Un ex combatiente norteamericano de la Segunda Guerra Mundial cambió, a mediados de los 50, los festejos navideños con una gran idea. Cómo surgieron los arbolitos, su significado religioso, por qué las bolas son rojas y el origen de sus principales ornamentos.
Todos los elementos cotidianos tienen una historia detrás. Muchas veces no pensamos en ello. Sólo aceptamos su existencia y, en un gesto casi borgeano, los juzgamos eternos.
Los árboles de Navidad tienen una larga tradición y una evolución que se aceleró a partir de la mitad del siglo pasado. No siempre fueron de la manera que los conocemos hoy, sus formas, materiales y adornos fueron variando a lo largo del tiempo. También su significado.
El domingo pasado el New York Times contó la historia de Si Spiegel, un norteamericano de 97 años. En su casa no hay ningún árbol de Navidad. Eso no tendría nada de especial si tenemos en cuenta que sus hijos y sus nietos ya son grandes. Los bisnietos esperan regalos en las casas de sus ascendientes más jóvenes. Pero sí resulta extraño en caso de que tengamos en cuenta otra circunstancia: Spiegel es el responsable de que en casi el 80 % de las casas de Occidente haya un árbol de Navidad artificial.
Spiegel es uno de los pocos aviadores de la Segunda Guerra Mundial que sigue con vida. Recuerda sus años en la contienda bélica con una mezcla de nostalgia y pavor. Era joven, fuerte y se sentía inmortal pese a que a su lado caían de a miles.
En su última misión su avión fue alcanzado por el fuego antiaéreo nazi. Se tuvo que desviar y logró aterrizar en Varsovia que ya se encontraba a cargo del Ejército Rojo. Su regreso a Estados Unidos fue con gloria. Pero luego debió retomar a la vida cotidiana.
Hizo algunos estudios e ingresó a trabajar en una fábrica de cepillos. Ahí estuvo unos años hasta que la empresa tuvo múltiples problemas financieros. Se enteró durante un diciembre de mediados de los cincuenta. Propuso un plan alternativo que al principio nadie escuchó. Pensaron que se trataba de una broma. Pero Si Spiegel estaba convencido.
Preocupado por el futuro de la empresa se paró frente a la vidriera enorme de una gran tienda. La estaban decorando para promover las ventas navideñas. En una punta dos empleados con enorme dificultad trataban de mantener parado un pino recién cortado. En el otro extremo había unos arbustos artificiales que pretendían ser árboles. Eran antiestéticos y poco convincentes. Existían, en ese entonces, otros árboles artificiales. Unos hechos con aluminio, como si se tratara de un esqueleto raquítico y nervioso de un árbol.
Spiegel tuvo una revelación delante de esa vidriera. Se presentó ante sus jefes con un plan: abrir una división de árboles de Navidad artificiales. El negocio de los implementos navideños gozaba de una gran salud. Facturaba cientos de millones de dólares al año. No era un mercado que hubiera que despreciar.
¿Quién podía necesitar eso? Las dificultades que los empresarios le veían al negocio eran varias. ¿Para qué un árbol artificial si existían los verdaderos? ¿Cómo se hacía uno de plástico? ¿Dónde lo guardaban después de usarlo en Navidad hasta la llegada de la siguiente? Pero principalmente la gran cuestión era otra: ¿Cómo hacer prosperar un negocio que su franja de ventas abarca, a lo sumo, veinte días al año?
Los rechazos fueron varios hasta que uno de los ejecutivos le dijo a Spiegel que probara. Le dio un lugar y un presupuesto escaso. Las primeras muestras fueron poco alentadoras. Parecían puercoespines más que árboles. Pero no abandonaron. Año tras año el producto fue mejorando y convenciendo a la clientela. En poco tiempo la calidad mejoró muchísimo y fueron reemplazando a los árboles de verdad.
Verdes, blancos, con un jaspeado que emula la nieve. Hay para todos los gustos. La mayoría de las variantes salieron de Si Spiegel que en la década del cincuenta tuvo la idea y alguien confió en él y lo puso a cargo de la sección de Árboles de Navidad y Guirnaldas (American Tree and Wreath). A principios de los setenta, la compañía ya vendía unos 800.000 árboles por año. Spiegel, que se convirtió en multimillonario, dirigió la empresa hasta su retiro a principios del nuevo milenio.
Los árboles de Navidad caseros surgieron en Alemania a principios del Siglo XVI. Algunos dicen que su gran impulsor fue Martin Lutero. Los árboles elegidos eran los Evergreen, los de hojas perennes, aquellos que mantienen su follaje a lo largo del año.
Al principio, el árbol era utilizado los 24 de diciembre en la fiesta de Adán y Eva. Pero al poco tiempo otra costumbre se popularizó. Los cristianos festejaban la llegada de Jesús el 24 de diciembre y uno de los elementos caseros que integraban el rito de la celebración era una pirámide de madera que representaba a la Santísima Trinidad.
El árbol navideño tal como hoy lo conocemos es una síntesis de estas dos celebraciones. Tanto es así que uno de sus ornamentos principales, las bolas coloradas, deriva de las manzanas que se ponían, por razones obvias, en el Árbol de Adán y Eva.
Estos árboles primigenios también tenían sus luces: se ubicaban velas en sus ramas para que la luz fuera una presencia, para simbolizar la presencia de Dios.
Otro elemento que se agregó fue la estrella que remite a la de Belén, al astro que los Reyes Magos siguieron, según el Nuevo Testamento, hasta dar con Jesús. La metáfora no es difícil de comprender: una guía, la esperanza, el camino a seguir.
Esa costumbre alemana se trasladó morosamente a otros países y a otras culturales. Llegó a Escandinavia y después con timidez al Reino Unido. En Inglaterra el árbol de Navidad se popularizó recién en 1848 cuando una imagen de la Reina Victoria y el Príncipe Alberto y un árbol imponente en el Palacio Real hizo que todos los ingleses quisieran tener el propio en sus hogares. Años después, colonos ingleses transfirieron la tradición a Estados Unidos.
A principios del Siglo XX la compañía eléctrica Edison promocionó la hazaña de lograr poner luces eléctricas a un árbol de Navidad. Ya no eran necesarias las velas. A fines de la primera década del Siglo XX se recaudaban más de 20 millones de dólares por compras de adornos navideños. Una industria había nacido y se mantendría musculosa y en crecimiento hasta la actualidad. Otra costumbre que los norteamericanos importaron fue la de erigir majestuosos árboles en lugares públicos y edificios, que constituyen una atracción turística más.
Hay un consenso establecido. Se arma el 8 de diciembre. En la antigüedad esto tenía relación con Frey, el dios de la fertilidad y del sol. El cristianismo la asocia al día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Durante muchos años hubo disputas sobre cuál era la fecha en que debía desarmarse. Algunos sostenían que el 25 de diciembre debía guardarse hasta el año siguiente, en especial los más religiosos que instaban a centrar la celebración en el nacimiento de Cristo: el pesebre y todo otro símbolo que tuviera que ver con el nacimiento debía volver a los cajones. La gran mayoría, en la actualidad, lo deja hasta el 6 de enero, hasta que los Reyes Magos depositen en los zapatos de los más chicos sus regalos.
Este año Papá Noel y Los Reyes Magos en la mayoría de las casas dejarán sus regalos en árboles surgidos aquella tarde de invierno boreal en la que Si Spiegel pensaba en cómo conservar su trabajo mientras distraídamente miraba armar una vidriera.