Los derechos humanos y la fobia a Almagro son consideradas piedras en el zapato de la relación entre EE.UU. y Argentina. Para el periodista Sebastián Fest, la profunda antipatía del presidente argentino, Alberto Fernández, y el Ministro de Relaciones Exteriores de ese país, Felipe Solá, al secretario general de la OEA, parte de la explicación de la abstención del Gobierno suramericano ante los abusos del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua.
Ni el canciller Felipe Solá ni Alberto Fernández podrán decir que no estaban avisados. Por distintas vías y en reiteradas ocasiones, el nuevo gobierno de los Estados Unidos les había hecho saber en los últimos meses que lo que esperaban de Argentina era la promoción de los derechos humanos en todas las Américas. También en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Derechos humanos para todos y todas.
Encantados, dicen desde el gobierno argentino. No nos gusta lo que está pasando en Nicaragua, pero no le vamos a dar el gusto a Luis Almagro de que lidere la solución al problema. Almagro: uruguayo, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), ex canciller de José “Pepe” Mujica y hombre que aspira a presidir alguna vez su país. Un hombre, Almagro, que compite mano a mano con el brasileño Jair Bolsonaro: no está claro a cuál de los dos detesta más Alberto Fernández.
En medio de su gira estadounidense, Sergio Massa aún tenía esperanzas el lunes de que Solá le diera forma a un proyecto de resolución para votar junto a Estados Unidos la condena a Nicaragua en la OEA. Eso mismo le había dicho el domingo a Juan Sebastián González, el asesor para América Latina de Joe Biden, durante las tres horas y media de conversación en la terraza del hotel W.
Pero ya en la mañana del martes, camino a una reunión clave en el Departamento de Estado, el presidente de la Cámara de Diputados sabía que eso era un imposible. Debía, entonces, prepararse para escuchar a su anfitriona, la secretaria de Estado adjunta para el Hemisferio Occidental, Julie Chung, que estaba acompañada por su número dos, Kevin O’Reilly.
Cuando llegó el momento de Nicaragua, el mensaje de la máxima responsable de América Latina en la cancillería estadounidense desarrolló tres ejes. Escuchaban Massa, su asesor en política internacional, Gustavo Martínez Pandiani, el embajador Jorge Argüello y la diputada Laura Russo. Infobae pudo reconstruir, en base a diferentes fuentes al tanto de lo conversado, en qué consistieron esos tres ejes:
– La importancia de los esfuerzos bilaterales, regionales e internacionales para promover los derechos humanos.
– La importancia de una respuesta regional coordinada para la crisis de la democracia en Nicaragua.
– El deseo de continuar construyendo sobre la base de la historia de cooperación entre los Estados Unidos y Argentina en la promoción de los derechos humanos y la democracia.
Massa tomó la palabra y explicó que a la Argentina también le preocupa la cuestión de los presos políticos, destacó que el país fue uno de los primeros en pedir su liberación y habló de las gestiones de Solá, que tiene además una relación de amistad con uno de los políticos encarcelados por el régimen de Daniel Ortega.
El presidente de la Cámara de Diputados no dijo que Argentina se abstendría, pero sí explicó la incomodidad que le genera a la Casa Rosada la figura de Almagro. ¿Fortalecer al uruguayo instalándolo como el hombre al frente de la resolución de la crisis? De ninguna manera. No queremos que Nicaragua sea Bolivia 2, fue el mensaje.
Fue entonces que O’Reilly se preocupó por destacar que Almagro es a veces “excesivamente locuaz” y que en el fondo es solo un funcionario. Que los que deciden en la OEA son los países, no su secretario general. En diciembre, durante una entrevista con Infobae, Almagro fue muy duro con el gobierno argentino: “Parte de la gente en el gobierno argentino le debe mucho a Cuba, y eso tiene verdaderamente una influencia política muy directa en las decisiones políticas que se toman”.
Más allá de lo que diga o haga el uruguayo, en esa misma reunión en el Departamento de Estado hubo un énfasis importante por parte de Chung en la necesidad de que la región estuviera coordinada en una respuesta conjunta. Y, por su tamaño como país, contar con Argentina era muy deseable.
Fue prácticamente lo último de envergadura que Chung encarará en América Latina. Tras despedir a Massa, los problemas regionales comenzaron a convertirse en notablemente ajeno para la experta y bien considerada diplomática, confirmada como embajadora de Estados Unidos en Sri Lanka. América Latina pasará en breve a estar en manos de Brian Nichols, actual embajador en Zimbabwe.
Massa estaba en el edificio del Capitolio cuando, unas horas después, ya con 25 países acompañando a Estados Unidos en la condena a Nicaragua en la OEA y Argentina absteniéndose junto con México para no darle el gusto a Almagro, Infobae recibió un mensaje desde el Departamento de Estado.
“Nos decepcionó que Argentina no acompañara a los 26 estados miembro que votaron a favor de la resolución de la OEA sobre Nicaragua, pero recibimos con satisfacción sus esfuerzos para instar a Nicaragua a liberar a los presos políticos y promover elecciones libres y justas”.
En lenguaje diplomático, decir que un país “decepcionó” al otro es escasamente habitual. La decepción tiene también que ver con que el mensaje de Washington a Buenos Aires había sido transmitido con claridad en múltiples ocasiones: podemos tener desacuerdos, pero es importante que los derechos humanos y la democracia imperen en toda la región.
