtudes cristianas, en 1986 el papa Juan Pablo II consideró que “el médico de los pobres” posee “fe, esperanza y caridad para con Dios y el prójimo” y le otorga el título de Venerable, segundo paso hacia la santidad, por su digna veneración del pueblo venezolano.
Pasaron 34 años hasta que el 27 de abril de 2020, la Arquidiócesis de Caracas anunció que el el milagro del Venerable doctor José Gregorio Hernández había sido aprobado por la Comisión Teológica de la Ciudad del Vaticano.
UNA PROFESIÓN MALTRATADA
Tras 102 años desde su partida, la beatificación de José Gregorio Hernández es esperada por un pueblo de fe que atraviesa una pandemia originada por el virus del COVID-19, en un país sumido en una Crisis Humanitaria Compleja, como consecuencia de una dictadura cuya religión es el oscurantismo.
La tiranía que se instauró en Venezuela desde 1.999 atenta, día tras días, contra su gente. Manipula, empobrece, golpea y asesina. ¿Qué se iba a imaginar el Médico de los Pobres que su profesión sería una de los más golpeadas por el régimen? Pero el gremio no se rinde, el Venerable se manifiesta en cada uno de sus miembros y los ampara allí, en pie de lucha.
LAS CAMPANADAS AL FINAL DEL CAMINO
Con un repique de campanas, ordenado para las siete de la mañana por la Conferencia Episcopal Venezolana, el próximo 30 de abril iniciarán las actividades para celebrar la beatificación del doctor José Gregorio Hernández en todo el país.
La ceremonia que contará con un aforo reducido en el templo del Colegio La Salle, comenzará a las 10:00a.m., y estará presidida por el Secretario de Estado de El Vaticano, Pietro Parolín, designado como Nuncio Apostólico por el Papa Francisco.
De acuerdo con el medio venezolano Tal Cual, dentro de la asistencia prevista, se incluye a los arzobispos y obispos de todo el territorio nacional, varios sacerdotes, algunas congregaciones de monjas y Yaxury Solórzano, la niña que recibió el milagro, junto a su madre y hermana.
El Beato José Gregorio continuará su tránsito hacia la santidad acompañado, en espíritu, de millones que le siguen en un camino de fe -sin duda alguna- inquebrantable.