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«Cambio de régimen», la controversial estrategia que EEUU ya no quiere

Estados Unidos asegura que no busca un «cambio de régimen» en Rusia. La apresurada aclaración muestra que la una vez popular estrategia entre los neoconservadores se ha convertido en un tema candente tras las experiencias negativas de Irak, Afganistán y Libia.

El presidente Joe Biden causó revuelo el sábado durante un apasionado discurso en Varsovia, cuando dijo que su homólogo ruso, Vladimir Putin, «no puede permanecer en el poder».

La Casa Blanca se apresuró entonces a bajar el tono a la frase, la cual no era parte del discurso escrito de Biden, insistiendo en que con esas palabras el presidente no sugería un cambio de régimen en Moscú.

Pero Biden se negó a retractarse del comentario el lunes al decir que él solo estaba expresando su «indignación moral» y no esbozando una política para derrocar a Putin.

Incluso insinuar una practica así parece tabú en Washington.

«Un cambio de régimen puede sonar atractivo porque remueve a la persona asociada a las políticas que no nos gusten» dice a la AFP Sarah Kreps, profesora en temas de gobierno en la universidad de Cornell. «Pero esto casi siempre lleva a la inestabilidad».

 

– «No han funcionado» –

 

El secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, ha hecho del rechazo al «cambio de régimen» un eje central en su trabajo diplomático, prometiendo, ya en marzo de 2021, no «promover la democracia con intervenciones militares costosas o intentando derrocar a regímenes autoritarios por la fuerza».

«Ya hemos intentado estas prácticas en el pasado. Aunque bien intencionadas, estas no han funcionado», dijo Blinken.

La historia de la política exterior de Estados Unidos está llena de estos intentos tanto clandestinos como públicos -y más o menos exitosos- de resolver una crisis reemplazando a los líderes de un país rival.

Esto tuvo lugar primero en Latinoamérica, donde la CIA jugó un importante papel durante la Guerra Fría, en golpes militares que buscaban derrocar a los presidentes de izquierda.

Pero la estrategia de cambio de régimen no desapareció con la caída de la Cortina de Hierro. Ahora Estados Unidos, el único superpoder global seguro de ser intocable, comenzó a afirmar su poderío de manera más abierta con el inicio del siglo XXI.

Ya en 1998, una propuesta del Congreso convertida en ley por el presidente demócrata Bill Clinton establecía que «debería ser política de Estados Unidos apoyar los esfuerzos para remover el régimen liderado por Sadam Husein del poder en Irak».

Cuando el presidente republicano George W. Bush llegó a la Casa Blanca en 2001, se rodeó de figuras neoconservadoras  -algunos calificados como halcones de guerra- quienes teorizaron sobre un regreso de las intervenciones estadounidenses como un modo de promover el modelo democrático.

Los ataques del 11 de septiembre aceleraron el cambio: la «guerra contra el terrorismo» rápidamente hizo que cayera el régimen talibán en Afganistán.

Poco después, Washington puso en practica sus palabras sobre Sadam Husein durante la guerra de Irak de 2003, derrocándolo después de haberle acusado erróneamente de esconder armas de destrucción masiva.

– «Catastrófico» –

En Libia, la intervención de 2011 por parte de Washington y sus aliados europeos fue oficialmente para proteger a los rebeldes que tomaron las armas contra Muamar Gadafi durante el levantamiento de la Primavera Árabe. Pero la misión en realidad se extendió hasta la muerte del dictador libio.

En Afganistán, Irak y Libia, el objetivo primario de hacer caer el régimen parecía haber sido rápidamente alcanzado.

Por otro lado, el objetivo de «nation-building» o la necesaria construcción de un país estable -y aliado de Occidente- para suceder al poder derrocado, terminó como mucho en el fracaso.

El grupo yihadista Estado Islámico (EI) aprovechó la inestabilidad de Irak en la mitad de la década de 2010. Y veinte años de costosa presencia militar en Afganistán terminaron en fiasco cuando Estados Unidos se retiró el verano boreal pasado, viendo a los talibanes volver al poder.

Mientras tanto, Libia aún es incapaz de salir de una década de caos.

Los políticos estadounidenses, casi unánimemente alineados con una opinión pública cansada de las «guerras interminables» que se libran al otro lado del mundo, ahora promueven una política exterior menos intervencionista.

Sin la opción militar, sin embargo, Estados Unidos no necesariamente tiene los medios para lograr sus ambiciones. En la presidencia de Donald Trump, Washington quería obligar al presidente venezolano, Nicolás Maduro, a dejar el poder a través de una campaña de sanciones internacionales, un plan que terminó en fracaso.

Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, Biden trazó una línea roja: nunca entrar en una confrontación directa con Rusia, para evitar una «Tercera Guerra Mundial».

Para Kreps, «incluso los más reticentes legisladores parecen haber aprendido de los resultados de su política internacional en las últimas décadas».

«La inestabilidad en Libia, Irak y Afganistán fue muy mala, pero la inestabilidad en un país con miles de armas nucleares sería catastrófica», dijo.

AFP