En un pequeño depósito en las afueras de Washington, una decena de voluntarios cargan mesas, sillas, camas y sofás para acondicionar viviendas para los afganos evacuados de Kabul que comenzarán una nueva vida en Estados Unidos.
Lista en mano, Laura Thompson Osuri, directora de la organización sin fines de lucro Homes Not Borders (Hogares No Fronteras), lidera los esfuerzos para equipar a los afganos que llegan por miles en medio de la caótica retirada de Estados Unidos de Afganistán tras una guerra de 20 años.
El depósito, ubicado en Landover, un suburbio de la capital estadounidense, es una especie de cueva de Ali Baba tras la avalancha de donaciones llegadas en las últimas semanas.
Osuri se sube a los estantes y revisa cajas para juntar ropa de cama, utensilios de cocina, vasos y platos, mientras voluntarios se abren paso entre las pilas de paquetes para sacar un sofá de cuero y cargarlo en un vehículo.
Homes Not Borders, establecida en 2019 en el estado de Maryland, es una de las muchas organizaciones que hay en todo el país en apoyo a los refugiados.
Desde que los talibanes islamistas de línea dura regresaron al poder en Afganistán a mediados de agosto, provocando la evacuación masiva de afganos desde el aeropuerto de Kabul, el número de alojamientos preparados por Homes Not Borders se ha disparado.
«Hacíamos de uno a dos a la semana y ahora estamos haciendo de cuatro a seis a la semana», dice Osuri.
Los recién llegados reciben unos 1.200 dólares de las autoridades federales para comprar muebles básicos, como camas o mesas.
«Si no tuviéramos estas donaciones, tendrían que comprar todo por su cuenta, así que les proporcionamos la base, y algo más, para que puedan gastar el dinero en otras cosas», explica Osuri.
El objetivo es ayudar a los recién llegados a sentirse rápidamente como en casa, comenta Levan Kuck, voluntario desde hace tres años.
«Lo hacemos muy cálido, colgamos pinturas en las paredes, (…) coordinamos los colores y todo», cuenta.
– «Nos sentimos reconfortados» –
Esta mañana, los voluntarios recolectaron artículos para el hogar de una pareja afgana que llegó a Estados Unidos con una Visa Especial de Inmigrante (SIV), emitida para quienes trabajaban con las autoridades estadounidenses y ahora temen represalias de los talibanes.
La pareja ha estado viviendo en un apartamento alquilado en Airbnb desde su llegada y pronto se mudarán a otro en un complejo de edificios en Riverdale, al este de Washington.
Esta residencia acoge a muchos refugiados, incluidos otros afganos que también han experimentado el trauma de ser desarraigados a un país desconocido.
«El país, la gente, el alojamiento, la cultura, todo era diferente», recuerda Masuda Stanekzi, de 37 años, quien llegó de Kabul en noviembre de 2017 con su esposo, traductor de las autoridades estadounidenses, y sus cuatro hijos.
«Pero vimos que habían preparado nuestra casa, habían puesto comida en el refrigerador, una pequeña alfombra, un sofá, una mesa de comedor, realmente lo apreciamos, nos sentimos reconfortados», asegura esta enfermera, que ahora es ama de casa en un apartamento dúplex.
Adaptarse a esta nueva vida fue «difícil» pero la familia pudo beneficiarse de la ayuda de sus vecinos afganos, y planea hacer lo mismo con los refugiados que lleguen.
Cuando se instalen en Riverdale, «estaremos felices de darles la bienvenida y preguntarles si necesitan ayuda», dice Stanekzi. «Yo conduzco, puedo ayudarlos a llegar a alguna parte».
«Todos los afganos quieren ayuda. No podemos ayudar allí, pero al menos podemos ayudarlos cuando vengan aquí. Si piden ayuda, estaremos listos», asegura.
Las iniciativas de donaciones privadas para refugiados se han multiplicado en Estados Unidos para ayudar a los recientes evacuados afganos a comenzar de nuevo.
«Estamos aquí para ayudarlos, no están solos», afirma Fátima Popal, cuya familia es dueña de varios restaurantes afganos en Washington y quien está organizando la recolección de ropa, artículos de primera necesidad y otros bienes.
«Sé que nadie quiere irse de su país natal», dice esta mujer de 41 años, que todavía recuerda su propia huida de Afganistán en 1987, cuando el país fue ocupado por el ejército soviético. «También somos refugiados, de una guerra diferente».