Con el motor de su frágil esquife a toda marcha, Oleksii Kovbasiuk avanza por el río Dniéper desde la ciudad de Jersón, en el sur de Ucrania.
El trayecto es peligroso: va a buscar a los habitantes que quieren dejar sus dachas (casas de campo) en el margen izquierdo del río, en la que se replegó el ejército ruso hace un mes tras haber cedido la otra orilla y la ciudad de Jersón a las fuerzas ucranianas.
El largo río es actualmente la línea del frente.
Las tropas rusas no son visibles desde la ribera de Jersón, pero los militares ucranianos interrogados advierten que puede haber tiradores escondidos.
Los soldados de Kiev realizan rondas de reconocimiento con drones por encima de la zona a manos del enemigo.
En la orilla oriental ocupada, río abajo de Jersón, la isla Potemkin, de ocho kilómetros de largo y cuatro de ancho, alberga cientos de casas de campo construidas a orillas del riachuelo Prohnii, que corta el sur de la isla. La mayoría de ellas están ahora vacías.
Hasta allí se ha estado desplazando Kovbasiuk, de 47 años, para llevar ayuda alimentaria a quienes quisieron quedarse o para evacuar a los residentes que desean volver a Jersón, ahora liberada del ocupante ruso.
– Impactos de balas –
«La gente me pedía ayuda (…) Algunos no habían dejado su dacha (desde la liberación de Jersón), necesitan pan», confía a los periodistas de la AFP, que lo acompañan en su barco hasta la isla.
Navegar por el río no está exento de riesgos.
«Ya he tenido dos impactos de bala en mi barco (…) Justo después de que (los soldados rusos) huyeran a la otra orilla» durante la primera mitad de noviembre, recuerda el conductor, que trabaja normalmente en la construcción.
La zona industrial y portuaria en el sur de Jersón es regularmente blanco de disparos de la artillería rusa. La semana pasada, un obús dejó un cráter cerca del lugar donde su bote está alineado junto a otra treintena de embarcaciones.
Durante el trayecto sobre el Dniéper, el aire es gélido y el agua salpicada sobre la ropa se congela al instante.
Al llegar a la isla después de cuarenta minutos de navegación, Oleksii Kovbasiuk se encuentra con Oleksander Sokolik, un jubilado de 64 años que también llegó en barca para evacuar a tres personas.
«Oleksii, estoy tan contento de verte. ¡Mi hermano!», dice el sexagenario fundiéndose en un abrazo caluroso sobre un pontón cercano a una dacha.
Antes de la invasión rusa a finales de febrero, la isla era un lugar de reposo y de calma para los habitantes de Jersón que tienen allí residencias secundarias.
Pero desde hace varias semanas, se encuentra en medio del incesante fuego cruzado de las artillerías rusa y ucraniana, apostadas en sus respectivas orillas del río.
– «En medio de los bombardeos» –
«En la ciudad (Jersón), la situación parece mejor ahora. Tienen electricidad. Aquí no hubo electricidad durante una semana. Y todas las noches estamos en medio de los bombardeos. De izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Vuelan justo por encima nuestro», explica Sokolik sacudiendo las manos por encima de su cabeza.
Con un elegante gorro violeta, Olga Shpiniova, de 81 años, ha decidido abandonar su dacha y la de su hija para volver a Jersón con su perro Tocha y dos pequeñas bolsas.
«Mi hija me llamó y me dijo: ‘Debes irte’. Y había fuertes bombardeos. Tocaron mi casa (…) Tuve la suerte de encontrarme en la dacha de mi hija en ese momento. Eso me salvó la vida», explica a la AFP.
Ahora se va a vivir a la casa de su hermana en Jersón.
«Pienso que estaré mejor allí que en mi apartamento en un edificio sin agua, sin calefacción y sin electricidad», asegura la octogenaria.
Las autoridades tenían previsto realizar evacuaciones en grupo con ferris del 3 al 5 de diciembre, pero finalmente no tuvieron lugar.
«No podemos organizar transportes regulares por el río porque los ocupantes (rusos) no nos dejarán hacerlo», dijo a la AFP el gobernador de la región de Jersón, Yaroslav Yanushevich.
«Desgraciadamente, no podemos garantizar ninguna seguridad a estas personas» que cruzan el río con barcos por iniciativa propia.
El martes, durante el trayecto de vuelta hacia la orilla derecha con tres residentes evacuados de la isla Potemkin, un obús cayó justo delante de la embarcación pilotada por Sokolik.
«No sé de dónde venía», dice todavía conmocionado.
AFP