Una delgada columna de hormigón sostiene la casa de Jorgymar Mendoza, fracturada por el desborde de varios riachuelos que dejó al menos 36 muertos y 56 desaparecidos en la localidad de Las Tejerías, en el centro de Venezuela, golpeada por una atípica temporada de lluvias.
El sábado, día de la tragedia, un albañil hacía mejoras en la vivienda donde la mujer de 37 años reside con su esposo y sus dos hijos. Todo eso se perdió y ahora un orificio de varios metros puede verse en las bases de la estructura.
«Me salí dos minutos antes de que se me partiera la pared, estoy viva porque Dios me está dando la oportunidad», dice a la AFP al mostrar los daños de su casa construida cerca de un riachuelo donde solía correr un pequeño caudal.
El sábado por la tarde, torrenciales lluvias provocaron el desbordamiento de cinco quebradas arrastrando todo a su paso en Las Tejerías, una zona industrial hoy venida a menos, ubicada a unos 52 kilómetros de Caracas.
Más de 300 viviendas fueron destruidas y otras 700 sufrieron daños, según el balance oficial, que no dio cifra del total de personas afectadas.
La incertidumbre acecha en la comunidad. Algunos pobladores que lo perdieron todo piensan en irse porque no ven posibilidades de recuperar sus casas, literalmente envueltas en un espeso lodo que conforme pasan los días se hace más compacto.
Otros en cambio, prefieren quedarse y tratar de salvar lo poco que les ha quedado.
«No queremos abandonar la casa (…) es difícil pasar un tiempo largo en un refugio, no hay privacidad, no hay nada», sostiene Miguel Segovia, quien cumplió 69 años el 8 de octubre, día del peor desastre natural en Venezuela en décadas.
Él y su familia sacaron a secar al sol algunos muebles y ropa cubiertos por completo de lodo, mientras son cobijados por vecinos.
– Zonas de riesgo –
La casa de Isaac Castillo, un comerciante de 45 años, quedó inhabitable, por eso espera poder comenzar una nueva vida en otro lado.
«Esto es pérdida total, devastación», cuenta a la AFP mientras mira su vivienda cubierta por varios metros de barro, de la que apenas se ve la parte superior.
Para él, Las Tejerías «no volverá a ser lo mismo», por eso «la mayoría de los vecinos está de acuerdo en abandonar este sector».
Castillo, que se ha sumado a las labores para recuperar cadáveres sepultados por toneladas de sedimentos, vivió el terror de cerca cuando la crecida, que «parecía un volcán de agua», arrasó Las Tejerías.
Cientos de familias en este pueblo rodeado por montañas y ríos, construyeron sus hogares en zonas de riesgo y ahora son aún más vulnerables: a algunas apenas las sostiene un terreno socavado por la corriente que arrastró enormes árboles y rocas.
«A las casas que estaban en la orillas las arrancó literalmente y se las llevó flotando como un barquito», describe Castillo, que espera sacar a su familia de allí cuanto antes.
A Julia Ramos le gustaría mudarse, pero no tiene recursos para hacerlo. Vive sola con su hijo de 35 años con síndrome de Down y llora de miedo, pues cree que puede haber otra crecida en el momento menos pensado.
«Esto es demasiado espantoso (…) Yo sé que nosotros somos invasores (en estos terrenos), pero ¿qué hacemos?», dice esta agricultora de 58 años, que vive en una casa de bloques al costado de una de las quebradas que se desbordó.
Aunque se siente emocionalmente devastada, Jorgymar Mendoza, agradece estar viva. Lo que toca ahora es «empezar de cero», dice.
AFP.