Frente al puesto de Tetyana Barshevska en el mercado de Soledar, en el este de Ucrania, hay una tienda de comestibles reducida a escombros. Y la carretera donde antaño circulaban los autobuses ha sido devastada por la artillería.
A Tetyana le preocupan sobre todo sus vacas y sus cerdos. «He invertido todo en ellos, en mi granja» dice esta mujer de 47 años, ante una mesa plegable donde ofrece pedazos de carne, y botes de crema fresca.
Algunas ancianas y hombres de mirada adusta intercambian historias aterradoras sobre sus noches sin sueño y sobre la muerte que los acecha.
«Todos hemos envejecido solamente en una semana» dice Tetyana, en uno de los escasos momentos de calma, en que cesan los combates en torno a Soledar. «Es por el miedo, que se lee en los ojos de todos», agrega.
– Abandonados –
Una nueva y profunda trinchera cavada al sur de Soledar ilustra los temores locales. Las fuerzas rusas avanzaron hasta las puertas de este centro minero, tratando de establecer una tenaza en torno a las tropas ucranianas.
La carretera hacia el noreste, bajo intermitente control ruso, conduce a dos ciudades industriales asediadas y casi desiertas, pero que las fuerzas de Kiev se niegan a abandonar.
La ciudad vecina de Bakhmut ha visto a los rusos avanzar hasta a tres kilómetros de su límite oriental.
Y la vía hacia el noroeste ha sido cortada por una incursión de los rusos, que tienen en su línea de mira las ciudades de Sloviansk y Kramatorsk, dos de las más importantes localidades de la región.
Muy pocos refuerzos ucranianos se desplazan a lo largo de estas vías sometidas al fuego de la artillería. Las trincheras sugieren que los ucranianos se preparan para replegarse hacia nuevas posiciones defensivas, abandonando al enemigo a ciudades como Soledar
En el mercado, cunde el fatalismo entre los habitantes.
«Si hay que morir, pues hay que morir» dice Volodimir Selevyorstov, un jubilado que cuenta que una esquirlas de obús mataron a la vaca de su vecino, y que debió sacar el cadáver del animal del jardín, para evitar el olor.
«Ahora, espero que mis dos vacas yo mismo acabemos estallando, hoy o quizá mañana, Así vivimos» ironiza el jubilado.
– «¿Adonde puedo huir?» –
La ciudad vecina de Soledar, Bakhmut, era antes sede de organizaciones humanitarias occidentales. Sus calles están ahora repletas de almacenes e inmuebles destruidos a diario por los cohetes rusos.
Unidades móviles ucranianas replican en varias posiciones desde esta ciudad casi desierta, o en torno a ella. Y luego se van, antes de que los rusos puedan localizarlas y atacarlas.
Este sangriento juego al gato y al ratón exaspera a Valentyna Pavlenko, empleada de banco de 69 años, mientras pasa ante las ruinas de un colegio que albergó brevemente, según los habitantes locales, a militares ucranianos.
«¿Adonde puedo huir? Hay disparos, vayas donde vayas» explica la mujer, que espera un final «rápido» y no algo que la deje inválida.
Denys Aleksandrov, obrero de 42 años, perdió su trabajo hace meses debido a los combates. Hoy ayuda a limpiar patatas en el mercado de Soledar. Como la mayoría de sus vecinos, se ha resignado a la posibilidad de una muerte súbita.
«¿Para qué esconderse? Si cae un obús, caerá en cualquier lugar, estés donde estés» dice, y explica estar aliviado por tener algo con que ocupar sus manos en estos tiempos difíciles.
No ve ningún interés en ir «a esconderse en un refugio, como un idiota (…) Aquí, podemos hablar con la gente, ya nos conocemos todos ahora. Y así, las cosas son más fáciles».
AFP