Suzanne Clarke camina hacia el apartamento de su hija hundiéndose en el agua hasta la cintura. Arrastra un kayak con ella y cuando llega a la vivienda, sube a sus dos nietas pequeñas a la embarcación y las empuja hacia una carretera más alta donde ha aparcado su coche.
El edificio donde vive su hija en McGregor, una pequeña ciudad del suroeste de Florida, se inundó el miércoles después de que el huracán Ian hiciera desbordarse el cercano río Caloosahatchee.
«Estoy muy estresada, esto ha sido muy duro», dice Clarke, de 54 años. «Vine temprano, el agua estaba muy alta y me asusté».
Un día después del paso del huracán Ian, los habitantes del condado de Lee, uno de los más afectados por el temporal, comprueban bajo un sol radiante los daños sufridos en las últimas horas.
En Iona, un pueblo situado a unos 10 km de McGregor, una calle se inundó y sólo unos pocos coches altos se atreven a rodar sobre el agua.
Ronnie Sutton es uno de sus habitantes. Pasó la noche en casa de un amigo en Cabo Coral, a unos 10 km al sur de ahí, y aún no ha podido llegar hasta su vivienda, pero da por hecho que el agua lo destruyó todo.
«Es terrible. Supongo que este es el precio a pagar por estar al nivel del mar. A veces se vuelve contra ti», lamenta este hombre de 67 años.
– Barcos en medio de la carretera –
Durante horas, Ian se cebó el miércoles con esta parte del suroeste de Florida dejando un paisaje de árboles derribados, señales de tráfico caídas y cristales rotos.
En Fort Myers, una ciudad tranquila de unos 83.000 habitantes, la subida del río Caloosahatchee empujó decenas de barcos pequeños amarrados en la marina hasta las calles del centro, donde reposan ahora sobre la tierra firme.
Tom Johnson asistió en primera fila a las inundaciones desde su apartamento situado al lado del puerto, en el segundo piso de un sencillo edificio de dos plantas.
El miércoles por la tarde, vio cómo el huracán empujaba dos barcos hacia el patio del complejo de viviendas en cinco minutos.
«Me asusté porque nunca había vivido algo así», dice señalando las dos embarcaciones. «Oí los ruidos más terribles, con cosas volando por todas partes, las puertas volando», añade este hombre de 54 años cuya casa no sufrió daños.
Una de sus vecinas, Janelle Thil, no tuvo la misma suerte. Su apartamento de la planta baja empezó a inundarse y hubo de pedir ayuda a unos habitantes del edificio para poder salir de ahí.
«Tomaron mis perros. Salté por la ventana y nadé hasta ahí», dice señalando la vivienda vacía de la segunda planta donde se refugió con otras personas.
Esta mujer de 42 años acaba de limpiar el fango que entró a su casa y ahora hace recuento de las pocas pertenencias que no perdió en la inundación.
«Lloré un poco cuando regresé a mi apartamento, abrí la puerta y tuve que esperar cinco minutos a que saliera toda el agua», cuenta. «Amaba mi casa, pero estoy viva y eso es lo principal», añade resignada.
AFP.