Donald Arria agita sus redes de pesca para mostrar las huellas que dejan las continuas fugas de petróleo en el Lago de Maracaibo, en el occidente de Venezuela.
Intenta sacar las manchas negras con gasolina hasta el cansancio, pero necesitará más tiempo. Por eso toma un respiro para volver nuevamente a la faena.
La tarea de limpiar las mallas es frecuente desde que comenzaron a registrarse accidentes en las instalaciones de la empresa Petróleos de Venezuela (PDVSA). Los frecuentes derrames ahogan la pesca artesanal, principal fuente de ingresos de Arria desde que era niño.
«El camarón, cuando uno lo sancocha sabe a gas con petróleo. A veces agarras 300 kilos, 500 kilos, y cuando viene mucho petróleo, ese camarón no sirve, porque ese camarón ya está contaminado. Se pierde todo», advierte Arria, de 47 años.
A su lado está Leonardo Rodríguez, también pescador, como casi todos los hombres que viven a orillas del lago más grande de Sudamérica.
«Mayormente, la cangreja es la que paga más las consecuencias, porque a la cangreja se le pega el petróleo y una cangreja manchada no pasa a la fábrica», explica Rodríguez.
La cuenca de este cuerpo de agua es de las más ricas en crudo en el mundo, pero desde el año 2006, los derrames del hidrocarburo han sido constantes.
«Más de 50 mil a 60 mil fugas de petróleo se han generado en nuestro Lago de Maracaibo y, diariamente, en todo el territorio de nuestro lago, se derraman entre 300 y mil barriles de petróleo», detalla Yohan Flores, director de la Fundación Azul Ambientalista.
No solo el petróleo flota en el lago. También lo hacen desechos sólidos. Desde enero de este año, Azul Ambientalista calcula que se han extraído 3 toneladas de plástico, en jornadas hechas por voluntarios y la alcaldía local.
«Producto de la contaminación de plástico, muchos peces consumen microplástico, una cosa muy pequeña, y eso genera que muchos peces mueran o se contaminen. El caso más reciente es el de la tortuga caretta caretta, que murió producto de ingerir más de un kilogramo de plástico en su organismo», lamenta Flores.
La capa de desperdicios también alarma a quienes, como Sandy Pérez, administran embarcaciones en las riberas del lago. Su temor es que los barcos pesqueros ya no puedan atravesar el pequeño puerto.
«Tanto plástico, tanto plástico ¡hasta colchones! Lo que se les ocurra tirar, lo tiran. El caño era más ancho muchos años atrás», cuenta Pérez.
Para sumar más elementos a un coctel devastador, el lago se ha teñido de verde, producto de un alga llamada popularmente verdín, formada por una bacteria que pone en jaque la multiplicación de especies.
«Vemos como las orillas de todo nuestro lado están completamente llenas de verdín, eso imposibilita a los pescadores poder hacer su trabajo diario. Esto genera que los mismos peces, al momento de que el verdín se queda pegado a la malla, se esconda, y cojan otra vía y no hacia donde está la red de pescar. Esto les ha imposibilitado a los pescadores poder hacer esa actividad pesquera», agrega Flores.
Todos estos factores en el lago de 13 mil 210 kilómetros están poniendo en peligro «la vida silvestre, la calidad del agua y la salud humana», como concluye un informe presentado por la NASA en septiembre del año pasado.
Voz de América