Ekolu Brayden Hoapili y su novia escaparon de las llamas en Hawái, pero no consiguen sacudirse de la memoria las imágenes de destrucción en el retrovisor de su carro, ni la tristeza de ver a su pueblo arder en llamas.
«Todo era rojo, sólo polvareda y viento, tan intenso como el infierno», contó a AFP Hoapili quien huyó de Lahaina, la pequeña comunidad turística carbonizada por las llamas en la isla de Maui.
Sentado en la maletera del carro donde han dormido desde que escaparon del incendio que ya se ha cobrado más de 50 muertos, Hoapili narró la dramática huida de la comunidad costera cuando ya estaba cercada por densas paredes de humo.
«Miro hacia la gasolinera que está al lado de nuestro terreno y estaba en llamas. Sólo veía humo, cenizas cayendo del cielo, todo ardiendo. Y dije ‘nos tenemos que ir'».
«Creí que moriría», dijo el joven de 18 años que se debate entre la alegría de haber sobrevivido gracias a la rápida huida y el arrepentimiento de no haberse quedado para ayudar a la gente.
«Me sentía impotente e indefenso (…) Mirando en retrospectiva, dejé tanto atrás, a tanta gente. Pero no podía arriesgarme más, porque si lo hacía, no estaría aquí».
A su lado, su novia, Sharmaiynne Buduan, recuerda las horas amargas que vivió sin tener noticias de sus familiares hasta que los encontraron este jueves en un refugio.
«Mi mundo se vino abajo», dijo la joven de 20 años.
«El pueblo es donde crecí. Las memorias que tenía allí, cada paso que di en Lahaina (…) son muchos recuerdos y ver todas esas fotos y videos de mi pueblo natal arrasado, rompe mi corazón. Es devastador».
– «¡Lo perdimos todo!» –
«¡Lo perdimos todo!», agregó mirando a la maletera del carro en la que tienen sus únicas pertenencias: productos de higiene, edredones y almohadas donados y un ukelele.
Lahaina, con unos 12.000 habitantes, era uno de los destinos turísticos favoritos de las millones de personas que visitan Maui a cada año.
Sus tiendas de souvenirs, restaurantes, bares y edificios históricos fueron reducidos a cenizas por las llamas, así como buena parte del pintoresco malecón donde miles de personas paseaban, veían atardeceres y tomaban selfis.
«Es un sentimiento extraño. Aún no lo podemos creer», comentó Saraí Cruz, de 28 años, quien trabajaba en uno de los restaurantes más populares de la Front Street.
«Es muy, muy triste», dijo Cruz quien huyó junto a sus padres, hermana y tres hijos apenas con lo puesto.
«No queda nada, todo se fue. [Lahaina] es un pueblo fantasma».
Estacionados a su lado, en uno de los refugios que las autoridades abrieron para albergar a los miles de desplazados por las voraces llamas, José Victoria intentaba junto a su familia procesar lo vivido.
«Esta era mi casa», dijo mostrando en su celular las imágenes de una construcción carbonizada hasta los cimientos.
«Sólo había visto una escena así en las películas, pero verlo en la vida real, era muy loco», dijo el mexicano de 35 años, que volvió al pueblo al día siguiente de huir porque su madre aún está en una de las pocas zonas de Lahaina que no fueron arrasadas por las llamas, pero que permanecen sin electricidad o conexión telefónica.
Victoria estaba empleado en un restaurante frente a la marina. «No puedo creer que el lunes estaba ahí trabajando», comentó mirando aún imágenes de la devastación en su celular.
«Me despedí de mis colegas aquella tarde. ‘¡Nos vemos mañana!’, pero mañana no llegó».
AFP