Musulungo
Por Mari Montes / Prodavinci
Cayó el último out. Atraviesa tranquilo el sembradío de maíz, que ahora comienza otro juego. Aquí seguiremos contando tu leyenda, intercambiando anécdotas de tus episodios, de tus innings y extrainnings.
Yo no te recuerdo como catcher de los Leones. Comenzaste a custodiar el home justo el año en que nací, 1967, y cuando te fuiste en 1971, yo aún no veía los juegos, pero tuve tu barajita. Debió ser de mi papá o de alguno de mis primos, y estuvo un tiempo rodando por ahí. Ibas con el uniforme a rayas y un casco, estabas como en el círculo de espera y miraste al fotógrafo con esa misma mirada que te conocimos después, con o sin careta, con esos ojos que vieron tanta pelota.
Ya grande, tuve el honor de conocerte y de entrevistarte. Creo que fuiste una de las figuras más inmensas de nuestro beisbol, no solo porque medías casi dos metros, sino porque fuiste ejemplo de autoridad y de respeto, de lo importante que es el conocimiento de las reglas para aplicarlas con justicia y evitar males mayores.
Desde que se supo, tempranito en la mañana, cuando aún Valencia y Caracas estaban estremecidas por el susto del temblor y sus réplicas, que decidiste irte al Campo de Sueños, fanáticos y no fanáticos del beisbol han hablado de ti tan bonito. Incluso quienes no siguen la pelota, dicen que no te olvidan por el tamañote. Claro, y porque eras carismático y famoso, tan famoso que hasta Elizabeth Fuentes te fue a hacer una entrevista para El Nacional. Ella, que no sabía nada de eso pero sabía que eras importante, y así fue como se sentó a conversar contigo en las Residencias Taormina. Esta mañana te recordó como si estuviera viendo tu foto.
Omar Vizquel te describió así: “No era un árbitro cualquiera, infundía respeto por su tamaño y por su corpulencia”. Que fuiste un gran conocedor del beisbol, que muchas veces iba a preguntarte sobre las jugadas y que eras muy agradable al hablar; que respetabas y por eso nadie te irrespetaba; que disfrutabas hacer chistes. Se acordó de una mañana en Maiquetía cuando iban a Maracaibo y estuviste haciéndolos reír mientras esperaban el vuelo. Recuerda que te apasionaba contar historias, que podías trasladar a quienes te escuchaban al momento que narrabas. Ahora es él quien se emociona al hablar de ti.
Lo primero que me dijo el exreceptor de las Águilas, Eduardo Pérez, fue que lamentaba que no se te hubiese hecho nunca un homenaje como merecías. Después recordó cosas tuyas. Los catchers, lo sabes, hablan mucho con los ompayitas, y Eduardo dice que eras muy divertido. Me contó que una vez un bateador te reclamó que habías cantado un strike y era bola, y le dijiste: “Asere, esa la habría puesto yo en los blíchers”. Pocos se atrevían a enfrentarse contigo, te tenían respeto porque jugaste y conocías las reglas y también las mañas.
Decías que ningún catcher porque tuviera las caderas anchas y un “culote” podía engañarte mascoteando, porque te los conocías muy bien y eras grandote para ver bien el plato.
Con la voz quebrada te recordó Gregorio Machado, primero cuando fueron rivales en México, y más tarde cuando jugabas para el Caracas y te gustaba ir a “La cueva del oso” a tocar los timbales y a cantar, hasta que te descubrió “El Negro” Prieto. No cantaste esa noche y no jugaste más para Leones.
Años más tarde, Gregorio se quedó como interino en un juego y te fue a reclamar unos pitcheos y lo botaste a él también. Dice orgulloso que fuiste el primero en expulsarlo siendo manager. Ya después no pudo seguir hablando de ti, afligido porque te fuiste.
Wilson Álvarez tiene esa anécdota que varios han contado hoy, de juegos el Día de la Chinita, a mediodía, y tú advirtiendo a los jugadores que por más que reclamaran se iban a quedar llevando el solazo contigo y que no ibas a expulsar a nadie. Pero lo que recordó con más cariño fue tu consejo cuando era un novato: “El mejor pitcheo del béisbol es la recta adentro”.
