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España clasifica a la final de la Copa

España ha construido otro sueño en ese vivero de esperanzas que siempre son los campeonatos sub 21. En la semifinal del Europeo italiano, la selección aplastó a Francia en un partido que ilusiona y provoca magnetismo respecto a unos jugadores que disfrutan en el campo. Empezó mal el equipo, pero se rehizo con propiedad y fe en su estilo. Y el domingo (20:45) jugará su cuarta final en las últimas cinco ediciones contra un enemigo conocido, Alemania.

Cualquier torneo de las categorías inferiores evoca otra mirada al fútbol. Algo más limpia porque aún los jugadores no adquieren todos los registros al uso: la trampa blanqueada como picardía en un deporte «para listos» que decía Luis Aragonés, el estilo guerrillero que siega tobillos o tibias sin pudor, la veteranía que transforma en oficio lo que simplemente es aburrimiento o tedio táctico. Un torneo sub 21, este Europeo, se encuentra en el límite de la candidez.

Los jugadores sub 21 aún quieren jugar al fútbol, de una manera más libre y espontáneo, sin las ataduras y la presión del profesionalismo, sin esa vertiente estratégica de los entrenadores que todo lo inunda. Todavía tiene algo de ese juego maravilloso que a veces tiene mucho más sentido en los campos anónimos de hierba artificial en cualquier ciudad del mundo de cualquier equipo desconocido que en el bazar profesional.

Los chicos de España y Francia, todos profesionales y jóvenes, intentaron desplegar sus habilidades, correr, combinar, chutar… También pegaron duro en entradas a ras de césped, violentas algunas, en consonancia con su estatus de futbolistas de elite. Pero el partido tuvo un aire sincero, dos escuadras dispuestas a ganar sin reparar en la táctica excesiva.

La selección española pronto descubrió un aliciente para su sueño. Dos bandas desprovistas de la consistencia gala por el centro de la defensa, el mediocampo o una delantera construida por submarinos de acero. Los laterales Dagba y Toure hacían agua al taponar los avances españoles, sobre los de Junior, el lateral del Betis convertido en involuntario protagonista de la semifinal.

Junior hizo el penalti, un empujón light a Adelaide, y paseó por una autopista en el carril izquierdo. El defensa-extremo penetró tres veces y tres veces la pifió. Un centro atrás sin pierna amiga, un pase al segundo poste que cruzó la portería como un fantasma y un tiro violento desviado, cansado Junior de poner balones sin destino cierto.

Mateta convirtió el penalti con una calma pasmosa, mirando y engañando, como en el colegio. Roca empató por la tremenda. Se adelantó a su marcador en un evidente fallo del francés y remachó el despeje del portero con el alma.

Francia jugó a la antigua, al clásico hábito del país, de suave toque por el centro, asociaciones convincentes y dos delanteros, Adelaide y Mateta, que eran como Umtiti y Desailly. Dos tanquetas. Bonita contraste de estilos, porque España opuso velocidad en la circulación, técnica para combinar y una fuerte presión al portero y los zagueros cuando sacaban el balón. La selección se repuso con ambición y jerarquía. Apretó a su enemigo, jugó en campo rival y obtuvo premio. Un penalti, también light, a Oyarzábal fue transformado por el delantero de la Real Sociedad.

Reseña de ABC