Orlando me parece un lugar maravilloso para vivir. No tiene la agresividad de Nueva York, ni la contaminación de Los Ángeles, ni el calor asfixiante de Las Vegas o la nieve de Minnesota. Su clima es maravilloso. No hay peligro de incendios, aunque sí tenemos que estar alertas durante la temporada de huracanes.
Aquí hay buenas escuelas, buenos hospitales y si tienes niños, cuentas con una gran cantidad de opciones para la recreación y el esparcimiento. Y claro está, el gran plus son los parques.
Disney World, Universal Studios, Islands of Adverture, Sea World, Legoland y el Kennedy Space Center, son solo algunas de las opciones con las que se cuenta. Unas cuestan más, otras cuestan menos, pero en todas se disfruta, en todas se aprende, en todas se crean recuerdos inolvidables.
Recuerdo la primera vez que estuve en Orlando. Con mucho esfuerzo, mi mamá nos trajo a mi hermana y a mí a pasar unas navidades en diciembre de 1992, cuando tenía once años. Fue toda una experiencia y tengo los mejores recuerdos de ese momento (dejando de lado que lloré después de montarme en Space Mountain, porque no soy fanático de las montañas rusas).
Recuerdo, como si fuera ayer, las jornadas maratónicas. Llegar a un parque a las 9 am y dejar el parque a las 10 pm, luego del show de fuegos artificiales. Tampoco olvido el perseguir a los personajes favoritos por todo el parque para tomarme una foto con ellos, más por insistencia de mi mamá que por otra cosa. Aún tengo la libreta de autógrafos y de vez en cuando, le echo un vistazo.
El tener la oportunidad de poder vivir esa experiencia con mi hijo, ahora que vivimos aquí, es algo por lo que daré las gracias siempre.
Es indescriptible vivir con Matteo lo mismo que yo viví con mi mamá. El pasar por los mismos sitios, ver a los mismos personajes y montarnos en las mismas atracciones (él super emocionado con Space Mountain, con ganas de montarse cien veces más y yo no, una vez es más que suficiente).
Mis idas a un parque con Matteo son un poco diferentes a las que experimenté de pequeño. Aprovechamos al máximo el día, porque ir a un parque es costoso y hay que sacarle el jugo, pero no lo hago tan extenuante como lo hacía mi mamá conmigo.
No lo obligo a tomarse ninguna foto con ningún personaje, solo tomamos fotos cuando él quiere y como casi nunca quiere, son pocas las fotos que tomamos. Mi mamá tomaba fotos desde la mañana hasta la noche. Después se le iba una plata en el revelado.
Nos llevábamos el almuerzo, la merienda y la cena, porque comer en cualquier parque es un golpe al bolsillo.
Emigrar es duro, retroceder al punto de partida y comenzar de nuevo no es fácil. Debes despojarte de muchas cosas. Para empezar, del ego. En mi país me conocían, tenía una carrera. Aquí no soy nadie. Mi hoja está en blanco para rescribir mi historia. Pero a su vez hay momentos hermosos, experiencias que hacen más llevadera la dura prueba. Uno de esos lindos momentos es poder vivir como padre algo que viví como hijo.
La foto con Mickey Mouse no la tenemos, pero tenemos algo más importante: un recuerdo imborrable de un día juntos en un lugar completamente nuevo.
¿No se trata de eso también la paternidad?