Son zonas sin derecho, donde viven desocupados, familias, delincuentes o migrantes clandestinos.
Al final del apartheid, hace tres décadas, la población blanca y adinerada abandonó el centro para refugiarse detrás de muros altos y vallas eléctricas en casas suburbanas arboladas y pacíficas.
Los negros, que desembarcaron en masa provenientes del campo en busca de trabajo, comenzaron a ocupar los edificios vacantes.
Incluso hoy, la ciudad más rica del país atrae a aquellos en búsqueda de una vida mejor.
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Este éxodo económico aumenta la presión sobre una vivienda en crisis. El país de casi 60 millones de habitantes carece de 3,7 millones de alojamientos, según el Centro de Financiación de la Vivienda Asequible en África (CAHF).
En estos edificios, «se trata de crimen organizado. Estas personas conocen las leyes y tienen una red. Algunos obtienen documentos de propiedad en buena y debida forma», subraya Lucky Sindane, portavoz de la brigada contra el crimen.
Las autoridades realizan operaciones esporádicas para recuperar la posesión de «estos paraísos del crimen», explica, describiendo las armas y la cantidad de drogas que se descubren en el lugar.
Brigadas municipales, policía y a veces agentes de seguridad privada llamados «Hormigas Rojas» –sociedades especializadas en la expulsión de «invasores clandestinos»– desembarcan numerosos, armados hasta los dientes, y son conocidos por su violencia.
AFP