Un duende burlón transita en este momento los recovecos de la opinión pública venezolana, las redes de Instagram y Tik Tok, los análisis políticos y las entrevistas de opinión: “Venezuela se arregló”. Se trata de una especie de coletilla que es continuamente rebatida por los especialistas, que se clava como una saeta en la sensibilidad de muchas personas, que enfurece especialmente a la diáspora, y que emerge como un agrio contrapunto a contradecir la narrativa de la tragedia histórica que vive el país desde hace, al menos, ocho años.
A pesar de que la frase anda de moda, nadie es capaz de afirmar con todas sus letras que “Venezuela se arregló”. Ni siquiera Nicolás Maduro: “Venezuela no se arregló, pero está mejorando. Venezuela va a crecer, pero falta mucho por hacer”, afirmó hace poco en un encuentro oficial con empresarios. La matriz, sin embargo, vuelve a reaparecer, burlona, a mofarse de las calamidades de los venezolanos, a la espera de un nuevo desmentido.
El fracaso de la oposición venezolana para forzar una transición a la democracia se ha topado con una audaz iniciativa de flexibilización del gobierno chavista en lo social y lo económico, que ha producido un alivio en los sectores productivos y un cambio de tono con algunos sectores de la sociedad civil de oposición, parte de los cuales no ve factible un cambio político y ha optado por tratar de obtener pequeñas victorias y concesiones del poder.
El régimen de Nicolás Maduro ha enterrado el hacha de la conflictividad en algunos frentes, y, por primera vez, ha accedido a sentarse en una mesa con la patronal Fedecámaras y sectores sindicales para acordar medidas salariales en un esquema tripartito. Esta iniciativa contó con la presencia de miembros de la Organización Internacional del Trabajo, una instancia que Miraflores habitualmente ha tratado con muy mal talante.
“El ‘Venezuela se arregló’ confunde a la gente”, afirma Alejandro Grisanti, economista, académico y consultor internacional. “Te remonta a un pasado que quedó atrás. Mucha gente quiere creer que todo será como antes. No sólo Venezuela no se arregló, Venezuela se rompió. El pasado glorioso de Venezuela en lo económico, que de 1920 a 1977 lo convirtió en el país que más creció económicamente en el mundo, el país de las oportunidades, de la inmigración europea, con una democracia estable, ya no volverá”.
Sobre el país que se aproxima luego de la catástrofe de 2013, Grisanti pondera positivamente la apertura económica y una infraestructura relativamente aceptable. Reconoce que este año el producto interno bruto nacional puede crecer hasta dos dígitos e identifica lo que denomina “limitaciones del parto”: un Gobierno autoritario con graves problemas reputacionales; mucha corrupción; con objetivas dificultades para remontar totalmente el escenario de las sanciones y normalizar por completo su producción petrolera.
“Es difícil trazarse un horizonte de crecimiento sostenido a largo plazo en ese marco”, agrega Grisanti, quien considera factible que el país observe tasas de recuperación inicialmente altas, como la de este año, que en poco tiempo se estabilicen en torno al dos por ciento anual, dejando a la economía en una dimensión muy inferior a su talla habitual, tradicionalmente la cuarta en tamaño de Latinoamérica.
Los problemas de servicios públicos siguen siendo una calamidad. El occidente del país está sometido a un duro racionamiento eléctrico de hasta cinco horas diarias. El servicio del agua es cada vez más deficiente: el chavismo no ha construido un solo acueducto en 22 años. Aunque ha mejorado discretamente, el servicio de internet sigue siendo de muy poca calidad. La hemorragia de la diáspora no se ha detenido, si bien no pocos emigrados, huyendo de la xenofobia en Sudamérica, también deciden regresar.
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