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Antonio Ledezma | Anatomía de una impunidad: del saqueo a la tortura

¿Qué tienen en común una universidad vacía, una maleta sellada en Viena, un aula destartalada y un sótano en la DGCIM? Todo. Son vértices del mismo sistema: un modelo político que se sostiene sobre la descomposición moral, la violencia institucionalizada y la hipocresía internacional.

En estos días en que Delcy Rodríguez vuelve a pasearse por Europa como si su expediente estuviera en blanco, conviene recordar que la impunidad no es solo una omisión: es una estrategia. Y que sus víctimas —profesores, presos, migrantes, estudiantes, niños— no son daños colaterales, sino el precio deliberado de un poder que ha sustituido el pacto social por la lógica del saqueo y la dominación.

En mi artículo “La impunidad diplomática”, denuncio esta farsa: mientras a los presos políticos se les niega hasta un salvoconducto, los altos voceros del régimen viajan amparados por excusas diplomáticas. Es el mismo cinismo que permitió que Fidel Castro dictara cátedra de derechos humanos en la ONU mientras llenaba cárceles en Cuba. Hoy, sus herederos repiten el guión.

Pero si la impunidad vuela en avión, el origen de todo sigue estando en tierra: en un sistema de corrupción que nació desde el primer día del chavismo y que fue descrito esta semana en “Por si encuentra algún parecido”. Desde el Plan Bolívar 2000 hasta el caso del “Tuerto Andrade”, pasando por PUDREVAL y los fraudes ferroviarios, la corrupción no fue una desviación, sino la esencia misma del poder. Un cáncer que no solo destruyó presupuestos, sino que modeló una lógica donde robar, controlar y callar eran parte del mismo sistema.

Ese engranaje de corrupción y saqueo necesita, desde luego, verdugos. De ahí mi ensayo “Los monstruos de la tortura”: desde los gulags estalinistas hasta los sótanos de la DGCIM, pasando por Corea del Norte, Trujillo o Noriega. Intento trazar una genealogía global del tormento espejada en el presente venezolano, donde el coronel Granko o Diosdado Cabello ocupan el rol de trituradores modernos. No hay tiranía sin tortura, ni control sin terror. Pero tampoco hay verdugo eterno. La historia, aunque tarde, pasa factura.

Prisionero con grilletes en La Rotonda, cárcel de torturas gomecista

En mi lucha por enfrentar la mentira con la verdad, cumplí esta semana al responder a la resolución del parlamento madurista con una declaración pública clara y directa: Es Maduro, no Europa, quien trafica con el ELN, encubre a corruptos, roba elecciones y provoca la mayor diáspora de nuestra historia. Culpar a Bruselas es solo un acto reflejo de quien ya no tiene patria, solo cómplices.

Y entre los escombros de este modelo, lo que más duele es el derrumbe de la educación. Porque si el poder roba y tortura, es precisamente para que nadie aprenda a cuestionarlo. En “La educación es la piedra angular”, regreso a mi escuela en San Juan de los Morros para, desde esa memoria intacta, confronta el colapso de hoy: aulas vacías, maestros que huyen, niños sin pupitre ni comida. Lo que fue un sistema de formación hoy es un campo de ruinas. La dictadura no destruyó la educación por accidente: lo hizo porque un pueblo ignorante es más fácil de doblegar.

Las ruinas de la infraestructura escolar en nuestro país.

Esta misma tesis —la del desmontaje moral, educativo, institucional y simbólico del país— la desarrolle en mi mas reciente entrevista con Fabián Dicosta, donde trazo el mapa de una Venezuela secuestrada, pero no rendida. Si algo queda claro esta semana es que la impunidad no se combate solo con denuncias, sino con memoria. Y con palabras que llamen a las cosas por su nombre.

Este boletín no pretende resumirlo todo, sino recordarte lo esencial: la lucha no es solo contra un dictador, sino también contra el olvido.

Y ese es mi compromiso: luchar, hasta el final, por un país libre, justo y digno.