Los últimos días de Maradona fueron muy distintos a los de aquel astro que alzó la Copa Mundial de la FIFA México 1986.
Tres días después de cumplir 60 años, Diego fue internado en un hospital de La Plata.
“El Pelusa” se había mudado a aquella ciudad, ubicada en las afueras de Buenos Aires, debido a su cargo como entrenador del equipo Gimnasia y Esgrima La Plata.
Sin embargo, un repentino deterioro, que muchos atribuyen a un cuadro depresivo, hizo que Leopoldo Luque, su médico de cabecera, ordenara la reclusión en el sanatorio Ipensa.
Tras pasar 24 horas en ese centro platense, Diego Armando fue llevado hasta Buenos Aires. Una vez allí, se le hospitalizó en la exclusiva Clínica Olivos de la capital argentina.
En aquel nosocomio, el 10 fue sometido a un proceso quirúrgico. Una craneotomía permitió drenar un cúmulo de sangre que se había alojado entre el cerebro y el cerebelo.
Maradona soportó la operación. Sin embargo, en medio de su recuperación, “Barrilete” empezó a experimentar los síntomas de la abstinencia.
Su organismo, acostumbrado a la presencia de alcohol etílico y de psicofármacos, resintió la ausencia de tales sustancias.
Tras pasar 10 días en la Clínica Olivos, Diego Armando fue dado de alta. Salió en una ambulancia que le trasladó hasta Villanueva de Tigre, una tranquila zona residencial en la que Maradona alquiló un domicilio.
Desde ese momento, empezó a rodearse de los suyos. Allegados relatan que eran frecuentes las visitas de sus hijas Gianinna y Jana Maradona.
En su nuevo hogar, una enfermera le monitoreaba 24 horas al día y un kinesiólogo le ayudaba a recuperar la motricidad.
Pese a aquel apoyo, “El Pelusa” no salió del foso. Su médico intentó encontrar motivaciones que encendieran la chispa de quien, sin duda, llegó a ser un ganador.
Se pensó en permitirle volver al trabajo. “Quizá pueda ir a algún partido del equipo”, advertían en su círculo más interno.
Con todo, su llama se apagó. “Nada lo motiva”, decían sus seres queridos desde antes de su último cumpleaños.