«Una papeleta es más fuerte que una bala de rifle».
Abraham Lincoln
En la escogencia –entre lo malo o menos malo– que este martes 5 de noviembre harán los norteamericanos para designar a Donald Trump o Kamala Harris en la conducción de la primera potencia del mundo, nadie vaticina o asegura el triunfo de alguno de los dos, porque el cabeza a cabeza que mantienen será un resultado de fotografía, realmente un empate técnico o como decimos los venezolanos un «final de infarto».
Está llamado a sufragar un universo superior a las 240 millones de personas donde el voto hispano, nada despreciable, está calculado en 36 millones aún cuando otros 11 millones no registraron a tiempo su intención de elegir al excéntrico millonario o a quien pudiera ser la primera mujer Presidenta de Estados Unidos.
Ya 81 millones de personas habían votado hasta este lunes, lo cual representa más del 48 por ciento del número total emitido en las elecciones presidenciales de 2020, cuando sufragaron 154.6 millones de personas. El voto anticipado en persona o a través del correo ha ganado simpatías entre los estadounidenses.
Lo seguro es que aunque llueva, truene o relampaguee uno será el vencedor y él o ella quedará proclamado por la autoridad electoral de esa nación, sin que las picardías, abusos o la desinformación que conocemos muy bien en nuestra tropical América Latina, terminen por imponerse y burle la decisión del electorado.
Quizá los gringos se coman las uñas y la angustia les reviente el corazón, pero lo seguro es que el que gane en las urnas no será víctima de una «irreversible» desaparición de la victoria cuando cierre el proceso electoral. La independencia de los Poderes Públicos es la mejor garantía que tienen los ciudadanos de Norteamérica.
Seguramente el forcejeo verbal será parte de la jornada donde el «yo gané» o no «gané yo» cual puja por la victoria, abrirá paso a innumerables impugnaciones electorales que ambos contendientes sostendrán a lo largo y ancho de esa gran nación, porque un voto cuenta a la hora de definir al o la ganadora de esta contienda democrática.
Ello, claro, no dependerá sólo de la ventaja del voto popular que uno le saque al otro donde participan millones, sino de quien obtenga el mayor número de sufragios en los llamados estados claves o colegios electorales de Nevada, Carolina del Norte, Wisconsin, Georgia, Pennsylvania, Michigan y Arizona.
En 2016 la senadora Hillary Clinton tragó muy amargo cuando superó a Donald Trump con el voto popular, pero el expresidente salió victorioso y, obviamente, le ganó en los colegios electorales y obtuvo el derecho de permanecer durante cuatro años al frente de la Casa Blanca.
Donald Trump y Kamala Harris, dijimos al comienzo entre lo malo o menos malo calificado así por analistas, no han tenido, digamos, la mejor de las propuestas que satisfagan o convenzan realmente en cuanto al ¿qué, cómo y cuándo? en la solución de los problemas que golpean al norteamericano.
Más bien, lo que resalta ha sido un discurso populista, salpicado de mentiras, muy vacío de contenido, pero cargado de descalificaciones, agresivo y violento, donde lo que ha imperado no es muy distinto a la demagogia que vemos en la política Latinoamericana. La solución a temas económico, migración, aborto, control de armas, entre otros, no satisface a los votantes.
Ha sido una campaña donde las preferencias no han quedado sólo en lo interno, sino que en el ajedrez político internacional el triunfo de Trump, según estimaciones, significará que la guerra en Ucrania, favorecerá a Rusia que ha expandido su territorio y no devolverá los espacios conquistados, cuando la ayuda sea cortada por la Casa Blanca.
Además, quien gane tiene la tarea inmediata de detener la matanza de la población civil, verdadera vergüenza a la dignidad humana, en la guerra que Israel libra con los grupos terroristas en la Franja de Gaza y El Libano, después que el 7 de octubre de 2023, civiles inocentes israelitas fueron emboscados y masacrados por militantes de Hezbolá y Hamás.
Además, la mayoría de países que forman la OTAN donde Estados Unidos dirige esa gran orquesta defensiva, saben, sin decirlo públicamente, que el regreso de Donald Trump afectará la cohesión de esa alianza militar del Atlántico Norte. Jhonh Bolton, asesor de seguridad nacional en la primera gestión del expresidente, ha advertido que su exjefe es «un peligro para la paz mundial» y la inestabilidad de Occidente.
No debe olvidarse, además, que Donald Trump ha sido el único Presidente de Estados Unidos en pisar suelo de Corea del Norte, donde, Kim Jong-un, archienemigo de Corea del Sur, mantiene una provocación permanente contra su vecino, aliado importante de Norteamérica en el Asia.
En relación con Venezuela el triunfo de alguno de los dos no creo que pase más allá de provocar más o menos frío que calor. La política exterior de los norteamericanos, gane Trump o Harris, no creo que cambie demasiado. El tono del discurso veremos que bajará de volumen en ella o él de acuerdo con lo que resulte de las urnas electorales.
El interés del país del norte me recuerda la frase de Eudomar Santos de «Por Estas Calles», quien decía claramente que «cómo vaya viniendo, vamos viendo». Mientras seamos un país que garantice ser un surtidor seguro de petróleo, temas o problemas distintos serán discusiones menos relevantes. La decisión es de los norteamericanos y eso debe respetarse.
¡Amanecerá y Veremos!