Los líderes de la oposición ya hicieron lo que tenían que hacer, encarando un reto colosal, dejando pasmado a todos los observadores internacionales que llegaron a pensar, que tal esquema indisoluble, no era sino una ilusión que se evaporizaría por efecto de las amenazas del régimen de Nicolás Maduro
María Corina Machado (MCM) y Edmundo González Urrutia, hicieron lo que tenían que hacer. Eso ha quedado registrado en la reciente historia de estas más de dos décadas de lucha de resistencia cívica en Venezuela. María Corina se sobrepuso a las más viles maniobras del régimen de Nicolás Maduro que la inhabilitó, con la idea aviesa de que ella «estallaría en ira», y se dedicaría a promover la calculada abstención que Maduro esperaba, para entremeter en esa oquedad su esquema fraudulento, que se le quedó frustrado en la noche del 28 de julio.
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Por su parte, Edmundo González Urrutia, asumía el testigo que colocó en sus manos María Corina, providencial operación política de alto vuelo impulsada desde la plataforma unitaria, y desde entonces gallardamente Edmundo González cumplió ese rol inesperado de ser el abanderado de una candidatura presidencial arrolladora. María Corina y Edmundo hicieron lo que tenían que hacer, encarando un reto colosal, dejando pasmado a todos los observadores internacionales que llegaron a pensar, que tal esquema indisoluble, no era sino una ilusión que se evaporizaría por efecto de las amenazas de ese régimen virulento, capaz de emprender las más insospechadas arbitrariedades.
Por su parte, la ciudadanía venezolana también se disponía a cumplir su epopeya. En un país donde las familias se levantan sin nada que poner sobre la mesa matutina para desayunar; sin la posibilidad de contar con el chorrito de agua potable y a sabiendas de que la oscuridad era la deriva de un hogar sin luz eléctrica; con unos bolívares devaluados que se rinden ante la enseñoreada inflación; mujeres y hombres armados de fe y movilizados solamente con esa promesa sentimental de soñar con el retorno de los seres queridos, aventados hacia esa diáspora inimaginable, salieron a votar, «contra viento y marea», logrando vencer a esa sanguinaria dictadura.
Esa gente osó o se aventuró a afrontar a la prepotente dictadura, y fue cuando vimos a madres, padres, abuelos, hijos y nietos, arremolinarse en torno a las improvisadas tribunas, en las que aparecía, como la divina providencia, aquella mujer que se convirtió en el diapasón de una sociedad adormecida por los efectos de frustraciones, decepciones y temores difundidos, por un régimen implacable a la hora de secuestrar, torturar y matar a los que se quejaban, siquiera, de tales tragedias.
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María Corina y Edmundo protagonizaron una gesta que desató los más inesperados análisis de observadores propios y extraños, que no se podían creer que aquella campaña adelantada sin recursos financieros, con el bloqueo de los medios de comunicación y con el comando de campaña asilado en una embajada, terminaría con ese refulgente triunfo que, hasta el día de hoy, Nicolás Maduro no ha podido desmontar. La verdad está a la vista de todo el mundo en cada una de las actas exhibidas, dentro y fuera del país, por los expertos electorales que certifican que tales documentos son verídicos y que, por lo tanto, la inversión de la carga de la prueba queda a merced de los derrotados, que por lo visto se refugian en la despótica posición de desconocer la voluntad soberana de millones de electores que decidieron el destino de Venezuela para los próximos años.
A partir de ahora la fecha medular está representada en ese memorable 28 de julio, de allí surge el mandato constitucional que no se puede desconocer, salvo que la dictadura imponga sus designios y se atreva a secuestrar a un pueblo, convirtiendo el territorio de Venezuela en suelo de una gigantesca cárcel, en la que somete a millones de seres humanos y desde allí amenace la paz y la estabilidad de todo un hemisferio. En ese 28 de julio radica la legitimidad de origen que le otorga a Edmundo González la condición de presidente electo. Entonces la pregunta invertida es ¿qué hará Maduro? ¿Reincidir en la perpetración de más crímenes de lesa humanidad? ¿Qué harán las Fuerzas Armadas Nacionales? ¿Ser alcahuetas de una corporación criminal que masacra a gente inocente? ¿Qué harán las instituciones creadas y llamadas a intervenir ante esa seguidilla de crímenes de lesa humanidad en los que reinciden en perpetrar Maduro y sus cuadros de mando?.
Es una sospecha confirmada que, en Venezuela, desde las dependencias de identificación que controlan agentes castristas, se documentan a actores del terrorismo internacional. Está más que comprobado que desde Venezuela operan cárteles del narcotráfico que despachan sin limitaciones, miles de toneladas de narcóticos con los que inundan los oscuros mercados de ese diabólico negocio en el Caribe, África, Europa y Norteamérica.
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Pues bien, no sigan excusándose con ese interrogante perspicaz dejando sobre las espaldas de la gente, que ya hizo lo que tenía que hacer, de manera valerosa y audaz, asumiendo las consecuencias del presagiado baño de sangre que como ultimátum enunció Maduro. No le pidan a María Corina y a Edmundo González que repitan otro 28 de julio sin que antes se honre ese edicto soberano. La palabra la tiene el fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) en cuyas manos están los pliegos de los expedientes en los que constan la infinidad de crímenes de lesa humanidad. La responsabilidad la tienen los líderes de la ONU, de la OEA y de la Unión Europea que han manoseado las actas que suman la astronómica ventaja que le da la victoria incuestionable de Edmundo González Urrutia. Es hora de que digan de una vez por todas que harán el próximo 10 de enero de 2025.