Los esposos mexicanos Xiomara y Juan Pablo Garza, amantes de la aventura, sonríen a gusto mientras repasan los datos finales de su viaje: 10 países americanos y 4.800 kilómetros pedaleados desde Villahermosa, México, sobre una bicicleta de dos asientos en 90 días.
Este martes, corren las últimas horas del ciclotour, su tercero desde 2015. Se hospedan en casa de una amiga en su última parada, la ciudad venezolana de Maracaibo. Visitar este país no era parte del plan original. Fue una sorpresa.
JP, como le apodan, compró en Panamá una bandera venezolana para tratar de convencer a su pareja de que culminaran su travesía en esa tierra suramericana.
Xiomara, de 28 años, tenía miedo de visitarlo por la “mala publicidad” que había escuchado sobre él. “No estaba tan segura, pero al llegar te encuentras con gente buena, hay amabilidad por todos lados. Vale la pena”, dice la joven ciclista a la Voz de América, sentada junto a su esposo en un cómodo sofá azul.
Se conocieron durante el primer ciclotour de Juan Pablo, hace siete años. Nacidos en la región mexicana de Tabasco, interactuaron y se enamoraron gracias a las publicaciones en redes sociales de sus pedaleos por Guatemala, Belize y la península de Yucatán. Se casaron hace tres años, precisan.
Ya como pareja, viajaron por todo México entre 2020 y 2021. Se movilizaron por casi 9.000 kilómetros en 168 días. Hoy, se identifican como los únicos que han recorrido el país norteamericano de extremo a extremo en bicicleta doble.
Sus extensos recorridos no son un reto deportivo, ni una carrera “a lo Forrest Gump”, sin mayor propósito que avanzar, acota Juan Pablo, de 55 años.
Su pensión mensual como empleado jubilado de la empresa petrolera Pemex les permite viajar austeramente, sin necesidad de patrocinios privados o estatales. Su más reciente travesía completa lo que llaman “la trilogía del ciclotour”.
“Es abrir la reja de casa, salir y viajar. Es aprender, conocer. Hemos aprendido que hay cosas muy valiosas que no sabíamos que estaban ahí. Es un viaje donde buscamos más dar que recibir”, asegura el hombre, de 55 años, reivindicando que pagan por comida y alojamiento en negocios pequeños de cada localidad.
Trabajo en equipo
Una bicicleta de doble asiento, color amarillo, de tres metros de longitud, reposa de pie contra una silla en el cuarto contiguo, en su hospedaje temporal de Maracaibo. Es un modelo conocido en el glosario deportivo como “tándem”.
Ideada por ambos, le tomó 10 meses a Juan Pablo fabricarla específicamente para hacer cicloturismo junto a su esposa. Estuvo lista a finales de 2020.
Tomó el “cuadro de acero” de una bicicleta regular para modificarla. La simplificó de 21 a solo siete velocidades. Sus rines son de “triple pared” y sus rayos son más cortos. Luce llantas de triciclo de carga, pesadas y resistentes.
“Cada tornillo tiene una razón de ser”, indica JP, de pie, a su lado. La manipula con cuidado, cual cuidador de caballos que vela celosamente de su purasangre. “Tuvimos que conseguir piezas muy específicas que nos aguantaran”, acota.
Su color, casi fluorescente, es notorio desde largas distancias. Lo escogieron así para garantizar su seguridad ante automovilistas en cualquier camino.
Sobre ella, han rodado por México, Belice, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia y Venezuela, en tres meses.
Xiomara, maestra cesante de educación primaria, es el cerebro del viaje desde el asiento trasero: chequea rutas; reserva hoteles; decide dónde detenerse a comer; monitorea aplicaciones de trimetría, distancia, clima e intensidad del viento.
Ella colabora con el pedaleo, pero es Juan Pablo quien realiza la mayoría de la tracción desde el frente. “Repartimos el esfuerzo de manera equitativa”, dice su esposo. “Soy el chofer y ‘Xiomi’, la parte pensante, de hacia dónde vamos, por dónde vamos. Si hay una encrucijada, algún puente, ya ella me lo ha dicho”.
Xiomara se encarga desde su asiento, además, de publicar una bitácora en las redes sociales, particularmente en Facebook. “Te acercan a todo el mundo”, opina sobre las bondades de la Internet para difundir sus aventuras en bicicleta.
Entre ambos, pedalean a una velocidad promedio de entre 18 y 22 kilómetros por hora. Suelen recorrer autopistas y atajos por entre seis y siete horas al día.
“Podemos ir platicando durante todo el viaje. Es una de las cosas que más me gusta. Vamos a 30 centímetros uno del otro. En dos bicicletas, sería imposible”, resalta alias “JP”, mientras rueda su vehículo hasta las afueras de la casa.
Un país particular
Xiomara coloca dos bolsos de equipaje a los costados de su bicicleta, bajo un sol candente. Reinstala su mástil trasero, con las banderas de Venezuela y México. Izar esos símbolos es un protocolo náutico que calcaron, dice su esposo.
“Tomamos ese concepto como muestra de buena fe al país que visitamos y, luego, la bandera de nuestro país, para que nos hablen en español”, precisa.
Venezuela es un país “muy particular”, según Juan Pablo, quien se autodefine como “alérgico a la política y adicto a la tecnología” en su perfil de Facebook.
A esa nación, la preceden fuera de sus fronteras su crisis económica y política, con el oficialismo de Nicolás Maduro y sus opositores rivalizando con el poder, con revueltas de calle en 2014 y 2017, elecciones rebatidas, la migración de una cuarta parte de su población y sanciones internacionales contra el gobierno.
Rodar hasta el país suramericano supuso un gran reto, admite JP, por las fronteras cerradas con Colombia y el control cambiario vigente desde hace 20 años. Incluso, la embajada de su país le aconsejó no viajar a Maracaibo, acota.
En esa ciudad, sin embargo, un grupo de ciclistas los recibió con “cariño” y “amabilidad”, describen. “Ese día estuve al borde de las lágrimas”, confiesa Xiomara, entrecerrando sus ojos, cegada de nuevo por el sol marabino.
“Es donde más hemos recibido que dado”, añade su pareja. Volverán en breve a Medellín, Colombia, para tomar un vuelo con destino a Villahermosa. Su bicicleta viajará desarmada en la carga del avión, como equipaje deportivo.
Juan Pablo se inclina cerca del mediodía sobre la parte trasera de su bicicleta para identificar, orgulloso, las pegatinas de las banderas de los países que han visitado. Casi todas están adheridas en par. Solo una, la tricolor de Venezuela, ocupa el centro, sola, al final de los adhesivos. La apunta, alegre, nostálgico.
“Aquí termina. No dejamos espacio para ningún otro. Ya nos vamos a casa”.
Voz de América