Es viernes de noche, y ocho amantes de los perros y sus mascotas merodean por varios callejones oscuros de Nueva York con una sola misión: cazar y matar tantas ratas como sea posible.
Los perros, en su mayoría terriers, jadean y tironean de sus correas antes de sumergirse en las pilas de basura y emerger segundos después con un roedor entre sus dientes.
«Son criados para este trabajo. Están hechos para esto. Viven para esto», explica Richard Reynolds, organizador del grupo R.A.T.S., la Ryders Alley Trencher-fed Society.
Los peludos roedores de Nueva York son famosos: la leyenda asegura que hay tantas ratas como humanos en esta ciudad de 8,5 millones de habitantes, en la cual las autoridades intentan controlar la plaga incluso con hielo seco y alcohol.
Poco después del inicio de la pandemia de coronavirus, los Centros de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos alertaron de «una conducta inusual o agresiva» de las ratas tras el cierre de restaurantes y oficinas, debido a la perturbación de las fuentes de alimentos.
Los voluntarios de R.A.T.S. y sus perros persiguen esta plaga desde hace casi 30 años y han mantenido sus encuentros durante la pandemia, aunque de manera más irregular que habitualmente.
Perros de patas más cortas como el terrier alemán (jagdterriers) atrapan y lanzan a los roedores desde las pilas de basura, escombros de obras y arbustos hacia perros más rápidos y de patas más largas como terriers Bedlington, que se quedan atrás, listos para saltar sobre las ratas.
«Es un poco como X-Men», dice Alex Middleton, un entrenador de perros de 36 años. «Cada perro tiene su propio superpoder».
Reynolds, de 77 años, golpea las latas de basura con un palo de metal para espantar a las ratas frente a los perros, mientras Middleton frecuentemente lanza a un terrier alemán llamado Rommel directamente dentro de la basura.
«¡Vamos Rommel, atrápala!», grita el grupo mientras el perro se revuelve en la basura. Momentos después, tras varios chillidos, aparece Rommel con la rata, un hilo de sangre colgando de su boca, y los cazadores vitorean.
Los cazadores de ratas recogen los cuerpos por la cola y los colocan en una sola bolsa de tela. El contenido será vaciado y contado al final de la noche.
«Los miembros más nuevos se comparten la tarea de cargar la bolsa», dice Sophia Pierce, de 28 años. «Es pesada, ¿quieres sentirla?», pregunta.
Pierce, una entrenadora de perros que se unió a las cacerías hace un año con su salchicha Lita, permanece imperturbable durante la noche de violencia.
«Como que te acostumbras», dice.
Reynolds, juez de shows de perros, estaba en un parque de Nueva Jersey en los años ’90 cuando sus perros empezaron a matar ratas durante un show. Un empleado del parque preguntó si podían regresar y así fue como nació R.A.T.S.
Aunque el gobierno municipal no recomienda la práctica, citando el riesgo de que los perros se enfermen de leptospirosis, no prohíbe las cacerías porque los integrantes del grupo no violan sus reglas sanitarias.
R.A.T.S. responde a llamados y mensajes de Facebook de residentes que tienen problemas con la plaga, y que agradecen su respuesta rápida y eficiente.
– Investigación –
«Ocasionalmente nos han lanzado una lata de cerveza por hacer demasiado ruido pero somos acogidos cálidamente en la mayoría de los lugares adonde vamos», dice Reynolds.
Kayla Callender dice que quedó «emocionada» cuando vio este mes a los cazadores cerca de su casa, por el puente de Williamsburg, en el Lower East Side de Manhattan.
«Hacen una gran diferencia, ciertamente. Lo aprecio», asegura a la AFP.
La directora del grupo de derechos de los animales PETA Stephanie Bell tiene una visión diferente, y describe las cacerías como «arcaicas, depravadas e ilegales».
Aunque Reynolds cree que morir cazado por un terrier «no es agradable» para la rata, no es más cruel que el veneno para ratas o las trampas pegajosas.
Michael Parsons, experto en ratas en la Universidad de Fordham, compara a los cazadores con «una curita para un cáncer», y asegura que para eliminar a las ratas sería más efectivo reducir la basura en las calles.
Reynolds admite que el grupo no tiene «un impacto fuerte» en la población de roedores de Manhattan, pero insiste en que «contribuyen con algo a la comunidad».
El grupo envía muestras de ADN de ratas a universidades que realizan investigaciones y entrega ratas congeladas para halcones en un centro de rehabilitación de estas aves.
Los voluntarios dicen que su disfrute proviene de ver a los perros divertirse haciendo lo que nacieron para hacer.
«Controlamos a las ratas pero ésa no es realmente la razón por la cual estamos aquí. Estamos aquí por los perros, para trabajar los perros», dice Reynolds.
Kim McCormick, una paramédica de 58 años que conduce seis horas en un viaje de ida y vuelta desde Connecticut para participar en las cacerías también disfruta de la camaradería.
«Es un mundo totalmente diferente, una manera totalmente diferente de conocer gente. Trabajamos juntos y los perros son fenomenales juntos», dice.
Al final de la cacería de tres horas, Greg Conception, de 54 años, coloca el botín en el suelo, las ratas muertas en fila, y cuenta 26 en total.
«Usualmente agarramos unas 40. Esto no es mucho. Obviamente estamos viniendo aquí demasiado seguido», asegura.
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