En pleno centro de Caracas, una cafetería se distingue no por su gastronomía, sino por el trato que le da a los animales. Un par de gatos merodean las mesas y juegan entre ellos. Se trata de Fortunella y Lukas, considerados por los clientes como los anfitriones de Kfé en Taza. Ambos fueron rescatados de las calles por la dueña del negocio.
“Todas las personas que están aquí, para trabajar en Kfé en Taza, tienen que gustarle los animales. Es el primer requisito», afirma Carol Matheus, propietaria del merendero y activista por los derechos de los animales.
Al principio, la cafetería no pretendía convertirse en un centro de recreación de sus gatos. Carol los envió al comedor para evitar roedores y se llevó una grata sorpresa.
“Los gatos vinieron por una solución higiénica y se hicieron con la gente. Yo amo los animales. A la gente le gustó el tema de los gatos. La gente entra, pide un café y pregunta: ¿Dónde está Lukas?”, cuenta Matheus.
A Matheus no le gusta usar la etiqueta Pet Friendly para su cafetería. «Creo que ha terminado siendo una tendencia económica para atraer público. Ojalá y yo esté equivocada», advierte.
Sin embargo, cree que Fortunella y Lukas han hecho un gran trabajo en acercar al ciudadano al respeto por la fauna.
«Aquí ha llegado mucha gente que dice: a mí no me gustaban los gatos, pero yo veo a Lukas y ahora me gustan los gatos. Esa es una conciencia social que hemos creado sin querer”, resalta.
En Caracas hay al menos 40 cafés, panaderías o restaurantes donde se permite que las mascotas formen parte del grupo de comensales; una tendencia que ha aumentado en los últimos dos años.
«Poder traer a (mi perro) Baloo a lugares donde vengo con mis amigos, con mi familia a tomar un café es increíble; porque así tengo la libertad de poder disfrutar con él. Antes tenía que dejarlo en la casa y, de repente, estaba preocupada, porque tenía que irme a la casa y saber que Baloo estaba solo», dice María Daniela Dugarte mientras espera ser atendida en una venta de arepas, al este de la capital venezolana.
En el mismo distrito comercial, en una venta de perros calientes las mascotas son protagonistas. Incluso, algunos aperitivos son servidos en platos de animales. Entre sus mesas, los perros pasean libremente, como lo hace Gabbana, un poodle que acompaña a María Alexandra Duque mientras comparte con sus parientes.
«Ella es como una persona más de mi familia y es muy importante tenerla con nosotros. Le da seguridad, porque, por lo menos, en este lugar, ella está encantada. Va por todos lados tranquila, porque hasta los perros sienten cuando hay rechazo», explica Duque.
Pero María Alexandra no se ha librado de malas experiencias con quienes rechazan que su mascota esté dentro de un restaurante de comida rápida.
«Una vez escuchamos en la mesa de al lado que dijeron que si no venía la sanidad por tener un perro. Nosotros no lo estábamos montando en la mesa, ni con los cubiertos. Eso fue un comentario desagradable, que de hecho, mi familia y yo nos fuimos del restaurante, porque fue desagradable”, indica.
Mientras algunos llevan a sus animales a recrearse, unos 200.000 son abandonados anualmente, porque sus dueños no pueden alimentarlos o porque se han ido del país, según la Fundación Adopta un Perro o Gato sin Techo (APEGATE).
VOZ DE AMÉRICA