Entre los afganos que han huido de su país en las últimas semanas hay un gran número de profesionales altamente calificados, una fuga de cerebros que preocupa incluso a los talibanes en el poder.
Durante sus operaciones de evacuación, los occidentales han saco del país en prioridad a periodistas, intérpretes, miembros de oenegés, intelectuales y artistas que pueden estar en peligro con la vuelta al poder de los talibanes.
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Más de 100.000 personas han huido del país desde mediados de agosto, temiendo un regreso del régimen fundamentalista y brutal que los talibanes ya impusieron en el país entre 1996 y 2001.
«Jamás pensé en irme de mi país, en tener que comenzar de cero en otra parte. En Afganistán tenía un trabajo que me gustaba, a 50 personas bajo mi responsabilidad, prestigio social. Lo que hacía era útil para mi país», afirma Rashid, un exfuncionario afgano de 40 años, que encontró refugio en Francia junto a su esposa y su bebé.
«Las 30 o 40 personas que estudiaron conmigo en el extranjero se fueron. Dejamos Afganistán en manos de salvajes. ¿Pero podíamos quedarnos y trabajar bajo el Emirato Islámico? Nuestra única salvación era el exilio», se lamenta.
Frédéric Docquier, responsable del programa Cross Border del Instituto Luxemburgués de Investigación Socioeconómica (Liser), señala que, aunque no hay un «conocimiento preciso de la composición de los flujos de refugiados afganos, cuando hay una crisis en un país, como vimos con el éxodo sirio en 2015, el porcentaje de personas con estudios entre los solicitantes de asilo es alto».
«Capital humano»
Esta fuga de cerebros preocupa incluso a los propios talibanes que pidieron el martes a los occidentales que evacuaran sólo a los extranjeros y no a los expertos afganos, como los ingenieros, que se necesitan en el país.
«El capital humano es un factor muy importante para el desarrollo (…). Un país privado de mano de obra calificada carece de los factores determinantes para el crecimiento y la competitividad», dice Docquier.
Los talibanes, muchos de los cuales proceden de zonas rurales y no tienen «la cualificación necesaria para gobernar», «saben que necesitan un mínimo de técnicos, personas muy formadas, para hacer funcionar» las administraciones.
Entonces, ¿por qué permitieron la salida de decenas de miles de personas en esas condiciones?
«Con esta concesión quedan bien ante la comunidad internacional y se deshacen al mismo tiempo de posibles disidentes», explica el académico estadounidense.
«En una sociedad donde hay mucha opresión, los intelectuales son vehículos de protesta. Cuando se van, se va también la posibilidad de protestar y, por tanto, de cambiar», señala Docquier.
El objetivo era, «en la medida de lo posible, mantener un número mínimo para que la maquinaria esencial siga funcionando», agrega.
Este especialista en migraciones internacionales subraya que el exilio no siempre es negativo, ya que las diásporas contribuyen a los intercambios con sus países de origen (comercio, inversiones).
No obstante, advierte, podría ser diferente para Afganistán: «Muchos se fueron con sus familias y tendrán menos motivos para contribuir al desarrollo del país (…). Podemos temer que esto sea una pérdida seca para Afganistán, que probablemente verá reducida su capacidad de recuperación a largo plazo».