Todos las mañanas, el adolescente venezolano Moisés Infante espera la luz roja del semáforo en la avenida Francisco de Miranda, que conecta el este y el oeste de Caracas, para ofrecerse a limpiar los parabrisas de los autos a cambio de lo que el conductor desee darle: un billete de un dólar, algunos bolívares o algo de comida.
Moisés agita los brazos mostrando la botella con agua y jabón y el cepillo que usará para despejar el sucio del vidrio de quien acepte su servicio: “Ayúdame. No he desayunado”, murmura frente a un hombre que lleva la ventana abierta. No recibe nada aún, pero es paciente. Permanecerá las horas necesarias hasta conseguir lo que considere es suficiente para marcharse.
Según sus cuentas, semanalmente logra reunir 15 dólares. En ocasiones, le pagan con naranjas, mandarinas, banana, galletas o cualquier alimento que guarda en un morral tricolor, con las costuras a punto de reventarse.
«Salgo para la calle a ver qué hago, porque en mi casa no hay comida. Y a ver si hago real para comprarme unos zapatos, una ropa, porque no tengo», cuenta el adolescente de 14 años, que en 2019 dejó el colegio para ayudar a su mamá a reunir los ingresos para cubrir sus necesidades.
«Yo quiero estudiar, pero no sé cómo estudiar. Yo no quiero estar limpiando vidrios, porque no quiero estar más en esta situación, más bien yo quiero trabajar un trabajo normal, donde me paguen y yo pueda comprarme las cosas», explica.
Como él, otros seis niños y adolescentes se lanzan sobre los carros en una zona comercial del oeste de la capital venezolana con el mismo objetivo.
Winston, de 16 años, es uno de ellos. Lleva cinco años sin ir a la escuela, pues, según relata, vive con su abuela, que no está en capacidad de laborar. «Uno tiene que salir de su casa a buscar el pan de cada día. Si no sales, te mueres de hambre y nadie te ayuda», indica mientras quienes día a día lo acompañan, intentan sacarle brillo a los cristales de un vehículo de lujo. A cambio, el más pequeño del grupo recibe una caja de galletas en agradecimiento.
A finales del año pasado, la organización World Vision reveló que el trabajo infantil en Caracas aumentó 20 por ciento, producto de la pandemia.
A juicio de la organización defensora de derechos de la infancia, Cecodap, esta cifra podría ser mayor, pues señalan que es una realidad que no se denuncia.
“¿Qué hemos identificado? Niños en actividades mineras, formas de esclavitud sexual, servidumbre, trabajo servil, cargadores de combustible», advierte el abogado Carlos Trapani, coordinador de Cecodap.
El régimen de Venezuela dice que condena las prácticas de explotación infantil, que califica como «práctica opresora del sistema neoliberal».
La legislación venezolana permite el empleo de menores de edad, mientras haya un equilibrio entre recreación y educación. Sin embargo, Trapani alerta que en el país se registran casos de lo que define como «peores formas de trabajo infantil».
«Cuando vemos a un niño limpiando vidrios en una esquina es un reflejo de una profunda crisis y de cómo los mecanismos de protección, y sobre todo de prevención, fallaron», señala.
Cecodap también alerta que el trabajo no regulado por la ley pone en riesgo al adolescente de ser captado por criminales y lo aleja del sistema escolar.
De acuerdo a cifras de Unicef, al menos un millón de niños en el país no tienen acceso a la educación.
Con información de Voz de América