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Albert Corey, el atleta francés con medallas olímpicas estadounidenses

Un largo maratón: hijo de vendimiadores de la Borgoña francesa, Albert Corey fue erróneamente declarado estadounidense cuando ganó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de 1904, en San Luis (Missouri). Hasta que 117 años después un consejero municipal de su pueblo natal, Meursault, reparó la injusticia.

En la vieja foto, en blanco y negro, aparece con su gran camiseta, su pantalón corto ceñido y sus zapatos de cuero con cordones. «Una bella historia», señala Clément Genty, ingeniero e historiador aficionado.

«Supe de su existencia en un diario e hice investigaciones», explica el consejero municipal (sin etiqueta política) de Meursault (unos 150 km al norte de Lyon), donde Albert Corey nació en 1878.

Ese mismo año, la filoxera -un insecto- arrasó las viñas de ese pequeño pueblo. Para Étienne Corey, propietario de terrenos con vides y padre de Albert, vino el éxodo hacia la periferia parisina.

Para Albert llegó el ejército después, donde se alistó en 1896. Corey descubrió su predisposición para la resistencia, batiendo el récord de los 160 kilómetros en 1899. El atleta se convirtió en una vitrina para el ejército, que financió sus hazañas.

Pero el 2 de enero de 1903, se le pierde la pista en el ejército y se le encuentra un año después trabajando en los inmensos mataderos de Chicago.

Paralelamente, intenta entrar en el mundo del atletismo. Nada fácil con su inglés aproximativo y su desgana de «vagabundo», como dirá de Corey el Washington Times.

Cuando sabe que los Juegos Olímpicos van a disputarse en suelo estadounidense, dice haber corrido el «Maratón de París» en 1900.

Es verdad, pero juega con la confusión con el maratón olímpico del mismo año para hacer creer en una participación mucho más prestigiosa. La estratagema funciona y la Chicago Athletic Association (CAA) lo envía a San Luis.

A le prensa le encandila la «Success Story» de este «Frenchman», un «empleado de los mataderos», convertido en la «New Star for Marathon». Corey es además el único francés en estos Juegos, demasiado alejados y caros para asistir.

 

– El peor maratón –

 

El 30 de agosto de 1904, se lanza bajo un fuerte calor y con el hándicap de un solo avituallamiento de agua: los organizadores tuvieron la curiosa idea de querer probar los efectos de la deshidratación. Más de la mitad de los casi treinta participantes abandonaron.

Corey fanfarronea al terminar los 40 km (la distancia de la prueba no había sido todavía fijada en 42,195 km): «Habría podido dar una vuelta más». Termina tercero, pero el ganador es descalificado: había hecho una parte del trayecto en auto.

El «Frenchman» habría podido dar por tanto la primera medalla de plata a su país, ya que el sistema de recompensa «oro-plata-bronce» fue instaurado en estos Juegos.

«Pero pertenecía a un club estadounidense. Fue por tanto considerado estadounidense, siguiendo las reglas de la época», explica Clément Genty a la AFP.

Corey ganó además en esos Juegos una segunda medalla de plata, esta vez en «carrera internacional en equipo».

El consejero municipal del pueblo francés remueve cielo y tierra, para lograr su objetivo: «Corey es el único participante y medallista de nacionalidad francesa en esa edición de los Juegos», admite el Centro de Estudios del Comité Olímpico Internacional (COI) en una carta del 25 de enero.

La recompensa póstuma llegó a un atleta cuya carrera deportiva no fue mucho más lejos de los Juegos de 1904: en 1909, fue atropellado por un auto y ya no pudo recuperar el nivel de antaño.

Regresó a Francia en 1910 y retomó su carrera militar, falleciendo en 1926 en París, aparentemente de tuberculosis.

«Es una curioso historia», resume uno de sus descendientes, Serge Canaud, de 69 años, todavía sorprendido por descubrir el pasado desconocido de su ancestro, gracias a una llamada telefónica de Clément Genty.

«He caído de las nubes», afirma a la AFP desde el pequeño pueblo de Moirans-en-Montagne, también en la Borgoña, donde pasa su jubilación. «Nunca en nuestra familia, se habló de esto, América y los Juegos. No sabíamos nada»