Entre piezas de construcción, Jhonkleyver Chirinos pasa sus vacaciones escolares. A sus 16 años, trabaja ocho horas diarias en una ferretería administrada por uno de sus familiares.
«Trabajo para mi familia, para ayudarla, y no solo para ellos, sino para mí, para mis usos personales, ya que a ellos el salario no les alcanza y yo tengo que buscar mi manera de trabajar para mí», cuenta Chirinos a VOA.
Dentro de unas semanas volverá al colegio, y aunque cursará el último año de secundaria, no tiene planes de ir a la universidad.
«Ya sería cuando salga, ver si sigo trabajando aquí o si busco un trabajo mejor. Yo con mis 16 años ya siento que soy una persona mayor de edad, aunque no lo soy», dice.
En otro vecindario de Caracas, Kleiber Peña, también de 16 años, improvisa una barbería en plena calle, a un par de cuadras de su casa.
«Yo trabajo desde los 13 años y lo hago porque me gusta afeitar. Me gusta ganarme mi propio dinero».
Aunque sus padres tienen empleo, lo que gana como barbero suma en el ajustado presupuesto familiar. Por cada corte se gana 3 dólares, y en un par de días puede reunir más que el salario mínimo mensual del país sudamericano.
«Hay veces que colaboro en la casa para la comida y cualquier cosa que haga falta».
Kleiber tampoco está seguro de querer ir a la universidad al terminar la escuela secundaria.
En la última década este fenómeno se ha acentuado, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Juventud, elaborada por la Universidad Católica Andrés Bello. Según los datos del estudio, el número de jóvenes que alcanzó un nivel universitario o técnico pasó de 30% en 2013 a 19% en 2021.
«Un adolescente ya empieza a vincularse con los demás, relacionarse con otras personas y, por ende, puede tener esa facilidad de empezar a hacer favores por dinero, y de alguna forma, se da cuenta de que para lo que él necesita y su familia necesita, le conviene más el salir a trabajar y ganar dinero que ir a su bachillerato», advierte la psicóloga Rosa Pellegrino, miembro de los Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap)
La legislación venezolana permite el trabajo de adolescentes, a partir de los 14 años, mientras haya un equilibrio entre recreación y educación, además de contar con supervisión de los padres.
«Las familias no tienen la capacidad económica, e inclusive, emocional de mantenerse y de llevar un estilo de vida mínimamente saludable. Tanto niños, como adolescentes, incluso desde edades bastante tempranas, se han visto en la necesidad de asumir roles que no les corresponden», detalla Pellegrino.
El marco legal de Venezuela también contempla instancias como los Consejos de Derechos de niños y adolescentes, encargados de velar porque no haya explotación, ni se cometan otro tipo de abusos contra los adolescentes que trabajan para ayudar a sus parientes a llegar a fin de mes.
Voz de América