El pescador taiwanés Wang Chia-wen debe afrontar a diario incursiones chinas, aunque no son de carácter militar como las llevadas a cabo por el ejército de Pekín alrededor de la isla en los últimos días.
En el pequeño archipiélago rocoso taiwanés de Matsu, muy cerca de la costa de China continental, las poblaciones de peces son un recurso crucial para los habitantes, pero los pescadores chinos las están mermando poco a poco.
Las autoridades y los habitantes se sienten impotentes frente a esta competencia hostil, que no respeta la «línea mediana», la frontera invisible entre Taiwán y China, que Pekín se niega a reconocer.
«Todo el mundo está frustrado. Se ha convertido en algo recurrente», se queja Wang, de 45 años.
«Se acercan mucho a la orilla. Podemos vernos. Hacen como que no nos ven, pero no podemos hacer nada», afirma.
En busca de peces, calamares o cangrejos, los barcos chinos se llevan el sustento de los pescadores taiwaneses y arrasan los fondos marinos de la isla, que tiene una de las mayores industrias pesqueras del mundo.
– «Zona gris» –
Algunos responsables taiwaneses sospechan que estos actos forman parte de la «táctica de zona gris» de Pekín, nombre con el que se conoce a los medios de coacción no militares destinados a mantener la presión sobre la isla autónoma.
«En cualquier tipo de acoso de zona gris, siempre hay un componente de negación. Puede tratarse simplemente de acciones cometidas por civiles, o ser algo deliberado» por parte de Pekín, afirma Lii Wen, director de la oficina del gobernante Partido Democrático Progresista en Matsu.
A menudo, los guardacostas de Taiwán deben jugar al gato y el ratón con barcos chinos que pescan ilegalmente de noche en aguas del archipiélago. Pero para los habitantes de Matsu, los guardacostas suelen llegar demasiado tarde.
El año pasado, las autoridades taiwanesas expulsaron de sus aguas a 1.291 pesqueros chinos, según los guardacostas, a menudo a costa de peligrosos enfrentamientos en alta mar.
«Cualquier accidente o acontecimiento imprevisible puede provocar mayores tensiones o una escalada», advirte Lii.
En el puerto pesquero de Qiao Zi, en la isla de Beigan, en Matsu, los pescadores se afanan en reparar sus embarcaciones mientras los aficionados lanzan sus sedales al mar.
Vestido con un mono y botas negras, Chiu Ching-chih, de 51 años, muestra una lubina que acaba de morder su anzuelo.
Los isleños se sienten impotentes frente a las incursiones chinas. «Cada vez son más frecuentes, se ven todos los días», afirma Chiu.
Otra amenaza para los recursos es la pesca nocturna de calamares en aguas chinas cercanas por barcos que, según los lugareños, encienden luces LED que a veces tiñen el cielo de Matsu de un verde fluorescente.
«Hay un impacto indirecto, porque atraen a los peces pequeños a sus costas, y los grandes les siguen», dice Chiu.
Algunos pescadores chinos más agresivos arrojan piedras a barcos taiwaneses, rompiendo sus ventanas, e incluso cortan sus redes en el mar.
«Sus redes de pesca invaden las nuestras», se queja Wang Chia-ling, de 44 años.
Una red de pesca cuesta entre 200.000 y 300.000 dólares taiwaneses (entre 7.000 y 10.000 dólares).
Los taiwaneses también acusan a los barcos chinos de pescar con dinamita, una práctica desastrosa para el fondo marino y el ecosistema, y con corriente eléctrica.
«La pesca ilegal en nuestras aguas es muy perjudicial para nosotros. Cada vez habrá menos peces», se queja Chiu. «Si ya no podemos llegar a fin de mes, quizá tengamos que dejar de pescar algún día».
AFP