Un barco navega entre los tejados de hojalata de casas sumergidas en Baling Sula, uno de muchos pueblos en el centro de Suriman arrasados por las inundaciones que han provocado fuertes lluvias que azotan al país desde enero.
Ríos y lagos han crecido. Para evitar una catástrofe mayor, la compañía de electricidad Staatsolie, responsable de una hidroeléctrica en la zona, tuvo que aliviar en marzo el embalse de Brokopondo, unos 100 km al sur de Paramaribo. ¿Mal menor? Un mes después, poblaciones enteras estaban inundadas.
Más de 3.000 hogares, negocios, granjas y escuelas se vieron afectados.
Entre las víctimas está Elsy Poeketie, de 48 años y propietaria de un hotel, el Bonanza River Resort en Moedjecreek Nieuw Lombé, que quedó bajo el agua.
En casa de su hija en la capital, donde se está quedando, ve junto a su nieta videos y fotos de su establecimiento, que hasta hace tres meses era un paraíso de playa con cabañas y un patio que atraía a los turistas.
«Está todo inundado, en algunas zonas entre dos y tres metros de profundidad», dice a la AFP. «Me duele mucho y me estresa. ¿Dónde voy a conseguir el dinero para reparaciones?».
«En abril todos estábamos ansiosos por volver a trabajar tras dos años de inactividad por el covid-19», sigue. «Mis tres empleados se quedaron de nuevo sin empleo y ninguno tiene otro ingreso. Me vendría bien una ayuda económica».
Hasta ahora no se anunció ningún plan para asistir económicamente a las víctimas.
El presidente de Surinam, Chan Santokhi, declaró el mes pasado «zona de desastre» en siete distritos y solicitó ayuda internacional.
China aportó 50.000 dólares y Holanda, de la que Suriname fue colonia hasta 1975, prometió 200.000 euros (unos USD 211.300) a través de UNICEF. Venezuela, sumida en una profunda crisis económica, ha enviado 40.000 toneladas de mercancías.
En tanto, exaldeanos que ahora se encuentran en Paramaribo preparan videos para ayudar a los niños en las áreas inundadas a mantenerse al día con el trabajo escolar, en el marco del llamado programa «Brokopondo ayuda a Brokopondo».
– «Mis máquinas no comen» –
El coronel Jerry Slijngard, del Centro Nacional de Coordinación de la Gestión de Desastres (NCCR), dijo que comenzarán «la distribución de la ayuda esta semana».
«La zona costera y la parte sur del lago se han visto afectadas directamente por las fuertes lluvias, mientras que la parte norte del lago se ha visto afectada por el vertido del agua», indicó el responsable, que prevé que la situación no mejorará realmente hasta agosto, cuando comience «la gran estación seca».
Aunque las autoridades proponen evacuar las zonas, la mayoría de los pobladores han optado por quedarse.
En el pueblo de Asigron, también impactado, Patricia Menig, que tiene una casa en un terreno más elevado, da cobijo a su hermano.
«El agua comenzó a subir el 12 de abril y en cuestión de una semana llegaba a una altura de cuatro a cinco metros. Pudieron sacar algunos muebles y utensilios del hogar», explicó a la AFP por teléfono.
Menig igual se vio afectada. Perdió su cosecha y ahora depende de ayudas estatales.
Hay pueblos que quedaron totalmente aislados, a los que solo se puede llegar en barco o en helicóptero, lo que dificulta especialmente la distribución de la ayuda, indicó Slijngard.
Un vuelo a Kwamalasamutu, una aldea indígena cerca de la frontera con Brasil, cuesta 85.000 dólares surinameses (unos USD 3.900). «En un vuelo, sólo puedo llevar 40 paquetes de alimentos y hay 400 hogares», señaló el funcionario.
A lo largo de la frontera oriental con Guyana francesa, las aldeas indígenas wayana no están inundadas, confirmó Jupta Itoewaki, de la Fundación Mulokot Kawemhakan que atiende a esas poblaciones, pero han perdido parte de su cosecha de verduras como yuca por el exceso de agua. Temen perder hasta 60% de la producción.
En Brokopondo, la fabricante de muebles Amania Nelthan no quiere paquetes de comida: «Mis máquinas no comen. ¡Necesito dinero!», lanza, asegurando que pudo salvar alguna maquinaria antes de que el agua devorara su taller.
Su plan: restablecerse en un área más elevada y esperar. Sus vecinos precisarán de nuevas mesas, sillas, camas, muebles.
«Necesito un crédito bajo del gobierno para reinvertir. Otros pobladores también (lo requerirán) para reparar sus casas».