La imagen de Hugo Chávez, el fundador de la revolución socialista de Venezuela, sigue presente en todo el país. Nos mira desde murales, pinturas y carteles. Sus discursos se transmiten por la televisión estatal.
Pero hay un dicho en español: “No se puede tapar el sol con el dedo”. Literalmente: No se puede tapar el sol con el dedo. Más figurativamente: No se puede encubrir una realidad deslumbrante.
La realidad es que el movimiento de Chávez, conocido como chavismo, ha perdido gran parte del apoyo popular que alguna vez tuvo. En el apogeo de su popularidad, en la reelección de 2006, Chávez obtuvo el 62 por ciento de los votos. En julio, antes de una elección presidencial crucial, sólo el 11 por ciento del país se identificó como partidario de su movimiento, según la firma de encuestas ORC Consultants.
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Chávez fue en su momento un líder entre los políticos latinoamericanos que impulsaban un giro regional hacia la izquierda. Hoy son pocos los líderes políticos que citan a Venezuela como ejemplo a seguir y la mayoría de los izquierdistas de la región están tratando de evitar asociarse con el movimiento de Chávez o lo están denunciando abiertamente.
El movimiento socialista del país está ahora liderado por Nicolás Maduro, quien asumió el poder tras la muerte de Chávez en 2013. Como presidente, Maduro ha supervisado una caída económica extraordinaria que ha provocado migraciones masivas y ha reprimido a la oposición mediante la violencia y las detenciones.
Estados Unidos ha tratado de derrocarlo imponiendo sanciones, lo que ha contribuido a la crisis. Muchos en el país creen que Maduro robó las elecciones de julio, en las que se ha proclamado vencedor sin proporcionar los recuentos para demostrarlo.
Sin embargo, una parte de la nación sigue asistiendo a sus actos. Siguen vistiendo el rojo chavista, el color cereza asociado con el movimiento, y siguen celebrándolo en las redes sociales y en sus hogares. Mientras Maduro se ve cada vez más aislado, dentro y fuera del país, estos partidarios lo apoyan.
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