Cuando Ivan Rudniev, miembro del equipo del opositor ruso encarcelado Alexéi Navalni, vio que miles de manifestantes salieron a la calle para protestar en Perm, pese a una temperatura de -20 °C, se dio cuenta de que algo estaba cambiando.
En esta ciudad industrial de los Urales rusos, entre 5.000 y 8.000 personas desfilaron el 23 de enero en apoyo al opositor. Aunque parezca poco para una ciudad de un millón de habitantes, es un récord «en la historia moderna de Perm», aseguran los medios locales.
Rudniev sintió que algo ocurría. «La gente nos escribía para decirnos que vendría a la manifestación, pedía detalles», cuenta a la AFP este joven de 27 años, en ausencia del líder opositor local, actualmente en la cárcel.
Escenarios similares se produjeron en todo el país: de Yakutsk en Siberia, con temperaturas de -50 °C, hasta la península de Crimea, anexionada por Rusia en 2014, más de 119 ciudades siguieron el llamado de Navalni a manifestarse.
Fue una movilización inédita, ya que las manifestaciones estaban prohibidas y el riesgo de ser arrestado era alto. Además, el activismo político suele manifestarse sólo en Moscú o San Petersburgo.
Se han sumado a la manifestación «ciudades en las que jamás habría pensado», dice el sociólogo Alexéi Levinson, del centro Levada: «Por primera vez hemos visto a la gente salir en masa no por una causa local sino por un programa común ruso».
Ha contribuido a ello la situación del opositor, detenido en cuanto llegó a Rusia tras cinco meses de convalecencia en Alemania, o su video denunciando un fastuoso palacio que Vladimir Putin se habría construido en el mar Negro.
Pero, sobre todo, se debe al hartazgo de la población ante unas elecciones cuyo resultado se sabe de antemano, la corrupción del sistema judicial o el estancamiento del nivel de vida.
Perm, que pese a todo conserva una fuerte base industrial, ha sido relegada «a la periferia mundial» se lamenta un militante opositor local, de 38 años, Yuri Bobrov, si se compara con los «años 70, cuando construíamos los motores de los Proton, los cohetes más poderosos del mundo».
Estancamiento
Asia Alypova, música y traductora de 31 años, que durante tiempo quiso permanecer «lejos de la política», forma parte de los rusos que se sumaron a la movilización del 23 de enero. «Hay tantos temas de preocupación en 2020», afirma la mujer, y cita las persecuciones contra la militantes LGTB Yulia Tsvetkova, las enmiendas constitucionales que la permiten a Vladimir Putin permanecer en el poder hasta 2036, o la ruina cultural.
«No creo que la gente haya salido a las calles por Navalni sino contra todo lo que ocurre, contra todo aquello que genera tanto descontento», afirma esta artista.
Alexander Kynev, politólogo independiente, confirma: «El principal organizador de estas acciones es el propio poder, su comportamiento».
Pero es imposible para los opositores y para los expertos augurar cuánto va a durar esta movilización, pese a que Navalni ha llamado a una nueva jornada de manifestaciones para este domingo.
Ivan Rudniev cree que «algo va a cambiar» ya que «es absolutamente imposible ignorar la opinión de tanta gente».
Asia Alypova, por su lado, habla mucho con sus amigos sobre el futuro de la movilización, de los meses de manifestaciones en Bielorrusia que no consiguieron doblegar al presidente Alexander Lukashenko.
Por eso, los acontecimientos la conducen a un cierto pesimismo. Kabarovsk, en el Extremo Oriente, había sido la primera ciudad de provincia rusa en manifestarse masivamente en julio de 2020 tras la detención del gobernador local, adversario del Kremlin. Varios meses de movilización no bastaron: el gobernador sigue preso.
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