Jeannys escuchó que Winder había entrado en paro. Estaban en la misma sala, ambos con las complicaciones que tienen los niños que sobreviven gracias a —y a pesar de— la hemodiálisis; el corazón a mil, lleno de líquido y sangrante.
El 19 de junio Jeannys festejó sus nueve años hospitalizada. Los riñones que había cuidado por cinco años como enferma renal finalmente colapsaron, sin lograr a tiempo un trasplante, anunciando una nueva vida conectada a una de las máquinas del servicio de nefrología del Hospital de Niños J. M. de los Ríos, en Caracas, el único para pacientes pediátricos en Venezuela.
“Ella escuchó cuando los doctores dijeron que Winder (Rangel, de 11 años) había entrado en paro y se le aceleró el corazón y le empezó a costar respirar. Eran amigos, él siempre le echaba broma con que ella era su novia”, cuenta su madre, Gineth Gil, desde su casa en un barrio Petare.
En la habitación de su hija hay una colección de peluches, el globo de los nueve años todavía inflado y la cama vacía.
Jeannys murió el 11 de agosto, un día después que Winder. La de ella es la décimo segunda muerte de un niño de este hospital a la espera de trasplante de riñón este 2021 que todavía no termina. Después de ella fallecieron dos más entre agosto y septiembre.
Ver morir recurrentemente a sus compañeros de diálisis es uno de los golpes más duros para los niños y adolescentes con enfermedad renal crónica en Venezuela. Y las madres viven un duelo colectivo. Cuando hablan de sus hijos vivos repiten de memoria los nombres y fechas de las muertes de todos los compañeros de diálisis que han fallecido el último año.
Entrevista completa en El País