Valentina Katkova, de 77 años, no sabe qué le da más ganas de llorar: si los problemas de salud propios de su edad avanzada o el hecho de vivir ‘enterrada’ en el metro de Kyiv para escapar de las bombas rusas.
Como ella, otras 200 personas han encontrado refugio en la estación de metro Syrets, al noroeste de la capital ucraniana.
La mayoría duermen sobre mantas o en colchones colocados sobre el suelo, en el andén o en los pasillos de la estación. Pero Katkova, vestida con un abrigo color lila y un gorro tejido a mano, y otras personas de su edad disfrutan de la escasa comodidad que dan los vagones del metro.
La mujer duerme en tres asientos de cuero azul sobre los que ha extendido una manta. No puede tumbarse completamente, por falta de espacio. A su lado tiene una botella de agua y un vaso de plástico.
Sus ojos están enrojecidos por las lágrimas y el llanto le corta la voz. Duerme allí desde el 24 de febrero, cuando el presidente ruso Vladimir Putin decidió iniciar su ofensiva.
Su hija, su yerno y dos nietos pernoctan en el andén de la estación.
«Los viejos estamos aquí. Y los jóvenes en el suelo», lamenta.
El metro de Kiev, que tiene algunas estaciones muy profundas, sirve de improvisado refugio a miles de habitantes.
Los trenes circulan por una sola vía y el resto, inmóviles, sirven para que decenas de personas duerman en su interior.
En esta estación situada a unos 60 metros de profundidad, se quiere dar una sensación de falsa normalidad y hasta se ha instalado una televisión.
Nina Piddubna, de 71 años, duerme en el vagón vecino y explica que las últimas tres semanas no han sido fáciles.
Al principio «me sentía muy mal, tenía fiebre», cuenta esta mujer de ojos claros y profundas ojeras. La mujer llegó incluso a desmayarse y los empleados del metro se ocuparon de ella.
Olena Gusseva, de 73 años, admite que hay una gran solidaridad entre la gente que se refugia en esta estación. «Es verdad que hay humedad y podemos ponernos enfermos, pero da igual porque lo más importante es seguir con vida», dice.
AFP