Con el conflicto entre Israel y Hamás desatando encendidas emociones, las universidades estadounidenses se han esforzado por caminar sobre una delgada y frágil línea: satisfacer las exigencias de sus ricos donantes de apoyar más claramente a Israel, respetando al mismo tiempo los derechos de libre expresión de los manifestantes.
Varios estadounidenses acaudalados han amenazado con retirar su apoyo financiero a prestigiosas escuelas privadas como la Universidad de Harvard -perteneciente a la Ivy League- en Massachusetts o la Universidad de Pensilvania, conocida como UPenn.
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La Fundación Wexner, que trabaja para preparar a jóvenes líderes judíos en Norteamérica e Israel, fue un paso más allá: puso fin a su asociación con la Escuela Kennedy de Harvard.
Citando lo que denominó el «lamentable fracaso de los dirigentes de Harvard a la hora de adoptar una postura clara e inequívoca contra los bárbaros asesinatos de civiles israelíes inocentes a manos de terroristas», la familia Wexner, fundadora de la cadena Bath & Body Works, rompió formalmente sus vínculos con la facultad.
Mientras tanto, Marc Rowan, director general del fondo de inversión Apollo Global Management y uno de los principales donantes de la UPenn, exigió la dimisión de la presidenta de la universidad, Elizabeth Magill.
La criticó en particular por haber acogido dos semanas antes un festival de literatura palestina en el que, según él, participaron algunos «conocidos antisemitas y fomentadores del odio y el racismo».
Kenneth Griffin, consejero delegado del fondo de inversión Citadel y uno de los mayores donantes de Harvard, y Ronald Lauder, heredero del grupo de cosméticos Estée Lauder y otro patrocinador de UPenn, también han expresado su descontento, según medios estadounidenses.
– Obligados a elegir –
«Se critica a los líderes por no pronunciarse con suficiente rapidez o contundencia. Se les obliga a elegir bando. Y, sin embargo, hay muchos que dicen que, dada la diversidad de perspectivas en el campus, no puede haber una posición institucional sobre cuestiones globales tan complejas», dijo Lynn Pasquerella, presidenta de la Asociación Estadounidense de Facultades y Universidades (AACU).
En Harvard, la presidenta Claudine Gay condenó los ataques de Hamás del 7 de octubre, pero sus críticos afirman que sus palabras fueron demasiado tímidas y llegaron demasiado tarde.
También se ha instado a los dirigentes de las universidades de Stanford, en California, y Columbia, en Nueva York, a que se distancien claramente de los grupos de estudiantes propalestinos que acusan a Israel, en sus panfletos y en sus mítines, de cometer un «genocidio».
Pero un grupo de profesores de Harvard también ha pedido que se ponga fin al acoso en línea de los estudiantes que supuestamente firmaron una carta incendiaria contra Israel. Un vehículo que circulaba cerca del campus llevaba una gran pantalla en la que aparecían nombres y fotos bajo el título: «Los principales antisemitas de Harvard».
Los estudiantes que protestan en Columbia se han enfrentado a una reacción similar.
«Lo que estamos oyendo directamente es que algunos estudiantes en algunos campus se sienten nerviosos para hablar, nerviosos, tal vez, para protestar», dijo Kristen Shahverdian, que trabaja en temas de educación en PEN America, una organización que promueve la literatura y la libertad de expresión.
«Creo que esa sensación de miedo es palpable en algunos campus», añadió.
– Fracturas políticas –
En Estados Unidos, la libertad de expresión está ferozmente protegida, y los líderes de varios campus universitarios invocan el llamado informe del Comité Kalven de 1967.
Emitido por la Universidad de Chicago en un momento de airadas protestas contra la guerra de Vietnam y en medio de disturbios por los derechos civiles, el documento concluía que el papel de las universidades debía ser promover la diversidad de opiniones, no tomar partido en cuestiones polémicas.
Pasquerella afirmó que la presión de los donantes socava el propósito de la enseñanza superior estadounidense, que es «promover la búsqueda sin trabas de la verdad y el libre intercambio de ideas».
La presión sobre las universidades también refleja el debilitamiento de la inversión pública en educación superior, según Pasquerella, lo que hace que las instituciones dependan más de los donantes privados y que profesores y administradores se sientan «coaccionados porque temen perder donaciones».
Harvard, que cuenta con una enorme dotación de cerca de 51.000 millones de dólares, afirma que obtiene de las donaciones alrededor del 8% de sus ingresos de funcionamiento.
Todo esto ha ocurrido en un contexto de creciente polarización de la sociedad estadounidense, dividida entre demócratas y republicanos.
Una reciente encuesta de opinión de Gallup reveló que el número de estadounidenses que expresan «mucha» o «bastante» confianza en la educación superior ha caído del 57% en 2015 al 36% este año.
AFP