Alfredo Pedrique también destacó tu sentido del humor cuando con el sol marabino de las 11:30 de la mañana le aconsejabas a todos: “Aseres, hagan swing, porque lo que esté cerca lo voy a cantar, el calor está de pinga”.
En Twitter, montones de recuerdos, como jugador y como ompayita.
Conté algunas mías: cuando me aconsejaste que diera la hora de play ball porque era “elegante” y los nombres de cada uno del cuerpo arbitral. Cuando me regañaste porque me atreví a anunciar a un nuevo lanzador primero que tú. Era Johan López. Cuando salió del bullpen abrí el micrófono y lo informé antes de que llegara al morrito. Me esperaste abajo en la salida del palco y me dijiste: “Mira niña, tú tienes que esperar a que yo haga la seña para anunciar el cambio. Aquí la autoridad soy yo”. Después, ya sonreído, me aclaraste que era un consejo para que no me equivocara.
No se me olvida una noche en especial, un Magallanes Caracas que se fue a extrainnings y hubo varios cambios de infielders y jardineros y yo, por bromear, dije: “Y en home sigue Musulungo Herrera, inning 12”. Volteaste hacia mí y pude sentir tu mirada congelante. Fue solo un gesto y yo entendí que no te había hecho ninguna gracia. Hasta temí que me botaras. Después me dijiste que tenías esa potestad, solo como advertencia. Así que nunca más sucedió algo así, pero sí siguieron ocurriendo extrainnings contigo detrás del plato.
En verdad era tan así, que también recordé que unos días antes de morir, el “Chico” Carrasquel fue hospitalizado (la diabetes al final lo fastidió mucho), y yo lo llamé para ver cómo estaba y me dijo, dulce y divertido como solo él: “Tú sabes que mi partida la está ompayando Musulungo, estoy en extrainning”.
Tenías esa fama.
Siempre te agradeceré tu caballerosidad conmigo, jamás te escuché decir una mala palabra y resulta que hoy he sabido de unas cuantas que te gustaba decir en el terreno.
Hablaron de ti desde México cuentos tuyos como jugador y como árbitro. También desde Colombia, a donde fuiste a trabajar después que dejaron de llamarte de la LVBP.
Eso te dolió, lo hablamos, porque te gustaba demasiado ir a Venezuela y porque esperabas un mejor trato, lo merecías, pero a veces se toman decisiones o no se toman las correctas y las cosas quedan así. Sin embargo, eso no hizo mella en tus recuerdos de nosotros, esos que te he contado y los que faltan. Todo el mundo te lleva en su corazón con cariño genuino.
Varios quisieron recordar cuando le robaste segunda a Paulino Casanova, porque no pudo lanzar a la base de la risa. Fuiste quieto de risa, aunque no se anotó así.
Aun hay quienes te recuerdan como un gigante. Yo sé que lo eras y siempre te vi con la cabeza completamente hacia arriba y tú hacia abajo, cuando nos veíamos de frente, pero si cierro los ojos, la visión es cenital, desde el palco de sonido interno. Aun desde ahí parecías un edificio.
Mucho cariño y nostalgia para recordar el béisbol que representaste, la serenidad, justicia, el equilibrio, la paciencia, el tino, la firmeza, bondad, el sentido del humor, la inteligencia, eso que deben tener todos los que ejercen un poder y cuando se van son recordados así como te recuerdan a ti.
Alguien me preguntó por qué te decían “Musulungo”, que qué significa, y contesté como tú, que alguien que jugó contigo en Cuba tenía un amigo al que le decían “Musulungo” y que se parecía a ti.
Seguro fue así, pero desde que te conocemos a ti como “Musulungo”, Musulungo significa beisbol, ompayita venezolano nacido en La Habana, Cuba, catcher de los Leones y por años árbitro en Venezuela, donde se ganó el respeto y cariño de todos quienes le vieron.
El Musulungo de tu amigo no sé cómo sería, pero el que yo conocí ¡Asere, no se le parecía a nadie!
Mari Montes / Publicado en Prodavinci