En octubre, antes de que Biden ganara las elecciones, González, que ya se perfilaba como su hombre para América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) de la Casa Blanca, dijo en una entrevista con Infobae lo que esperaba de América Latina en relación a un asunto candente: “Es hora que dejemos el juego y hablemos abiertamente sobre lo que está pasando en Venezuela”.
Y, cuando se le preguntó específicamente sobre la Argentina, fue al hueso: “Antes de los Kirchner, la política tradicional entre Estados Unidos y Argentina era otra. En las Naciones Unidas, Argentina era un país líder en derechos humanos, en temas de no proliferación. Creo que se nos ha olvidado un poco esa historia”.
En abril, González y Chung estuvieron en Argentina y mantuvieron un almuerzo virtual con el presidente Fernández. Los tres estaban en la Quinta de Olivos, pero en diferentes habitaciones porque el jefe de Estado se estaba recuperando de su contagio de COVID-19. Y otra vez fue un tema la importancia de los derechos humanos y la democracia en todo el continente.
El jueves 10 de junio, en el Departamento de Estado, Infobae le preguntó al vocero Ned Price cómo definiría la relación de Estados Unidos y Argentina.
“Hay un compromiso compartido con la democracia, con la prosperidad, con la seguridad de nuestros ciudadanos”, dijo Price antes de hacer una pausa y sumarle énfasis a la siguiente frase: “Y algo importante: la protección y la promoción de los derechos humanos en las Américas, eso es lo que sigue guiando nuestra política hacia Argentina y nuestra relación con Argentina”.
Al día siguiente, viernes 11 de junio, Antony Blinken, el jefe de la diplomacia estadounidense, llamó a Solá. Un comunicado del Departamento de Estado destacó lo que los norteamericanos consideraron el tramo más importante de la conversación.
“El Secretario de Estado Antony J. Blinken habló hoy con el Ministro de Asuntos Exteriores de Argentina, Felipe Solá, para discutir la importancia de los esfuerzos bilaterales, regionales e internacionales para promover la democracia y los derechos humanos en Nicaragua. Destacó nuestra preocupación por las detenciones arbitrarias de candidatos presidenciales por parte del presidente Ortega y los ataques a los medios de comunicación independientes y a la sociedad civil. El Secretario enfatizó nuestro deseo de continuar construyendo sobre la historia de cooperación entre Estados Unidos y Argentina en la promoción de los derechos humanos y la democracia”.
Derechos humanos, derechos humanos y derechos humanos. Nadie podrá decirle a la administración Biden que no es clara con el asunto. A la Argentina se le insistió por meses que no aplicara distintas varas de medir para los derechos humanos, que los promoviera y defendiera en todas las Américas. Y así se llegó al martes de esta semana, 15 de junio, cuando Argentina se abstuvo ante la propuesta de condena de Estados Unidos al régimen de Managua.
Para Massa, que está haciendo un clarísimo esfuerzo por mostrar una cara amable de la Argentina y situar al país como aliado confiable de Washington, la abstención en la OEA no fue precisamente una ayuda. Y para los observadores de la realidad argentina, que en Washington se concentran en diferentes think tanks, el movimiento de Buenos Aires aparece como difícil de entender.
“El gobierno argentino viene vendiendo en Washington que Alberto Fernández quiere instalarse como un líder regional”, dijo a Infobae un analista muy conocedor de la Argentina, pero que por la sensibilidad del caso pidió mantenerse en el anonimato. “Este voto no lo acerca a ese objetivo. Y entre las muchas preguntas que hay que hacerse hay un par: ¿cuánto le importa a Estados Unidos realmente lo que haga o deje de hacer Argentina? ¿Cuánto le importa lo que suceda en la OEA?”.
Dan Runde, del Centro Internacional de Estudios Estratégicos (CSIS) y ex funcionario de George Bush (hijo), señaló a Infobae lo inconsistente que es, a su entender, la política exterior del gobierno argentino.
“Argentina, que promueve estridentemente la democracia y los derechos humanos y está en contra de las dictaduras, parece tener una debilidad por mimar a los autoritarios. ¿Qué dirían de un país en el que metieran en la cárcel a la señora Fernández y a Massa, un país en el que detuvieran también a Schiaretti, Scioli y Uñac? Bueno, eso es lo que está pasando en Nicaragua antes de una elección presidencial”.
Centroamérica es un asunto de primer orden para el gobierno de Biden, que delegó en su vicepresidenta, Kamala Harris, el intento de reforma del llamado “Triángulo Norte” (El Salvador, Honduras y Guatemala) para disminuir la presión migratoria sobre México y los Estados Unidos, controlar el narcotráfico y reducir la corrupción. Lo último que necesita Washington en esa zona del mundo es que implosione Nicaragua y el triángulo, ya de por sí complicado, se convierta en un rectángulo aún peor.
Así y todo, Fernández es un hombre de suerte. En el Departamento de Estado ven a la Argentina como un potencial factor de equilibrio regional. Por un lado porque la economía estará por los suelos, pero sigue siendo la tercera de América Latina. Por el otro, porque a Andrés Manuel López Obrador no le interesa la política exterior y porque pedirles sintonía política y personal a Biden y Bolsonaro es una ilusión. Y también porque la región es un erial cuando de buscar tranquilidad se trata. Hay ollas a presión listas para estallar en casi todos los países.
Es por eso que abstenerse sigue siendo posible sin pagar hoy el costo que se hubiera pagado en otros tiempos. Pero hay costos para Argentina, y siempre, tarde o temprano, se pagan.
Con información de Infobae